Una vez al mes les canta, antes de desmembrarlas imagen

Así pasaron dos años. Como cada sábado, él llegaba, hacía lo suyo y el murmullo siempre estaba.

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Luego que las indeseables comienzan a asomar, algunas cambian de color y que el paisaje necesita de sus cuidados él les llega a cantar. Una vez al mes, entre susurros y versos les pide que no mueran.

Durante su primera visita no pintaba diferente a otros. Sombrero, botas, podadora y un machete cruzaron la puerta junto a él. Comenzó su trabajo a las 8:00 a.m., por las regulaciones del condominio, y entre el ruido del pequeño motor de gasolina apenas se escuchaba un murmullo. Terminado el corte, sus palabras bajaron de tono y por la ventana levemente llegaba una suave melodía.

Así pasaron dos años. Como cada sábado, él llegaba, hacía lo suyo y el murmullo siempre estaba. Al principio creí que eran coritos religiosos, o que hablaba con alguien mientras cortaba la grama. Cada viernes por la noche, me propuse saber qué era lo que hacía. A su llegada, abría bien las ventanas, apagaba la TV y esperaba a que Rolando comenzara a trabajar.

Pero, nunca pude identificar lo que decía. Fuera por el ruido de la podadora, el machete cuando golpeaba las orillas o el abrir y cerrar de las tijeras, sus palabras eran incomprensibles. Y pudo más la duda. “Mire, usted con quién habla cuando está trabajando”, le dije.

Con ellas, les pido que no mueran, que vuelvan a ponerse verdes y les aseguro que todo va a estar bien, fue su respuesta. Además, les canto y les cuento lo que les voy hacer para que no se pongan tristes, siguió. Según Rolando, decirle esto a las plantas las mantiene bien.

De chapucero a jardinero

Comenzó como chapucero en el Centro Médico Militar, pero la vida y su paciencia le tenían otro camino preparado. Su lugar de trabajo quedaba a pocas cuadras de su vivienda, entonces una zona poco habitada. Desde 1989 y durante dos años se dedicó a las reparaciones del elefante blanco del Ejército de Guatemala. Allí tuberías, pintura, cambios de chapas y cualquier desperfecto los reparaba sin mediar palabra.

Pero, una tarde, uno de los compañeros de don Rolando renunció al cuidado de los jardines. Y aunque la paga no era mucho mayor, se aventó. “Si quieren yo agarro el puesto”, le dijo a su supervisor. Con poca experiencia en el cuidado de plantas, Rolando Cruz comenzó una carrera en jardinería que lo tendría como encargado de áreas verdes del CMM.

Durante 15 años, Cruz aprendió todo sobre el cuidado de cada una de las variedades que allí crecían. Las mejores horas para regar, descombrar, días para cortar y trasplantar. Pero 5 mil 475 días como jardinero, con horarios de 7 de la mañana a las 12 del mediodía y de la 1 de la tarde a las 5, comenzaron a pasarle factura al hombre de entonces 30 años.

“Mire era demasiado tiempo bajo el sol y ya no me gustó ese horario y decidí salirme de allí”, Rolando Cruz.

Luego de retirarse del CMM empezó a buscar trabajo en otros lugares, pero la demanda no lo alcanzó. Así que decidió ser su propio jefe. Comenzó ofreciendo servicios de lo que mejor sabía, según él, reparaciones. Pero no eran suficientes para mantener a su esposa e hija.

Entonces, con unos pocos ahorros compró un machete y tijeras y se lanzó a una nueva aventura. Rolando se propuso trabajar los jardines de los residenciales que comenzaban a llenar su alejada comunidad. “Empezaron a hacer varios proyectos y me fui a ofrecerles el servicio”, recuerda.

De a poco le fueron refiriendo y las ofertas de trabajo no faltaron. En algún momento la creciente comunidad abrumó a Rolando, pues había más gente pidiendo servicio de jardinería que jardineros en el área. “No me daba tiempo de atender a tanta gente y tuve que decirle que no a algunas personas”, lamenta.

Pero su ética de trabajo y el amor que le tiene a su oficio no pasaron desapercibidos. Sus clientes de muchos años no lo han dejado solo y aunque la pandemia afectó este 2020, el trabajo no le ha faltado. Mascarilla, desinfectante, botas de hule y bolsas plásticas para recoger los restos de plantas, que se han pasado de la medida, no faltan durante sus visitas.

Mientras que yo, una vez al mes, espero ese sábado para ver y escuchar a Rolando durante una hora y aprender más de quien es feliz en su oficio.

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