Sobre una lámina o a las afueras de la MUNI, Rubí no se rinde imagen

Su mamá le teme al robo de niñas, sus abuelos al largo camino que recorre para ir a la escuela y ella solo le teme a no recibir sus clases. Rubí, la doctora que por ahora no será.

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Antes de comenzar sus clases debe asegurarse de estar bien colocada, de que su cuerpo apunte en la dirección correcta y de que el espacio donde se asienta no ceda al peso. Abajo, Boby y Totoro esperan dos horas y media a que Rubí termine y que la señal no falle. Eso sí, siempre y cuando haya saldo para pagar la conexión.

Cuando esta falla o el dinero escasea, la adolescente de 14 años no tiene otra opción más que la de caminar. Durante una hora la polvorienta y serpenteante ruta, enmarcada por piedras y monte, se convierte en su guía.  “A veces viene Cristian, mi primo y otras no porque prefiere quedarse a jugar con sus amigos”. Al final del recorrido, a eso de las 2:30 nadie la espera, solo la esperanza de que la señal en la muni siga abierta y que nadie le diga nada. Con el tiempo se ha acostumbrado a las miradas de quienes atienden el gobierno municipal.

“De tanto llegar, hace un par de meses, un policía me preguntó qué hacía y solo le dije: ‘vengo a aprender’”.

Rubí

Cuando el frío en el Jocotillo comienza a hacerse sentir, la señal de que la clase está por terminar es clara. Antes no lo sentía así, pues dentro de la clase en el Instituto por Cooperativa la hora de salida la daba la maestra. Pero desde que llegó el COVID-19, el fin de su sesión de matemática o arte (sus clases favoritas) la siente en la piel.

Su malogrado aparato, el segundo de segunda que le compran, no da para mucho, pues sin memoria y con un procesador lento, hacer las tareas se ha convertido en otra hazaña. Y cuando el Huawei, regalo de su mamá falla, no hay más que volver a comenzar de nuevo. A Sandra Lorena y Rubí la vida no les jugó tan claro. A los ocho meses de la llegada de Rubí y mientras Guatemala adelantaba una hora el reloj, Walter las dejó. Se fue a otro lado y con otra gente y desde entonces, Sandra ha trabajado como empleada en una casa en la zona 15 de la capital. Sandra trabaja para cubrir las necesidades de Rubí, apoyar a Margarita y Lauro (hoy de 80 y 82 años) y velar porque el perro con “B” y el gato con “T”, tengan que comer.

Pero, Sandra no está tan sola en su lucha. A sus 14, Rubí se las ha ingeniado para ayudarla. Con permiso de su mamá, consiguió un espacio en el congelador de la familia. Por las noches, luego de volver de sus clases, licúa piñas, fresas, banano y hasta muele galletas para hacer helados. Los que sale a vender, por la mañana, luego de hacer el oficio en la casa.

Durante dos horas del día, guacal en mano, Rubí cuida de no salirse del perímetro de el Jocotillo para no preocupar a sus abuelos. Y de Q1 en Q1 logra juntar los Q30 para el pago de la recarga telefónica y seguir con su aprendizaje. A las 12 vuelve a la casa para comer, hacer tareas y luego de verificar la señal toma la decisión. “Si es buena me subo al techo y comienza mi clase, si no mejor me apuro y me voy a sentar afuera de la Municipalidad, allí hay wifi gratis”, asegura.

Pero, la buena estrella de Rubí no siempre brilla intensa. En sus ratos libres gusta de bordar. “A piquete”, una técnica que describe como “cuando el lado derecho queda peludito” formas de flores engalanan las servilletas de la familia. Sin embargo, durante la pandemia hasta la aguja le falló. “Se le dobló la punta y ahora me pongo a dibujar, para no salir a la calle y preocupar a mi mamá en Guatemala y mis abuelos aquí”.

La falta de recursos ha obligado a Rubí a dejar parado en el camino su anhelo de ser doctora. En cambio, se ha replanteado ser maestra y con eso lograr superarse para ayudar a su mamá y sus abuelos. “Ahorita quiero estudiar para maestra, después ya voy a ver cómo sigo mi sueño. Quiero tener una carrera, para tener un buen trabajo”.

“Mi sueño más grande es ser doctora, pero como no hay posibilidades para eso mejor voy a ser maestra.”

Rubí Pérez

Y es la venta de helado, la caminata sola, la subida al techo de lámina, la falta de una computadora para recibir clases y la ola de secuestros de niñas las que han hecho que Sandra dude del sueño de su hija. “Mi mamá me ha dicho que lo deje ya, que mejor veamos otra cosa, pero no, yo quiero ser alguien en la vida. quiero seguir”, afirma.

Hoy, mientras unos duermen, apagan la cámara de su computadora o simplemente no quieren entrar a clases virtuales, en el Jocotillo una niña de 14 necesita ayuda. Ayuda para poder estudiar y cambiar su realidad.

Si quieres ayudar a Rubí puedes llamar a Sandra Lorena Pérez al 48480839 para más información.

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