Los sueños mueren y quienes migramos, morimos imagen

La falta de oportunidades, violencia e inestabilidad económica, son factores importantes para la migración masiva de miles de guatemaltecos.

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“Desde que dejas tu país, en busca de un mejor futuro, tus sueños mueren y los que migramos, morimos”.

La falta de oportunidades, violencia, inestabilidad política y certeza jurídica ineficiente en Centroamérica, especialmente en Guatemala, han sido algunos de los principales factores que generan la migración de connacionales, en busca de un mejor futuro en el país del norte.

Poner un pie del otro lado de tu país no es fácil, pues solo sueños y memorias quedan en tus recuerdos. Tu vida entra en una ruleta rusa. “Migrar es la última palabra que quisiera escuchar, pues ha sido la decisión más dura que he tomado. Mi vida, la de mi hijo y dejar a mi esposa y demás familia, angustiados, no es algo que le deseo a alguien”, relata Roberto, con una voz solloza.

De trabajar como mecánico, herrero y hasta mensajero, la vida de Roberto no iba bien, por lo que una mala racha no le permitía darle una mejor calidad de vida a su familia. “Yo nunca tuve la oportunidad de terminar el colegio, mucho menos la universidad. Por esa razón fue que empecé a trabajar a muy temprana edad. La vida sin estudios es difícil; ahora imagínate en estos tiempos… Es mucho más difícil. Todo empezó cuando me despidieron y no encontraba empleo. Un amigo de la colonia me dijo que él iba a irse a Estados Unidos”, añade.



Foto: Google 

Días de no tener qué comer, desempleado y el estrés por no conseguir una salida a sus problemas económicos, fue el detonante que lo terminó de motivar para tomar la “mejor” decisión de su vida. “Sin pensarlo, decidí arriesgarme y emprender ese viaje. No quería ir solo, quería que mi hijo tuviera la oportunidad de crecer en un país donde los sueños se hacen realidad”, señala Roberto.

No importaba de qué iba a trabajar, pues yo sé hacer muchas cosas de construcción y oficios que a los gringos no les gustan”.

Así empezó el “sueño americano”, con una mochila llena de ilusiones. Roberto y su hijo, de 6 años, estaban listos para vivir una vida diferente. “Recuerdo que tomé de la mano a mi hijo, abrazamos a su mamá, agarré la mochila con una mudada de ropa para Robertito y luego nos subimos en el bus. La primera parada fue en Huehuetenango, donde nos estaba esperando nuestro coyote”, expone.

De US$2,500 hasta US$6,000 fueron los precios que escuchó por parte de diferentes personas. Con dinero prestado, pero con la fe en alto, Roberto se convirtió en un ilegal por primera vez en su vida. “Cruzamos a México, caminando; luego dormimos en Chiapas, para después empezar a viajar en un tráiler. Hacíamos paradas estratégicas para hacer varias necesidades y tomar aire; incluso, había días que pasábamos encerrados 8 horas. No era el único que viajaba, pues había más personas: de El Salvador, Honduras y Nicaragua, todos con el mismo sueño”, agrega Roberto.

Lo que le puedo contar es lo más resumido que se vive, porque vivirlo en carne propia es un infierno”.

Los días transcurrían y Roberto estaba cada vez más cerca de poder empezar una nueva vida. “Durante el camino pierdes la noción del tiempo; el calor sofocante, la falta de alimentos, e incluso velar por tu vida es muy estresante y traumatizante. Desde caminar, esconderse en furgones de alimento para ganado, cambiarte a otro vehículo y sin poder salir, me hacía ver que este sufrimiento no era justo para mi hijo, pero debíamos continuar”, manifiesta.



Foto: Google

Cada vez ese sueño se hacía más difícil, pues Roberto sabía que en cualquier momento ambas vidas podían ponerse en riesgo: “Ver a mi hijo llorar por hambre y sentir cómo nos trataban, como ‘objetos’; y ver morir a una persona, por deshidratación, me hizo abrir los ojos y empezar a abandonar el ‘sueño americano’”.

Debes ser bien cauteloso y, sobre todo, mantenerte despierto porque los mismos migrantes te roban tus pertenencias o el narco te puede secuestrar. Debes estar alerta para salir huyendo y tratar de salvarte”.

Cerca de la frontera con Estados Unidos, para ser más exactos, a pocos pasos del río Bravo o el río Grande, la pequeña división entre México y el país del norte, el pequeño río de la vida o la muerte, “recuerdo que otro coyote estaba esperando al grupo; era medianoche, eso recuerdo. La noche era fría y se podía escuchar la fuerza del río. Un sonido que me causó mucho miedo”. 

Roberto agarró la mano de su hijo y lo observó. Su cara de angustia y hambre género en él desistir de una vez y no poner en riesgo sus vidas. “Ya no aguanto, papi, fueron las palabras que me causaron miedo y angustia. Decidí perder ese dinero que no era mío y solo tome la mano de Robertito; le dije que nos regresábamos a casa y empezamos a caminar para buscar ayuda. Salimos sobre una carretera hasta encontrar una patrulla, a cuyos ocupantes les pedimos que nos regresaran a Guatemala”, narra.

Muchos me dicen que ya estaba cerca, pero en ese momento, cuando vi a mi hijo al borde de la muerte, reaccioné que no podía ser egoísta”. 

Atrás se quedó la oportunidad de su vida, la cual, según Roberto era la única que iban a tener. La muerte se despidió de ellos. “Estuvimos más de una semana fuera de Guate, aguantando hambre, escuchando historias trágicas; haber visto morir a esa pobre adolescente me traumatizó. En ese preciso momento entendí por qué los niños no deben viajar solos a Estados Unidos, ya que están en riesgo todo el tiempo, viven una pesadilla”. 

Por un momento sentí que iba a perder la vida y la de mi hijo”.

Entre llanto y felicidad, ambos retornaron a su pequeña casa, ubicada en la zona 7, valorando la segunda oportunidad que la vida les ha dado. “No creo volver a hacer ese viaje, mucho menos con mi hijo. Quienes nos vamos es porque aquí no encontramos nada, pero al final tampoco ese viaje te asegura un futuro”, asegura Roberto. 

El año 2012 marcó a Roberto para toda su vida. Hoy, Robertito ya tiene 13 años y solo quiere jugar al fútbol y, algún día, viajar en avión a Estados Unidos. “Ahorita, gracias a Dios, he salido de mis deudas y tengo un trabajo que me permite tener una vida más tranquila. Espero que la vida le sonría mejor a mi hijo y no tenga la necesidad de salir como yo lo hice. No es ser cobarde, pues uno migra porque en este país el sistema no está diseñado para personas como nosotros; este sistema está construido para los que usan corbata y venden sueños y promesas, los políticos”, lamenta.

“Los sueños mueren y quienes migramos, morimos”, afirma nuestro entrevistado. 


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