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La justicia decidió que en abril de 2017, Marco Tulio Abadío Molina, había purgado su pena. Inicialmente se estimó que su paso por el Gobierno le redituó unos Q24 millones de fondos procedentes de la corrupción. Pero, hoy la cifra se revisa y un embargo a sus cuentas suma Q10 millones más a su desfalco.

Las cuentas de Marco Tulio Abadío y su hijo Junio Vinicio Abadío Carrillo fueron embargadas y al menos Q34 millones 798 mil 833 inmovilizados. Según la Unidad de Extinción de Dominio de la Fiscalía contra el Lavado de Dinero u Otros Activos, los fondos provienen de la época cuando Abadío fue Superintendente de la SAT.

Abadío y su familia se valieron de un entramado de empresas para recibir dinero de la SAT y luego moverlo en el sistema financiero nacional. Empresas como Litografía Free Hands, propiedad de Abadío Carrillo y Construcciones Nueva Era S.A., vinculadas a padre e hijo.

Entendió cómo saquear al Estado como pocos. Desde dos puestos clave logró tejer una de las redes de corrupción más elaboradas de las que se tenga memoria en Guatemala.

Sus “habilidades” lo llevaron a convertirse en el Zar de la Corrupción y su nombre se convirtió en sinónimo de “transa”. Hoy, Marco Tulio Abadío Molina, excontralor general de cuentas y exsuperintendente de Administración Tributaria anda suelto y con derecho a disfrutar de lo que su paso por el Estado le reditó.




“Abadío no ordeñó la vaca, Abadío se la robó”

Mientras fungió como Contralor General de Cuentas conoció el verdadero poder y su alcance. ministros de Gabinete, empleados públicos, candidatos a puestos de elección popular y hasta presidentes cayeron sometidos ante sus pies. Desde su oficina en la Avenida Simeón Cañas, atrincherado en el despacho, Abadío gustaba de atender a quienes solicitaban una cita para arreglar su situación.

Cámaras de video grababan a quienes esperaban entrar a su oficina, mientras aguardaban sentados en la diminuta sala. Sus trabajadores cuentan que gustaba de reírse mientras veía en el monitor a los incautos que esperaban, hasta dos horas, para ser atendidos.

Al entrar, un show de velas aromáticas eclipsaba la vista, el cual solo era rivalizado por la apariencia del desgarbado contralor.

Sus trajes de poliéster y las corbatas estampadas arropaban al pequeño y sudoroso funcionario. Pero su determinación era clara “¿cuánto está dispuesto a pagar por lo que necesita?”.

Finiquitos, auditorías y hasta fondos para campañas electorales se negociaron en la oscura oficina. Todos con un precio y con ello un seguro para el funcionamiento de la estructura criminal.

Resultaba difícil saber si el temblor en su mano se debía a la emoción que le provocaba la cantidad de dinero que recibiría de su visita o una enfermedad. Lo cierto es que esa respiración marcada y las gotas de sudor en su frente eran el resultado de la adrenalina que corría por su escaso cuerpo.

Marco Tulio Abadío comprendió muy bien cómo hacerse de dinero y poder. Hasta antes de su gestión, los ladrones de cuello blanco sobrevaloraban obras, sin embargo con Abadío esta práctica quedó olvidada.

Se podía hacer dinero sin construir o comprar nada. Robar con el mayor descaro fue el legado de este personaje. Desvío de fondos, hallazgos de compras inexistentes, multas y sanciones eran borradas por los auditores de Abadío con una orden del Contralor.

Así una nueva estirpe de funcionarios creció y llevó a Guatemala a las prácticas más oscuras de la ejecución de fondos públicos. “Robar con la venia de la Contraloría se volvió la norma y pagar a Abadío la regla de oro”.




La corrupción se aprende en casa

La red delictiva de Abadío funcionaba a la perfección y para ello sus familiares fueron una pieza clave. Sus dos hijos, Junior y Byron René fueron los alfiles.

En algún momento de la historia se creyó que la justicia había sido efectiva. Fue solo cuando tres miembros de la familia de Abadío estuvieron en la cárcel.

Marco Tulio y sus dos hijos estaban en la cárcel y esta sería una forma de escarmentar a quienes se hicieran de lo ajeno. Sin embargo, la llama de la justicia alumbra poco y a corta distancia.

Junior Abadío, el hijo mayor, fue condenado por caso especial de estafa y lavado de dinero a purgar 15 años de prisión. El primogénito de Abadío, sin embargo solo cumplió la mitad de la condena y fue liberado en 2010 por el sistema de redención de penas y trabajo.

Mientras que Byron, el siguiente cachorro del clan, recibió una sentencia de seis años y el pago de Q160 mil. Los hermanos Abadío, alegó el Ministerio Público, facilitaron la sustracción de Q24 millones de la SAT, por medio de empresas que sobrevaloraron productos o servicios, cuando algunas de estas ni siquiera existían.

Abadío agredió a periodistas que se atrevieron a cuestionarlo. Insultó a funcionarios que no obedecieron sus órdenes y llevó el descaro a niveles que nunca antes se vieron. Hoy, la trinidad de los Abadío anda suelta y El Zar podrá gozar de los bienes con los que durante 10 años solo pudo soñar durante su estancia en Pavoncito. 

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