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Cristina está muerta y nada nos daría más paz que encontrar lo que queda de ella







La foto de Cristina siempre está en la mesa del comedor.

Eso es para que sus hijos, Roberto y Mercedes no la olviden, dice Angelis su madre.

Angelis pasó de ser la abuela para asumir un rol de mamá de los dos niños después de que su hija fuera desaparecida un 6 de julio de 2011.







Y siete años han pasado y Angelis no habla de Cristina como si estuviera viva.

Mi hija está muerta y nada nos daría más paz que encontrarla y saber que habrá una tumba para ella.

Porque en 7 años han recorrido barrancos, ríos, cementerios, sitios baldíos, hospitales, morgues, buscando su cuerpo o lo que quedaba de él.

Las llamadas en siete años entraban al celular de la familia y decían que habían visto a Cristina descuartizada en una carretera, o que andaba caminando desnuda en un lugar o que estaba en un hospital, muchas fueron las falsas alarmas que recibieron dice Angelis.







En cada rincón de la casa, Angelis tiene el rostro de Cristina.

Con sus hijos cuando estaban pequeños. El rostro cuando era una niña, riendo o trabajando.

Es lo único que tienen de ella, porque todas sus cosas quedaron en la casa donde vivió con su verdugo, Roberto Barreda. Y donde Angelis no puso un pie más que una vez por dolor, miedo o tristeza.

Para Angelis esa ha sido una parte difícil de asimilar, “porque es Cristina quien debería estar disfrutando de sus hijos. Pero no se lo permitieron”, dice con la mirada brillosa por las lágrimas que no permite bajen por sus mejillas.




Angelis tiene 65 años ahora. Ella tenía 59 años cuando Cristina desapareció.

¿Que si he soñado a Cristina? Dos veces. Le hubiera gustado tenerla en sus sueños más tiempo, pero no, y le pide a su ángel de la guarda, -que es como le llama- que la ayude a educar a los niños que ahora se han convertido en su ir y venir día a día.

Y aunque dicen que el tiempo borra recuerdos, los de Angelis están allí y trae a su mente cuando Cristina llegaba con un plato de comida que había preparado o unas galletas.







Porque le gustaba cocinar. Cristina hacía de todo, tomó un curso de caligrafía y rotuló las invitaciones de boda de sus primas. Cuando ocurrió el año de la tragedia, estaba tomando un curso de jardinería.

“Creo que va a haber un día que nos vamos a tener que resignar que su asesino, salga de la cárcel como un angelito”, presiente.

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