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No daban las siete cuarenta de la mañana, cuando en el salón todos esperaban. Unos comentaban lo sucedido el fin de semana, otros prendidos a sus móviles mataban el tiempo con el juego de moda Fortnite y algunos más ordenaban sus útiles para comenzar la semana.

De pronto, su cuerpo cayó sobre el escritorio, no llegó al suelo pues la paleta lo detuvo. Desde atrás, sus amigos le gritaban: “Deja de chingar” decían, “ya hombre no jodas”, pero no, José Roberto no estaba bromeando.

Se desconoce cuánto tiempo transcurrió desde que su cuerpo se desplomó sobre el escritorio y que los gritos de los niños llamaran la atención de los maestros. Pero José Roberto, un alumno de primero básico, diabético y quien había sido ingresado al hospital unos días antes, estaba muerto.

La mañana del lunes, el pánico se apoderó de los niños, su compañero, inmóvil no respondía y poco a poco el caos se hizo presente. “No sabíamos qué hacer, lo tratamos de mover, pero pesaba mucho”.




Los secretos que matan

José Roberto había vivido con diabetes y tanto sus compañeros como el claustro de maestros estaban al tanto de su condición. “Todos sabíamos de su enfermedad y lo cuidábamos”, recuerda un compañero.

“A veces se le bajaba el azúcar y le dábamos una galleta o dulce para que se mejorara”. Un compañero de clases.

Lo que pocos sabían era lo que se debía hacer en caso de una emergencia. “Sabíamos que los profesores se encargarían de cualquier cosa, pero desconocíamos qué hacer si no había alguno de ellos cerca”.

La enfermedad de José Roberto ejemplifica una de las situaciones más difíciles que enfrentan los centros educativos diariamente. “Los padres de familia deben mantener informados a los colegios sobre cualquier situación de sus hijos”, asegura Lorraine Reichenbach, presidente de la Asociación de Colegios Privados.

Y en muchos casos, no el de José Roberto, el silencio puede ser el peor enemigo. “Algunos no cuentan por qué sus hijos les piden callar para evitar bullying”, relata una maestra.

Otros prefieren guardar el secreto para no discutir asuntos familiares fuera del entorno y unos más consideran innecesario dar información a los educadores.

“Compartir los problemas de salud, necesidades especiales, problemas y capacidades diferentes es importante para que los colegios puedan ayudar de mejor manera a los niños, nada es vergüenza”. Maestra de grado.




Hablar salva vidas

Para Reichenbach es sumamente importante que los padres y los alumnos superen el miedo de hablar y compartir situaciones que pueden ser de riesgo. “Es muy importante que los papás mantengan al colegio informado sobre cualquier situación de sus hijos, por insignificante que les pueda parecer”.

Este diálogo, además, puede facilitar que las instituciones se preparen de mejor manera para atender una emergencia en caso esta suceda. También sirve para conocer los límites de un colegio para atender necesidades específicas de un alumno y asumir una responsabilidad.

En el caso de José Roberto, los maestros sabían de su condición, sus compañeros también y aún así poco se pudo hacer por salvarlo. Perdamos el miedo, la vergüenza y evitemos tragedias innecesarias, todo lo que se debe hacer es hablar con franqueza.

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