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Los papás pueden estar presentes o ausentes. Los primeros son vitales en la formación de sus hijos. Monsanto nos comparte una reflexión acerca del tema.

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Guatemala es un país en el que existen muchas mujeres que sacan adelante, sin el apoyo de una pareja responsable, a sus hijos. Féminas valientes que mueven mar, cielo y tierra, para formar a su prole sin apoyo psicológico compartido. Con todas las posibilidades en contra, consiguen inculcar valores dotando a sus niños de una educación para que puedan desempeñarse en la vida. Aunque hay excepciones, por lo general son madre y padre al mismo tiempo y, por derecho propio, también deberían ser celebradas en esta fecha conmemorativa.

El 17 de junio es el día del padre y Dios sabe que muchos varones son mal celebrados ya que la tacha de unos pocos cae sobre los demás. Justos pagan por pecadores. Ni siquiera tienen asignado un asueto laboral que resalte su papel. Abundan más, es conveniente anotarlo, los padres a todo dar. Hombres que luchan por su prole, integrados a su pareja, compartiendo las responsabilidades del hogar. Esos paladines que, tanto niños como niñas, admiran y desean imitar. Esos papás que saben aconsejar, amar y estar allí incondicionalmente, igual que nuestras madres.

Más allá de estereotipos, cada progenitor enfrenta los retos conforme les van llegando. La vida no es fácil y ayudar a encaminar el futuro de una familia, menos. Ni hombres, ni mujeres, llegan totalmente maduros al matrimonio. La pareja aprende sobre la marcha y tienen que tomar decisiones en el camino, juntos, de lo que consideren correcto. He allí el valor de una buena y sólida alianza. Es quizás, desde el noviazgo que se puede intuir la proyección humana que los prometidos y prometidas poseen. Unirse por impulso puede ser desastroso para el matrimonio y más terrible aún, para los hijos. Estos sufrirán las consecuencias del final de los primeros ardores. Esto, es harina de otro costal y, además, hay padres separados que cumplen bien con sus misiones.

San José y Jesús trabajan juntos la madera.

Regresemos a nuestros patriarcas y honrémoslos en la medida en que cada hijo sienta que debe hacerlo. Yo por mi parte agradezco al mío su constante presencia. La educación que me dio. La oportunidad de trabajar a su lado y aprender lo que es la disciplina, honradez y responsabilidad. Por haberme hecho entender que, al haber cumplido la mayoría de edad, yo era el responsable de mis acciones y de las consecuencias de estas. Por escucharme y darme consejos acertados que me hicieron enfrentar la vida con la cabeza en alto y con la seguridad de ser amado como soy y no como a él le hubiera gustado que fuera. Por haber sido el compañero de mi madre hasta su último hálito. En fin, por una sumatoria de hechos y acciones que le hacen el mejor papá del mundo. 

Usted ¿nos compartiría sus historias paternas?     

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