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Contó de a poco y así llegaron a sumar. Noches, días, navidades, cumpleaños en total fueron 22 de cada una, en el encierro del desagüe social.

Purgaba una condena por homicidio, el más sonado de los años 90. “Ricardo Ortega Del Cid, culpable de matar a Karin Fleischmann”.

Lo que suponía un encierro para rehabilitación, se convirtió en un enclaustramiento infructuoso. Luego de su salida, en 2016, aseguró que probaría equivocadas a todas las instituciones que dudan de la rehabilitación.




“Deseo que pongas que no se me juzgue dos veces y se me dé la oportunidad de salir adelante como ciudadano”. Ricardo Ortega 2017

Ortega el reincidente

Tras su salida de la cárcel, Ortega dijo que se quería comer el mundo. Sin embargo, la noche del 28 de junio, el instinto pudo más que la intención y el joven condenado en los 90, lo volvió a hacer.

En un confuso incidente, Ortega fue detenido. Llevaba la ropa y las manos manchadas de sangre. Según el informe policial el ex convicto huía sin una aparente razón.

Entre tanto, el cuerpo del dueño de una heladería yacía en el suelo de un improvisado comercial. El hombre de 37 años cerraba su negocio, antes de subir al departamento que habitaba en el segundo nivel.




Las cámaras de seguridad del improvisado complejo grabaron lo que parecía una riña. Una donde el dueño del negocio era apuñalado repetidas veces, luego de que se diera un intercambio de palabras.

Aparentemente, la discusión giró en torno a un vehículo, que el atacante asumía había sido robado. “La discusión subió de tono y le metió la navaja”, relata un testigo. El heladero hoy se debate entre la vida y la muerte, mientras que Ortega del Cid vuelve a esperar su día ante un juez.

Víctima o victimario

Luego de 22 años tras las rejas, Ortega aseguró maravillarse del cambio que habían sufrido las cosas. “Me impresionó la carretera a El Salvador, llena de casas y comercios”.

Pero, probablemente ese era el único cambio que realmente había, pues, aunque afirmaba haber encontrado a Dios, un sentido y otra oportunidad, los 22 años encerrado poco o nada hicieron por él. Ortega ingresó a la cárcel en la década de los 90, y para el 2016 las cosas eran muy diferentes.

Expertos en conducta humana, que prefieren no dar su nombre por tratarse de un caso tan mediático, aseguran que haber perdido 20 años de libertad, cambios tecnológicos e interacción humana destruyen el tejido social de una persona. “Ricardo salió de la cárcel a un mundo para el que nada lo había preparado, sus amigos, su familia y todo había cambiado”.

Y es en esto donde un sistema que no rehabilita, sino que simplemente priva de libertad, le falla tanto al reo como a la sociedad. “Muchos condenados saldrán, pero nadie los prepara para el mundo que van a enfrentar”.

Ricardo Ortega dejó un mundo pequeño cuando entró a la cárcel y al salir la superconectividad le golpeó en la cara sin piedad. Su nombre se había convertido en sinónimo de “joven criminal”, de un asesino y ese estigma nunca se lo podría quitar.

Conseguir trabajo fue casi imposible. Ortega decidió convertirse en personal trainer y trabajar la autoestima de las personas, pero pocos confiaron en él y querían tenerlo cerca.

“La familia hacía reuniones para que los primos fueran a verle, pero pocos querían verse relacionados con el nombre de Ricardo Ortega”. Amigo de la familia.

Un sistema que no rehabilita

Ortega del Cid formó parte de la comunidad que se visita los fines de semana. Una que, en Guatemala, según la Dirección General del Sistema Penitenciario, acoge a más de 24 individuos y poco o nada se rehabilita.

Sumidos en un sistema, diseñado en la década de los años 60, el actual Sistema Penitenciario (SP) colapsó hace más de dos décadas. Hoy el perfil criminal, el tipo de delitos y la cantidad de reclusos no empatan con la estructura que existe diseñada para atender a 6 mil reclusos, asegura Rudy Esquivel, del SP.




“Hoy tenemos grupos de maras, LGBT, seriales, reincidentes, hacinamiento y una capacidad limitada para atenderlos a todos”, expresa Rudy Esquivel.

Uno de los principales problemas para la rehabilitación es la reincidencia. Pues en un país donde las condenas nunca llegan, es complicado establecer quiénes son reincidentes.

“Se puede agarrar a alguien hasta 20 veces por la misma sindicación, pero en tanto no haya una sentencia, no se puede hablar de reincidencia”. Rudy Esquivel, SP.

Hoy Ortega del Cid espera que el heladero no muera y que llegue septiembre para nuevamente presentarse ante un juez. Entre tanto, todos nos preguntamos quién falló: ¿Ricardo o el sistema que no pudo rehabilitarlo?

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