Eugenia, la ama de casa, madre y maestra imagen

Eugenia, quien durante la mañana y tarde, se divide entre maestra y madre de alumnos, se conecta a la plataforma para atender a sus alumnos desde las 7:30 de la mañana y dar clases.

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Eugenia es una de esas heroínas de todos los días. Esas que cuidan de sus hijos, alumnos, marido y del oficio, todo sin salir de casa. Son ya seis meses de que su rutina cambió, dejó el mundo afuera y su tiempo lo divide entre clases, el oficio, la comida y limpieza, todo desde que comenzó la pandemia. 

Y para atenderlos a todos ella y su esposo, Erick, con quien lleva casada más de tres lustros, se han reinventado los roles del hogar. Él, un vendedor de insumos para la construcción, se cuelga el delantal y ha tomado la cocina para aliviar la carga diaria de Eugenia. “Le cocino por las noches la cena y el almuerzo del día siguiente, para que ella pueda dar clases”, asegura.

La joven pareja también ha tenido que adecuar el presupuesto familiar para poder cumplir con las exigencias de la maestra y los niños. “Antes solo teníamos una computadora en la casa, la usaba solo Juan, el de 15 años”, comenta. Pero, con la llegada del “homeschooling”, se hizo necesario invertir en otras dos máquinas. Una para el pequeño Carlos, de 7 años y otra para Eugenia, pues su laptop no era suficiente para correr el programa de enseñanza que utiliza el colegio donde trabaja.

Al gasto de las computadoras se sumó un incremento en la necesidad de más capacidad de internet, que el que les ofrecía su compañía. El servicio que tenían era bueno para una persona conectada y medianamente para dos. Pero con tres personas y las aplicaciones de videoclases, este se volvió insuficiente. “De un plan de Q300 mensuales, tuvimos que migrar a uno de Q600 para que los tres pudiesen conectarse al mismo tiempo”, afirma Erick.

Eugenia, quien durante la mañana y tarde, se divide entre maestra y madre de alumnos, se conecta a la plataforma para atender a sus alumnos desde las 7:30 de la mañana y dar clases. Por disposiciones del colegio, a donde asisten sus hijos, estos deben estar uniformados y arreglados para poder permanecer en la clase virtual, cosa que ella supervisa. Junto a ella, toman sus lugares para aprender, uno en el estudio y otro cerca de ella.

Entre dudas, comentarios y reniegos de sus instruidos, Carlos se suma y aporta sus propias inquietudes. Y es durante las pausas de trabajo, que Eugenia aprovecha para aclararle. “Con el grande no es tanto el problema, es con el pequeño que hay que estar pendientes, pues a veces hasta se sale de la clase pues se aburre con mucha facilidad”, Eugenia.

Eugenia debe estar también pendiente de que sus alumnos pongan atención y participen de la clase. En una ocasión se percató de un alumno que no hablaba, pero estaba allí. “Se movía y asentía con la cabeza, pero no participaba”, recuerda. Eugenia con la astucia de sus 10 años como educadora, lo abordó, pero este no dejaba de mover la cabeza sin mediar palabra. “Detuve la clase y le pregunté cosas muy puntuales, pero no respondió”, recuerda.

Luego de un momento de risas de los compañeros, Eugenia se dio cuenta que su alumno había colocado un video que corría durante la clase. Fueron los mismos compañeros quienes le dijeron que se había grabado un día antes y solo había puesto el video para aparentar presencia. El caso fue elevado a la dirección del colegio.

A media mañana, el menor de sus hijos pide refacción durante el receso de 15 minutos que le dan sus profesores. Mientras que el grande deja por un lado la computadora para ir al baño o a la cocina. Eugenia aprovecha el tiempo de receso para atender a sus hijos y darles algo de tomar y comer. “No es mucho tiempo, pero les doy un sándwich y jugo para que puedan seguir con las clases”, asegura Eugenia.

Después del receso, todos vuelven a sus clases. Y durante dos y media horas más, Eugenia, Juan y Carlos (en menor medida) atienden sus obligaciones. Llegado el final del día escolar, la familia cierra sus computadoras para almorzar. Comida que Erick dejó preparada una noche antes, con el fin de alivianar la carga de su esposa. “Él me deja la comida hecha y yo ya solo la tengo que calentar y pasársela a los niños, menos mal”, asiente la madre.

Luego del almuerzo y un breve descanso, el trío comienza la tarde con las tareas del día. Mientras, Juan trabaja en sus deberes, Carlos le pide ayuda y ella comienza a preparar la clase del próximo día. “Le dejo que haga lo que puede y luego le ayudo con lo que no, mientras tanto organizo el material que daré al día siguiente”, asegura la madre.

Terminadas las tareas, los niños se van a jugar, mientras Eugenia comienza a calificar el trabajo del día y finaliza la programación de las próximas clases. Dan las siete de la noche y la hora de cena se acerca. Es en algún momento de esta etapa que vuelve a casa Erick, quien revisa las tareas de sus hijos y comienza a preparar la comida del día siguiente.

Entre tanto, Eugenia concluye sus obligaciones de maestra y se prepara para pasar la cena y luego hacer la limpieza de la casa. “Después de cenar, lavamos platos y me pongo a limpiar la casa”, asegura. Barrer, trapear, lavar ropa y llegan las 10 de la noche. Mientras, Eugenia termina de arreglarse para dormir, Erick ya ha puesto a los niños a dormir y se dispone a bajar a la cocina. Y el ciclo comienza de nuevo.

Y aunque la joven pareja está muy contenta por la próxima llegada de las vacaciones, ahora el dilema que les atormenta es otro. “Qué hacer con los niños encerrados en la casa, sin clases y con tanto tiempo libre”.

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