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Nuestro cuerpo es un mundo sensorial, el cerebro guarda cada sonido, olor, palabras o recuerdos que tenemos con el mundo exterior.

En ocasiones, un encuentro desagradable puede ser bloqueado, o no, de nuestra memoria. Camila era una niña querida y esperada por todos, así era como le decían sus padres, pero ellos no se imaginaban que el castillo que le construían a su princesa podría estar en peligro.

Tenía cuatro años, según recuerda Camila, cuando la persona que la cuidaba la tocó por primera vez.



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“Era muy chica para comprender qué estaba pasando”.

Pero, su vida fue marcada por aquel amigo de la familia en quien “nadie desconfiaba”, el amable, el amoroso con los niños, el temeroso de Dios, era un simple disfraz ante los padres de Camila. La verdadera careta de la persona solo ella la conocía.

“Se presentaba como el tío que cuidaba de mí, y sí es cierto, lo hacía, pero no como una niña quiere ser tratada”.

Esa persona era considerada como de la familia y por un tiempo le abrieron las puertas de su casa. Si sus padres salían, él ofrecía cuidarla, si iban al supermercado “por qué llevarse a Camilita, si se aburre la pobrecita”. Los adultos estaban cegados por esta persona y Camila tuvo que ser fuerte.



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“Muchos me preguntan, por qué no hablé. Y no les puedo explicar el miedo y la manipulación psicológica que tenía. Siempre fui tranquila y esto hizo que me cerrara aún más, según mis padres era por ser una niña bien portada”.

En ocasiones, cuando los padres salían, Camila quería correr a esconderse. No deseaba quedarse a solas con él. Por las noches se escurría sin que nadie se diera cuenta. Metía sus sucias manos debajo de su pijama para satisfacer su asqueroso placer.

“Cada vez que me tocaba, me quedaba helada como si estuviera muerta y creo que realmente me mató, mató mi inocencia”.

Pasaron los años y mientras Camila fue entrando en la adolescencia, su cuerpo cambió. Ya había dejado de ser una niña para convertirse en una señorita, aunque su historia seguía siendo la misma.

“Alguna vez me imagino que viste en las novelas o películas cuando alguien abusaba de esa pobre chica y ella se metía a la regadera y por más que se restregara no podía olvidar lo que había pasado. Esa era yo, llorando en la esquina de la regadera queriéndome matar”.

Una noche de improvisto llegó de visita a la casa, cuando los padres de Camila iban de salida. Por supuesto, lo dejaron entrar, porque para ellos era mejor que alguien de confianza cuidara a sus hijas. Esa noche, Camila para huir, llevó a la hermanita a su cama, pero eso no impidió nada. El hombre le dijo que se dejara, o iba a comenzar con la pequeña porque estaba seguro que ella no le iba a permitir eso.



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“Recordar diciéndome si me había gustado era lo más desagradable para mí. Me sentía vacía por dentro y no entendía por qué me pasaba eso a mí, si era buena”.

Camila quería morir, tenía miedo de que al hablar les hiciera daño a sus padres. En su desesperación por suicidarse, platicó con alguien que le ayudó. Los padres lo denunciaron y se lo llevaron preso. Luego de años de sufrimiento y silencio, Camila entendió que no había sido su culpa, con apoyo de su familia salió adelante.

Más de tres mil casos de abusos sexual, se registran en el país

En el 2014, según la PDH, se registraron en Guatemala, 4 mil 446 casos de violencia sexual, el cual tuvo un incremento de 888 más que el año anterior. Las niñas son las más vulnerables, pero los abusos también se registran en niños. No importa a qué estrato social o grupo étnico se pertenezca, este problema se da por igual.

Cuando hablamos de abusadores, en ocasiones nos imaginamos a personas con rasgos violentos, pero muchas veces se presentan como “amigables” dentro del entorno de las víctimas.

El remordimiento o la culpa, no siempre lo encontramos en los abusadores. Psicológicamente sus instintos más bajos buscan ser complacidos, también lo pueden hacer para desahogarse, sus impulsos y pensamientos carecen de control.

Ahora Camila busca ayudar a otras personas que pasaron por lo mismo.

¿Qué hacer en estos casos?

Muchas veces las personas afectadas tienen miedo, tanto físico como psicológico. Si los niños presentan estos indicadores, los padres deben indagar el motivo de estos sucesos:

-Parece retraído, deprimido o temeroso.

-Moja su cama.

-Sufre de pesadillas o problemas para conciliar el sueño.

-Tiene problemas de habla. En ocasiones pueden tartamudear.

-Dificultad para socializar.



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Es esencial que los padres pierdan la vergüenza de enseñarles a sus hijos sobre sus genitales e indicarles que deben cuidar toda parte íntima, sin que le permitan a nadie que los toquen. Los psicólogos recomiendan que se debe respetar cuando los niños digan “no”. Estar alerta ante cualquier señal, pero si lo presentan no pidan explicaciones directas a los menores, ya que a veces se les dificulta verbalizar el abuso.

Si estás siendo o fuiste abusado. No tengas miedo, no estás solo. Busca a una persona profesional y hablen sobre lo sucedido. A los padres de familia les hago un llamado para que tengan cuidado con quién dejan a sus hijos.

Vivimos en un mundo donde el temor y el respeto se ha perdido. Escuchen y crean en sus hijos. No teman denunciar al agresor, aunque sea de la familia. Eviten que la vida de sus hijos esté en peligro.



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Fuentes: PDH, Fundación Sobrevivientes.

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