Genocidio armenio. Quiebre de la civilidad y atentado a la condición humana imagen

El 24 de abril de 1915 marca sin dudas una bisagra para la extensa historia armenia. Una fecha luctuosa, que pone a prueba los límites de la civilidad y de la condición humana, demostrando de la peor forma qué es lo que ocurre cuando se subvierten los valores y los equilibrios geoestratégicos de la política se colocan por sobre la realidad y vulnerabilidad de los pueblos.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Marcelo Garabedian

Docente – investigador

Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe

FCS – Universidad de Buenos Aires. Argentina

Armenia es un país que se encuentra en la región del Cáucaso, entre Asia y Europa. Actualmente posee una extensión y una población diminuta, demasiado pequeñas para las dimensiones que conoce México. Su territorio posee casi treinta mil kilómetros cuadrados y su población apenas alcanza los tres millones de habitantes.

En su historia milenaria existieron varios hechos que la traen siempre a primer plano, entre ellos los relatos bíblicos del Génesis sobre el Arca de Noé y el famoso y mítico Monte Ararat. Alrededor del año 600 a. c. el libro de Jeremías nos habla nuevamente del reino de Ararat. Armenia, se conforma de la unión de las tribus Armení y Hayasá, desmembrados del antiguo reino de los Urartú en constantes guerras con los Asirios. Se poseen registros de Heródoto escribiendo sobre ellos. Este pueblo fue de las primeras civilizaciones en adoptar la religión cristiana y su monasterio de Etchmiatzín, erigido en el siglo IV d.c, al igual que el Monasterio de Khor Virap, se han transformado en sitios referenciales y lugares de peregrinaje para buena parte de la grey de la Iglesia Apostólica armenia y otros cristianos de la región y del mundo.

El 24 de abril de 1915 marca sin dudas una bisagra para la extensa historia armenia. Una fecha luctuosa, que pone a prueba los límites de la civilidad y de la condición humana, demostrando de la peor forma qué es lo que ocurre cuando se subvierten los valores y los equilibrios geoestratégicos de la política se colocan por sobre la realidad y vulnerabilidad de los pueblos.

Haciendo un poco de historia, el Genocidio armenio hunde sus raíces a partir el último cuarto del siglo XIX, con la consolidación de los nacionalismos en Europa y la reconfiguración del orden político y económico del continente, que potenciaba el declive y el resquebrajamiento de los límites del Imperio Otomano en Europa del Este. La derrota de los ejércitos del Sultanato ante las fuerzas del Zar en 1888 obligó a Turquía a firmar el Tratado de San Stéfano por el cual se entregaba la independencia a Rumania, Serbia, Montenegro y Bulgaria y también a garantizar la seguridad de la población armenia. También durante estos años comenzaron a aflorar los primeros movimientos nacionalistas armenios y la creación de sus partidos políticos, hecho que aumentó la desconfianza y la sensación de amenaza por parte de los gobernantes del imperio que entendían al pueblo armenio muy cercano y colaborador de los rusos. En este contexto se entienden las primeras masacres ordenadas por el Sultán Abdul Hamid II, quien ordenó como represalias el aniquilamiento de más de doscientos mil armenios.

En 1908 un golpe de estado de los oficiales que pertenecían al Comité “Unión y Progreso”, conocidos como los “jóvenes turcos”, imponen el restablecimiento de la Constitución de 1876, limitando las atribuciones del Sultán. Este proyecto político buscaba lograr una homogeneidad cultural y étnica, excluyendo y hostigando a las minorías. En este marco de recrudecimiento de la represión se explica la “Masacre de Adaná” de 1909, en donde fueron asesinados treinta mil armenios en dicha ciudad junto al saqueo e incendio de sus casas e iglesias.

A partir del año 1910, el Imperio continúa su proceso de fragmentación con la pérdida de Trípoli en manos de Italia y con la derrota de la guerra balcánica, que comienza en 1912, resigna Macedonia y Albania y finaliza con la cesión de la Isla de Creta a Grecia. Estos hechos originaron el desplazamiento de la población turca desde Europa del Este hacia la región de Anatolia, agravando la convivencia entre musulmanes y los armenios apostólicos, ya convertidos en chivo expiatorio de la debacle del Imperio Otomano.

