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El 19 de mayo llegó a la casa de su hermana. Hizo su mayor esfuerzo para que su inquietud no se notara. Pero, Brenda sabía que algo le pasaba, pues era la mayor y le conocía demasiado bien. La plática fue interrumpida por las hijas de Brenda, que demandaban su atención y antes de darse cuenta, Roberto se había marchado. Esa tarde, la noticia en la agencia de automóviles se hizo pública, había un infectado y el tormento de Saúl comenzó.

“Dicen que donde trabaja el tío hay una secretaria y que el esposo está infectado”, recuerda Rony que le dijo su hija de 14 años. De inmediato, tomó el teléfono y le llamó para pedirle explicaciones de lo sucedido. Saúl, sin más, dijo que era cierto y que a los trabajadores les estarían haciendo pruebas para ver si eran portadores del virus.

“¿Pero, y entonces para qué viniste a la casa?, solo nos expusiste a todos”, le recriminó Rony a su cuñado. “Estoy asustado, tengo miedo y no quiero que me lleven al hospital de Villa Nueva”, recuerda que le dijo Saúl.

Rony recordó la visita de Saúl y de pronto algo en él se quebró y se dirigió a su esposa. ¿Te saludó de beso?, ¿qué cosas tocó cuando vino? Y ¿hasta dónde en la casa entró?, le preguntó descontrolado. La hija de Rony, en cambio, no dejaba de llorar y gritar. Se arrodilló frente a una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y le pedía que la librara a ella, sus padres y hermanos de lo que creía era una sentencia de muerte. “No sabía cómo calmar a mi hija y me senté a rezar con ella”, recuerda el encargado de mantenimiento de un condominio en la Carretera a El Salvador.

Unos días después, en su trabajo, un incidente le volvió a quitar la calma. Uno de los tres compañeros de Rony, que llevaba varios días de sentirse mal, colapsó. De pronto, Cupertino comenzó a quejarse por no poder respirar, la angustia y el sudor hicieron entrar a todos en pánico. Rony quería saber qué le sucedía y Cupertino calló.

“Decime qué te pasa, soy tu jefe, decímelo ahorita, estás enfermo con esa babosada”.- Rony Cruz

Como pudo le dijo: “Donde vivo hay una señora que está enferma y no sé si yo también”. De acuerdo con Rony, una llamada a la esposa de Cupertino, para avisarle del colapso de su esposo le confirmó que en el vecindario, de la zona 18, ya había un caso. “Es una señora que vive en un cuarto en el tercer nivel, pero nosotros nunca la vemos”, le dijo a Rony. Según Rony, la pareja decidió no avisar nada en el trabajo por miedo a quedarse sin el sustento que Cupertino llevaba a la casa y la posibilidad de que lo encerraran en el hospital.

“Mire, comprenda que nosotros vivimos del trabajo del Cuper y si se queda sin eso no tenemos nada”, le dijo la esposa de Cupertino.

Cupertino se fue con los bomberos y los compañeros se quedaron con la duda. “Si está enfermo y me pasó alguna herramienta, si me tocó y no me di cuenta”, pensaban los tres mientras esperaban los resultados. Entre tanto, en la colonia de Cupertino la noticia corrió por todas las viviendas. Una vecina estaba enferma y ahora a Cupertino lo habían sentenciado, los vecinos estaban inquietos. “Querían que nos fuéramos de la casa y teníamos miedo que nos apedrearan si no nos íbamos”, le contó a Rony la esposa de Cupertino.

Rony recuerda que fueron días terribles. Por un lado, su cuñado podría estar infectado y por el otro su compañero de trabajo también podría estarlo. “Mire no sabía qué hacer, pero creí que debía decírselo a alguien”, recuerda. A sabiendas que podría estar infectado, pues en el trabajo y la casa dos personas podrían habérselo transmitido se decidió. Con miedo, pero convencido que era su responsabilidad, fue con su supervisora y le dijo que en su casa también había otro caso, que probablemente él estaba infectado. “Lo único que no quería es que me llevaran a uno de esos hospitales del gobierno, allí la gente se muere”, aseguró Rony.

La encargada le instó a mantener la calma. “Vamos a hacerles pruebas a todos y cuando tengamos los resultados veremos qué hacer”, le dijo su jefa. Mientras estos llegaban, se reforzó el distanciamiento entre todos los trabajadores del condominio. “Nos hicieron horarios para mantenernos separados y evitar que nos topáramos”, recuerda. Debíamos lavarnos las manos cada hora, usar gel y tomarnos la temperatura dos veces al día, recuerda.

Días después, la empresa donde laboraba Saúl recibió los resultados. “Saúl no tenía el virus, creo que fue porque él se dedicaba a lavar carros y nunca veía a la secretaria, o algo de Dios usted”, aseguró el cuñado. Los de Cupertino fueron igual de alentadores, se trataba de una gripe mal cuidada y a los pocos días volvió al trabajo.

De la experiencia que vivió con su cuñado y su compañero de trabajo, Rony concluye que a veces el silencio se vuelve la única opción. Una que se nutre del miedo al hambre de la familia y al rechazo de la comunidad. Y aunque vivió de cerca dos posibles contagios, hoy asegura comprender las razones de Cupertino y Saúl y comparte que “ser internado en un hospital público nunca va a ser una opción”.

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