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Guatemala era un caos por esos años, mientras dos bandos se debatían por imponer su ideología, en San Juan Comalapa, Chimaltenango, los Chacach seguían con la tradición. Como cada noviembre el ajetreo familiar se debía a una y solo una cosa, la llegada de las fiestas de fin de año. Y así pasó el 1969, cuando nació Rolando, mientras la familia seguía con el negocio heredado de sus abuelos.

Cuando no ayudaba a su familia en las tareas de la agricultura o daba de comer a los animales, esperaba. Esperaba que el cielo se impregnara de colores, naranja, rojo y celeste mientras el frío se dejaba sentir en la cara. Así sabía Rolando que las fiestas de fin de año se aproximaban y lo que él recuerda como “la época más alegre”.

Los fines de año, de Rolando, transcurrían entre alambres, chicharras, chiriviscos y pinabetes. Estructuras con malla de gallinero forradas de piñas de conífera, tiras de manzanilla y pintura plateada para cubrir los esqueletos de fallecidos árboles, engalanaban la casa familiar.

Y de todo esto lo mejor, recuerda con medio siglo sobre la espalda, era el viaje a la capital. “Se verían cosas de las que la gente hablaba y contaba en el pueblo”. Muchas luces de noche, carros de carreras y edificios altos como los palos más hermosos de San Juan. Así era como se imaginaban sus paisanos la insípida urbe de aquellos años.

De la venta en El Trébol, le quedan recuerdos del bullicio y la temporada en que la capital se convertía en su lugar de residencia. Luego, la cosa cambió, ya el arriate central no fue el lugar y la moda evolucionó. “Ya nadie quería los palos de chirivisco, ni los arboles de chicharra” y algo había qué hacer.

Y fueron las ramas de guachipilín y bejuco las que le dieron la inspiración. Durante más de tres años la familia experimentó con el nuevo material. “Probamos hacer de todo, pero nada funcionaba, luego se nos ocurrió que podíamos hacer formas de animales”.

Y fue así como se pasaron tres navidades tratando de sobrevivir con lo que quedaba del gusto por los árboles de chicharra. Cuando la idea estuvo completa y lista para la manufactura, toda la familia se esmeró en aprender a ejecutarla.

Los Chacach han dominado el arte de hacer figuras de ramas, al punto de que les toma unas dos horas en armar un venado de tamaño grande y la mitad uno pequeño. “Lo más trabajoso del proceso es recoger el material, lavarlo y secarlo”.

Este 2019, Rolando celebra su año número 38 de venir a la capital a vender sus artesanías. Y junto a él, Esdrás, su hijo de 22 años, quien se ha especializado en la elaboración de ranchos para el nacimiento. Con el mismo entusiasmo de cuando tenía 12 años, trajo 50 venados y en menos de 4 horas solo le quedaban 4.

Podrá ser su entusiasmo, su actitud frente a la vida o el amor que tiene por la época de Navidad la que le hace ver de otra forma su estadía en el mercadillo más antiguo de la capital. No hay frío, ni incomodidad o tristeza por dejar a la familia en el pueblo. Para Rolando es un momento de felicidad que llenará de recuerdos sus 19 días en la Nueva Guatemala de la Asunción y además le dará qué contarle a los San juaneros. 

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