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Jabes nunca imaginó al salir de su casa que desde ese momento su vida iba a cambiar.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Jabes y el pánico que sintió cambiaron su vida




Aquel 26 de abril, Jabes salió de su casa en Bosques de San Nicolás como todos los días.

Se había levantado temprano a pasear a sus dos perritos, Coco y Tofee. Y tomó su desayuno como siempre.

Le gustaba llegar temprano a su trabajo, un call center ubicado en un centro comercial. Su camino era siempre la calzada San Juan.

Su horario de trabajo era de 3 de la tarde a 11 de la noche. Y llegaba dos horas antes para tener un mejor parqueo.




La vida de Jabes era así desde que regresó de Estados Unidos a donde viajaba para trabajar en la albañilería o como acompañante de personas de la tercera edad.

A Jabecito, como le dicen en su casa, le agradaba atender a las personas mayores y a los niños de la iglesia todos los domingos a donde acudía con sus padres, hermanos y su abuelo, el pastor.

Se llevaba a los niños a la tienda para comprarles dulces y a los pequeños más pobres, al supermercado a comprarles víveres de su dinero.




Jabes sentía esa relación con los niños, quizás porque desde pequeño padeció una enfermedad que le cerró el esófago, hubo de intervenirlo de emergencia y someterlo a terapias del habla, motricidad y aprender a comer nuevamente.

Fue un niño distraído en el colegio. Pero nunca hubo una queja de él y ganó todos sus ciclos escolares hasta graduarse de bachiller.

Cursó el primer semestre de administración de empresas, pero sus constantes viajes a Estados Unidos, le impidieron terminar su carrera.




Todo era normal como con cualquier joven de su edad, hasta ese día de la manifestación de los alumnos de Comercio 2, que le cambió la vida.

Iba en su vehículo y a pocos metros visibilizó a un grupo de estudiantes que bloqueaba el paso.

Había cola, calor, gritos, bocinazos y jóvenes uniformados.

Al principio sintió curiosidad, después angustia y por último pánico.

El joven aprovechó el espacio que le cedieron a dos vehículos, pero cuando pasó, un tumulto de estudiantes se dejó ir encima a su vehículo y comenzaron a golpear el auto.




Los expertajes del Ministerio Público determinaron que el auto fue abollado con palos, golpeado con botellas y el vidrio de enfrente partido en pedazos. Quitaron a la fuerza la manija del vehículo para abrir la puerta.

Desde adentro, solo escuchaba voces que gritaban que lo sacaran para quemarlo.

¿Amenaza o intención? Eso queda para el juicio.

Él entró en pánico. No sabía qué hacer y aceleró el motor para salir de allí, sin saber siquiera el problema que iba a tener.

Estacionó su carro en un parqueo cerca de un centro comercial y llamó a su mamá.

Le dijo que estaba asustado, que no estaba seguro si había atropellado a alguien.

Así comenzó la odisea para este joven cristiano, que tuvo miedo de entregarse a las autoridades por un hecho que nunca pensó cometer.




Jabes guarda prisión, su vida y la de su familia cambiaron radicalmente.

Desde hacer fila a las 4 de la mañana para visitar a su hijo, hasta las primeras veces escuchar que a Jabes le gritaban asesino de niños.

Un año y siete meses después ha dedicado dos horas, cada día, a leer la biblia. Todo ha cambiado, ahora nadie lo ofende y se ha ganado el aprecio de muchos.

Sus días los sobrelleva entre ayudar a colocar las mesas y sillas en el comedor, dar clases de inglés a quien esté interesado y hacer ejercicios.

Hoy, Jabes es señalado en una historia que aún no está clara. Aunque la madre de la niña fallecida reconoció que fue un accidente, nadie olvida aquella sonrisa en tribunales que fue un malentendido cuando un camarógrafo lo lastimó y él lo disculpó con esa sonrisa.




Y mientras el día de su juicio llega, en abril de 2019, sus perritos, Coco y Tofee lo esperan como cuando llegaba de trabajar, solo que esta vez la espera durará un poco más.

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