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El microbús de Juan Caal no corre más. No lleva turistas de la capital a la Antigua Guatemala y los US$15 que le cobra a cada uno no llegan a su bolsillo. Tampoco lo hace la comisión de US$10 que Ignacio, el dueño de un B&B, le paga por llevarle huéspedes. Para Caliche, los Q20 que acostumbra cobrar, por lavar la panel de Juan cada mañana, se han ido. Mientras que doña Hortensia ya no le lleva su pan con huevo al piloto cada madrugada, antes de que este se vaya a la capital.

“Desde que no salgo, no tengo necesidad de que Caliche me lave el carro y tampoco del desayuno de Hortensia. Aquí todos salimos perdiendo”, Juan Caal.

Y en la estación de combustible ya no se le ve al emprendedor pasar a llenar el tanque de gasolina. Así, la interacción que Juan y su microbús tenían con la comunidad entró en cuarentena. Interacción que podría rastrearse desde la Antigua hasta los sembradíos de verduras del altiplano o las ventas de boletos aéreos en las oficinas de las agencias de viajes.

De tajo, un estornudo (a miles de kilómetros) le cambió la vida a miles de guatemaltecos que apostaron por el turismo y hoy la ven perdida. Un sector que, según la Cámara de Turismo de Guatemala (CAMTUR), genera 177 mil empleos directos y otro medio millón en oficios donde entran Juan y sus habituales.

Al 13 de marzo, las pérdidas en el sector turístico ascendían a Q23 millones. CAMTUR

Ignacio, quien según la CAMTUR está en el primer grupo, fue de los primeros en verla venir. En las pantallas de los hoteles, hostales, hospedajes y hasta quienes se aventuran a trabajar con Airbnb, las cancelaciones comenzaron como un gotero para luego caer por chorros.

Algunos hablan de hasta el 100 por ciento, mientras que otros, como Ignacio, aseguran que no ha llegado a esa cifra. “De seguir la cosa como va, de plano llegó al cierre total”. Sus 10 habitaciones las tenía alquiladas todos los días, una semana antes de la Semana Santa y una después. Ahora, la disponibilidad es del 90 por ciento. Y para paliar la crisis ha tomado medidas. Unas malas y otras peores, asegura. En el restaurante, que se ubica contiguo al “hotel”, dejó solo una cocinera.

“La limpieza la hacemos entre ella y yo, y si hay que atender pues yo tomo las órdenes”, Ignacio.

Mientras que para el aseo en los cuartos del hotel, áreas comunes y recepción, se ha quedado solo una persona. Ahora me dedico a apoyar a los únicos dos trabajadores que quedaron, de los seis que tenía, asegura. “No quería dejarlos ir, pero honestamente no puedo seguirles pagando y a futuro se ve más complicado”, asiente Ignacio, apenado.

Hoy, según la CAMTUR, no solo es el turismo extranjero el que está saliendo del país. El turismo local se ha detenido y ha llegado a las cifras más bajas que se conocen en los últimos 180 meses: “cero”, asegura Luis Rey, presidente de CAMTUR.

Y para agregarle pena a la angustia, ahora que los turistas de fin de semana de la capital ya no viajan a la Antigua y que los extranjeros se van, ya no habrá Semana Santa. Entre tanto, el microbús de Juan se guarda limpio en Jocotales, las habitaciones de Ignacio están vacías y medio millón de personas que viven del turismo son llevadas al límite por una enfermedad que paralizó al mundo. 

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