Las consecuencias de la derrota bélica y del desmembramiento del Imperio trajo consigo el golpe de estado de 1913, el fin del Sultanato y la consolidación del proyecto “panturco” que implicaba la homogeneización de la población y la exclusión de las minorías, que incluían a los asirios, griegos y fundamentalmente, a los armenios. El gobierno de los “jóvenes turcos” consolidó su proyecto “nacionalista turco” sobre la base del exterminio de las minorías. El inicio de la Primera Guerra Mundial de 1914 y el ingreso de Turquía como aliada del Imperio Alemán, Italia y el Imperio Austro Húngaro, fue visto como una oportunidad de llevar adelante el exterminio y la posibilidad de recuperar parte de la grandeza perdida a lo largo de los años.

En abril de 1915, el Genocidio comienza con el encarcelamiento y ejecución de más de 250 líderes comunitarios armenios. En mayo de ese año se establece la infame “Ley temporaria de deportación” que implicaba el traslado de la población armenia (en su mayoría mujeres, niños y ancianos, ya que los hombres habían sido alistados en el ejército turco para realizar trabajos forzados o enviarlos al frente de batalla en una casi segura muerte). En este traslado forzoso hacia Siria a través del desierto de Deir ez Zor se calcula que perecieron alrededor de seiscientos mil armenios.

Con el final de la Primera Guerra Mundial y la derrota de Turquía y sus aliados y la resistencia del ejército armenio, se establecieron las condiciones para la creación de la Primera República de Armenia en 1918. A través del Tratado de Sèvres, Turquía fue obligada a reconocer su existencia en 1920. En ese mismo año, Armenia se incorpora a la URSS y parte de los territorios y la población armenia se reubica en Azerbaiyán, Georgia y en los territorios de Turquía.

El “Incendio de Esmirna” de 1922 fue una prueba palpable que Mustafá Kemal Atatürk no respetaría los tratados firmados y continuó con la represión hacia las minorías con su política de exterminio y deportación. De los más de dos millones de armenios que habitaban en el Imperio Otomano, un millón y medio fueron asesinados y junto con ellos cerca de doscientos cincuenta mil griegos y un número similar de asirios.

Hampartzoum Mardirós Chitjian fue un sobreviviente del Genocidio que escribió sus memorias tituladas “Al filo de la muerte” (Publicadas en México en 2012). Allí describe un poco el sentimiento de los armenios con respecto a su historia trágica que se transmite entre generaciones. Dice “soy una de las víctimas que milagrosamente escaparon de los actos históricos, bárbaros e incomprensiblemente inhumanos de la conspiración del gobierno otomano de 1915. Uno nunca sobrevive a un Genocidio. Físicamente, es posible escapar, pero la mente y el alma sufren un tormento permanente. Cuando alguien visita el infierno, queda marcado de por vida.”

Hoy, después de más de un siglo de estos sucesos, nos encontramos ante una nueva reconfiguración de la geopolítica mundial, y nuevamente Armenia, junto a otros pueblos, reaparecen en la portada de los diarios de una manera que estimábamos no volvería a ocurrir. Observamos tristemente los sucesos de la República de Artsaj (Nagorno Karabagh) y su conflicto bélico con Azerbaiyán y el asedio constante al que es sometido el pueblo armenio. Entendemos que es necesario seguir denunciando estos actos, crímenes que enlutan y ofenden la condición humana, para que sean las propias ciudadanías de cada país las que pongan freno a la ambición y la falta de escrúpulos de quienes toman las decisiones. La geopolítica, las finanzas, los recursos naturales y el “equilibrio de poder” vuelven a aparecer ante una sociedad global que observa estupefacta e impávida cómo se vuelve a poner en peligro el bienestar de sociedades enteras.

Las consecuencias de no condenar a los responsables del genocidio y la imposibilidad de las potencias por evitar las constantes violaciones del Estado turco a los tratados internacionales, llevó a decir a decir a Adolf Hitler en los momentos previos de la invasión alemana a Polonia, “¿quién se acuerda hoy de la matanza de los armenios?”. Una anécdota demasiado peligrosa que es necesario no olvidar. Por este motivo, se torna imprescindible continuar denunciando en todos los foros internacionales el negacionismo del Estado turco, aún cuando la mayoría de los países de la EU y de América Latina y Canadá se han pronunciado con su reconocimiento en sus parlamentos nacionales (como lo hizo el senado de México en febrero de 2023) y regionales. Observando la trágica historia del siglo XX, entendemos el por qué es necesario lograr que la tragedia del pueblo armenio sea reconocida por todos los Estados y los organismos internacionales. Ese sería un primer avance hacia un orden internacional que garantice la supervivencia de los pueblos.

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