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La violencia, el acoso, la agresión es algo que puede sucederle a tu hermana, hija, madre, sobrina o mejor amiga. Solo en el departamento de Guatemala se registraron 624 denuncias por violencia sexual entre enero y marzo de 2018, las cuales son las únicas registradas por el Ministerio Público. Y todo lo que hasta aquí hemos dicho, se evidencia en las historias de estas mujeres:




La fe no está lejos del acoso sexual

Para Celia, una joven de 24 años y estudiante de psicología, la iglesia es un refugio, pero nunca imaginó que podría ser peligroso. Un día acudió a misa. Al terminar se quedó en una banca llorando. Un hombre de aspecto “honesto” se acercó a ella. “Creo que al verme llorar y sola, pensó que tenía oportunidad”, contó.

El hombre se sentó a su lado y pidió orar con ella. Celia aceptó. Mientras oraba él se acercó más e introdujo sus dedos en su boca.

“Me quedé helada, no sabía qué estaba pasando, solo pensaba que estaba en una iglesia y un tipo quería sobrepasarse conmigo”, dijo Celia.

El hombre no la soltaba. Celia lo empujó y salió corriendo de la iglesia para buscar ayuda con unos amigos. Entraron, pero el señor se había marchado.

“Nunca pensé que este tipo de gente se podría propasar dentro de un templo sagrado. Aprendí que todos somos vulnerables y ellos buscan al eslabón más débil para abusar o acosar a una persona”, expresó Celia.

“Perdí mi matrimonio por una violación”

Irene, de 35 años, es madre y vendedora de inmuebles. Se casó con el “hombre de su vida” en sus veinte. Nunca tuvo relaciones sexuales previo al matrimonio.

“Me cuidé tanto que deseaba que mi vida sexual fuera perfecta cuando me casara”, contó Irene.

La primera noche de casados, consumaron su amor. Había algo en ella que rechazaba a su esposo. “Cada vez que teníamos relaciones me daba temor y por miedo a no perderlo me hacía la fuerte”, expresó.

Quedó embarazada en los primeros meses. Para su esposo fue una maravillosa noticia. Para ella fue un alivio porque podría usar el embarazo como excusa para no tener sexo con él. Después del nacimiento de su hija las cosas se tornaron mal. Irene gritaba y lloraba cada vez que su pareja intentaba tocarla, ambos no sabían qué ocurría.

Irene fue al psicólogo y descubrió que cuando era pequeña fue abusada por el jardinero de su casa. “Para mí recordar fue un golpe fuerte, tenía tres años cuando ocurrió y mi mente lo bloqueó”, contó.

Luego de un tiempo en terapias, Irene retomó su vida, pero su matrimonio acabó. Para ella enfrentar la violación le permitió seguir adelante.

“No sabía que el cerebro puede ocultar un hecho indeseable. Trato cada día de perdonar. También cuido a mis hijos y oriento a otros para que no tengan miedo a denunciar si sufren de abuso sexual”, expresó Irene.

El transporte público, un nido de abusadores

Sofi tiene 29 años y para ir al trabajo debe tomar un bus desde zona 21 a Próceres, porque no le alcanza el dinero para comprar un carro. Viajar en camioneta es complicado. No solo porque encontrar un asiento vacío es difícil, sino porque también es necesario cuidarse de los hombres.

“Ya eran las cinco de la tarde y el tráfico en zona diez era insoportable, venía sentada a la par de una mujer y según yo estaba segura”, dijo.

La mujer y Sofi empezaron a conversar. De pronto, ella comenzó a poner su mano en el muslo y a acariciarla.“No podía creer que estaba siendo acosada por alguien de mi mismo sexo. Intenté quitarle la mano, pero insistía en subirla más. Me dijo que me dejara, que nadie se daría cuenta y que lo iba a disfrutar”, contó.

Sofi se sentía desesperada, no había manera de levantarse. Empezó a llorar. Otra señora la vio y la ayudó. Fue así como se levantó y bajó inmediatamente del bus.

“No dudé en ningún momento en bajarme, estaba abusando de mí y la única persona que me quiso ayudar logró que me levantara de mi asiento. Ahora no solo se debe cuidar de los hombres, sino de las mujeres también”, expresó Sofi.

“No es no”

Marcela, de 27 años y con un futuro prometedor en el campo de las ciencias sociales decidió ir a un seminario que se celebró junto a otros colegas de la misma empresa. El hotel, transporte y comida lo financió y gestionó la compañía. Por esta razón, todos se hospedaron en el mismo lugar.

Al llegar decidieron salir por unas copas, pasada la medianoche algunos ya se encontraban en estado de ebriedad. Todo empezó con una “declaración de amor” por parte de uno de sus compañeros. Ella, le explicó que no estaba interesada. Él insistió en que si no iban a “salir” al menos deberían de pasar una “noche alegre”.

Él la tomó de la cintura y se acercó. “Te va a gustar. No voy a defraudarte, te lo prometo. No voy a decir nada en la oficina”, le comentó. Marcela se intentó separar y la tomaba con más fuerza. “Me sentí impotente. El miedo me invadió y por mucho que tratase no podía zafarme de sus brazos”, dijo.

Una compañera de ella pasó por el pasillo y al ver esto intervino. Él dijo: “La noche se pone cada vez mejor. Ahora somos tres”, contó Marcela.

Ambas decidieron irse a uno de los cuartos. Él las siguió pero nunca le abrieron la puerta. “Quizás se cansó. No sabemos por qué se fue, pero nos alivió. El consumo de alcohol no justifica que un hombre se propase con una mujer. No es no. El miedo a perder el trabajo fue mayor. Y tanto yo, como mi compañera callamos. Al cabo de unos meses renuncié. Hoy lamento no haber denunciado porque es la única manera en la que cambiaremos las cosas”.

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