Luis tiene 20 años de laborar en uno de los trabajos más peligrosos imagen

“La gente no sabe lo difícil de nuestro trabajo; muchos nos maltratan y nos dicen que somos maleducados, pero aquí uno sale sin saber si va a regresar”.

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Es de las pocas rutas que aún circulan por la zona 3. Luis (nombre ficticio) se ha dedicado por más de 20 años a uno de los trabajos más peligrosos de Guatemala, ya que es chofer de bus urbano de la ruta 69.

En el retrovisor cuelgan dos rosarios, uno de madera que le regaló su mamá y uno de plástico, que perteneció a quien manejaba la unidad antes que Luis. En la puerta hay una estampa de la Virgen de Guadalupe, así como otras de la Huelga de Dolores.

La jornada para Luis comienza a las 5:00 de la mañana sobre la avenida Elena, frente al Tanque Municipal. Ahí, junto con su ayudante esperan a los primeros pasajeros. “La gente no sabe lo difícil de nuestro trabajo; muchos nos maltratan y nos dicen que somos maleducados, pero aquí uno sale sin saber si va a regresar”, indica el piloto.




Todos los conductores han formado una especie de hermandad. “Somos familia con todos los choferes”, asegura uno de los ayudantes. “Nos cuidamos porque ya hemos visto a varios de los nuestros morir por culpa de la extorsión y de los mareros”, lamenta.

De 2009 a abril de 2018 se abrieron 799 casos de pilotos asesinados en todo el país. Las cifras revelan que la mayoría permanece en investigación, mientras que solo el 5 por ciento logró sentencia.

Luis y su ayudante, ya ni siquiera van al predio a guardar la camioneta; pernoctan dentro de la misma, estacionados sobre una de las avenidas de zona 1. Dicen que lo hacen para “no madrugar tanto cuando nos toca llevar a la gente en la mañana, pero también nos sentimos un poquito más tranquilos aquí”, afirma el chofer.

Ambos tienen familia, a la que solo ven los fines de semana cuando no les toca trabajar. “La gente dice que por qué llevamos a nuestras esposas en el bus, que es peligroso y saber qué otras babosadas, pero nunca se ponen a pensar que llevamos días sin verlos”, explica.










Hay cosas que ni el más Santo puede evitar

Dentro del bus de Luis hay una escritura elaborada con grafiti, que dice: “Hasta siempre, Esvin, quien fue asesinado por no pagar la dichosa extorsión”.

“Ese día yo llevaba otra burra, cuando de repente me llaman y me dicen que lo habían matado ya casi llegando a Santa Fe. Me dijeron que ahí bajara el pasaje y que me fuera porque la cosa iba en serio. Aunque uno lleve mil rosarios, hay cosas que ni el más santo puede evitar”, manifiesta.

La logística del trabajo de cobrar el impuesto es extensa: el chofer al que le toca la responsabilidad arriesgada tiene que ponerse de acuerdo con el resto para que den su parte. Así, el conductor le tiene que decir al extorsionador qué unidad ya pagó; entonces, recibe un código que se escribe en la ventana del piloto del bus. “A nosotros nos ponen una carita cuando ya hemos pagado”, resalta.

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