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Sebastián y Mónica mantenían un noviazgo de tres años, pero el día de dar el gran pasó llegó. Así que él decidió irse de viaje con su entonces novia a Petén, para que el templo del Gran Jaguar fuera testigo de lo que sucedería. Salieron desde jueves por la noche, para estar la mañana de viernes en Flores y se hospedaron en un hotel a la orilla del lago. El viernes visitaron la isla, comieron lo tradicional del lugar y el sábado empezaron su travesía a los templos.

Llegaron temprano, porque querían ver el amanecer y aprovecharon que no había muchos turistas. Cuando estaban en la cima del templo IV, Sebastián puso una rodilla en el suelo, sacó una caja de su bolsa del pantalón y le mostró a Mónica un anillo, quien se emocionó. Entonces, le preguntó si quería ser su esposa, ella aceptó de inmediato y los pocos viajeros que estaban presentes aplaudieron.

Al regresar al hotel establecieron fecha para la boda. Tenían 10 meses para organizarla.

Mónica empezó a buscar vestidos rápidamente al regresar a la ciudad, porque quería verse bien el día de su casamiento. 

Ellos se propusieron contratar empresas pequeñas para su enlace matrimonial, para ayudar a los pequeños empresarios, entre ellos estaba decidir el establecimiento para la compra de sus anillos de bodas. Un amigo les recomendó un lugar en la zona 4, en donde las argollas las realizarían a mano y a su gusto. 

Sebastián fue el responsable de buscar los diseños y encargarlos, ya que quería que los anillos fueran artesanales.

Estaba emocionado por su adquisición. Llegó al local vio algunas propuestas y tomó la decisión. El costo de las argollas era de Q8 mil, a Sebastián no le importó ese precio, pues las iban a usar toda la vida.

Faltaban dos meses para la boda, cuando le dijeron a Sebastián que revisara y aprobara los anillos que estaban aún en bruto. Cuando llegó algo no le parecía normal, ya que la que sería su argolla era extremadamente grande y eso le llamó la atención, pero se quedó callado. 

Los anillos fueron entregados a tiempo, les quedó a la pareja y todo estaba perfecto. 

El día para dar el sí, llegó. Mónica usaba un vestido blanco y Sebastián un traje negro. Ambos prometieron amarse por el resto de sus vidas en un jardín en Antigua Guatemala.

Al regresar de su luna de miel, el amigo que le había recomendado la joyería a Sebastián lo llamó, para contarle que lo estafaron, pues había encargado unos anillos, pero no eran las piedras que pidió y canceló. 

Sebastián se intranquilizó y con Mónica decidieron llevar sus anillos para evaluarlos en una prestigiosa joyería, en donde les indicaron que el material de los mismos no era oro, sino acero inoxidable, ambos se sorprendieron y molestaron.

Sebastián colocó una denuncia ante la DIACO, por estafa, debido a que pagó Q8 mil en los anillos y no costaban ni Q500.

Sebastián le recomendó a su amigo que también pusiera la denuncia, para que pudieran tener más peso y mostrar que no habían sido los únicos.

Mónica y Sebastián le dieron seguimiento a la denuncia hasta que llegaron a una junta conciliatoria con la joyería que los estafó y les pagaron el total del dinero que ellos dieron por sus anillos, además de una remuneración económica por Q1 mil, por los inconvenientes causados.

La joyería la cerraron por estafa. Mónica y Sebastián recuperaron su dinero, el cual les sirvió para elaborar los anillos nuevos y bendecirlos en la iglesia. 

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