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El orgullo gay ¿Por qué este es un tema tabú al que le rehuyen tantas personas?

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¿A QUIÉN LE IMPORTA? Por Guillermo Monsanto

Carlos Berlanga y Nacho Canut escribieron, en el año de 1986, la letra y música de uno de los himnos más cantados del habla hispana. Para poner guinda al pastel, le dieron la canción a una trasgresora artista mexicana que, en aquel momento, se dio a conocer como Alaska. Madrid, atrapada en aquel ya lejano tiempo del destape, los punks y el reclamo de sus libertades -pilar fundamental en la conciencia del español contemporáneo-, acogió la pieza con toda la mística que su letra proclamaba ¿A quién le importa lo que yo haga? Alaska rompió todas las expectativas comerciales de su tiempo y atravesando como un rayo el océano Atlántico, tomó un segundo impulso definitivo ya que su pieza sonó como número uno en las radios y discotecas de toda Latinoamérica. Se convirtió en una canción de culto ya que su contenido podía percibirse a discreción. Incluidas las luchas de todas comunidades gay que empezaban a salir de la sombra para reclamar sus derechos como seres humanos. Fue, entonces, la frontera de perder el miedo, la represión y el sendero hacia un poco de luz.

La semana pasada un infortunado político intentó dañar la imagen de un conocido periodista. El deslucido funcionario creyó que ganaría credibilidad acabando con la imagen de la que, consideró por algún efímero momento de gloria, su víctima. Y como hacen todos los que tienen dos dedos de frente, tomó las redes sociales como un arma y le pasó lo que nunca imaginó: le salió el tiro por la culata. El tema de la homosexualidad es muy delicado en Guatemala y a muchos les provoca terror, pero los vientos de cambio soplan y más tarde, o más temprano, llegarán a barrer los miedos supersticiosos que la gobiernan. Las respuestas en las redes sociales fueron contundentes. Guatemala no necesita una revolución, lo que necesita es evolución.

No es ningún secreto que estoy en Madrid finalizando la edición de un libro. Salir de la opresora Guatemala y estar en una ciudad en donde puedo hablar con mi celular en la calle, tomar un café en una plaza, visitar paseos, escribir en mi computadora en el parque, ver museos del primer mundo, es algo que no tiene precio. Esta vez coincide mi estancia con el “orgullo gay” y ¿saben qué? Realmente me la estoy pasando bomba. Todas las instituciones estatales están pendientes del desfile de la diversidad, los miles de turistas que arriban a Madrid y más inteligentemente, en sacarle provecho a la inversión que, como anfitriones, están erogando. Entre tanta música, sonrisas, espectáculos y gente bella me pregunto ¿A quién le importa lo que yo haga? A ver. 

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