Así los humillaron al pedir empleo imagen

Pero años más tarde, este atrevimiento le haría pasar uno de los momentos más incómodos de su vida. Tatuajes, el reflejo del retardo social en Guatemala.

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Quería hacerlo y a los 16 no pudo esperar más. Con algunos ahorros y los ingresos del trabajo de tarde en la venta de muebles de sus padres, junto los Q800 que le costaría marcar su piel. Pero años más tarde, este atrevimiento le haría pasar uno de los momentos más incómodos de su vida. Tatuajes, el reflejo del retardo social en Guatemala.

Era el encargado de ventas de una exitosa empresa de muebles. Durante 8 años laboró intensamente para llegar al puesto de sus sueños, uno que le permitió comprar carro, casa  y equiparla completamente. Pero el COVID-19 lo cambió todo. De una semana para otra, dos gerencias se convirtieron en una y Gregorio Alvarado no tenía más cabida en el negocio.

Con el cinto apretado y los ahorros que tenía, logró pasar 2021. Pero para comienzos de 2022, la situación era otra. Los pagos de la casa comenzaron atrasarse y las facturas mensuales a juntarse. Así que comenzó la búsqueda de un nuevo empleo.

Actualizó su CV, desempolvo libros sobre entrevistas de trabajo y preparó sus mejores trajes para la ronda de citas que se vendría. Todo listo, y con 8 años fuera de esos menesteres, Gregorio estaba un poco nervioso. “Fui a unas 12 empresas, pero lo que ofrecían no pagaba las capacidades y experiencia, por lo que decidí bajar mis expectativas salariales”, recuerda.

Cuando salario y experiencia se empataron de nuevo, Gregorio creía haber encontrado el lugar. Era una empresa grande, sí. Una propiedad de una familia y los puestos se discutían entre ellos antes de otorgarlos. Era una familia que practica una de las ramas más recalcitrantes de la fe católica. Eran del Opus Dei.

Al principio no les prestó mucha atención a las creencias de la familia. Pero fue cuando llegó a la segunda entrevista, que se percató de lo que esta secta puede exigir. “Bienvenido, vamos hacerle unas preguntas y luego va a pasar a una prueba de polígrafo”, le dijo la gerente.

Tras una serie de cuestionamientos sobre su situación familiar, económica, habilidades y record de trabajo llegó la más difícil de las preguntas. “¿Tiene usted algún tatuaje, y de ser así que significa este para usted?”, le preguntaron.

Gregorio dijo la verdad, tenia un tatuaje tribal que se había hecho años atrás. Finalizado el polígrafo, volvió a la pequeña sala de reuniones, donde la fotografía del fundador de la empresa llenaba el fondo. Allí esperó por unos 5 minutos, cuando la gerente volvió. “Así que tiene tatuajes”, le dijo. “Uno”, respondió Gregorio.

“Pues bien, déjeme ver de que se trata, y para eso necesito que se quite la camisa o el pantalón para ver dónde lo tiene”, me dijo, recuerda Gregorio.

Gregorio había sido claro en decir que tenía un tatuaje, por lo que mostrarlo no tenía lógica. Pero en la empresa de los seguidores del Opus Dei, eso no importaba. “Si quiere tener un chance de trabajar aquí, o enseña el tatuaje o mejor retírese y no me haga perder mi tiempo”, amenazó la mujer.

Él no sabía que hacer, las cuentas lo ahogaban, pero lo que le estaban haciendo no era correcto. No habían pasado ni dos minutos cuando ella volvió a insistir. “Se va a desvestir para ver el tatuaje o no”, insistió. Finalmente, Gregorio no pudo más. Incómodo, humillado y con ganas de llorar por la impotencia comenzó a quitarse el saco.

Luego se aflojó la corbata y sacó de los ojales los botones de pecho y mangas. “Me di media vuelta, para que ella pudiera ver el brazo izquierdo y no verle a la cara, tenía vergüenza y quería irme de allí”, recuerda. Pero las preguntas de la mujer no se detuvieron.

¿Hace cuanto se lo hizo?, ¿Es de alguna mara?, ¿Ha vendido drogas alguna vez?, ¿Las ha consumido?, y la lista siguió. Todo esto mientras Gregorio estaba parado con la camisa abierta y desnudo de la cintura para arriba.

Para la gerente de recursos humanos de una transnacional que opera en el país, la practica de la empresa donde Gregorio fue a solicitar empleo no es correcta. A decir de Téllez, se debe consignar una pregunta sobre el tema de tatuajes, pero no tomar este tipo de medidas pues las considera un abuso.

“Mire esto es un abuso en todo sentido, esta persona debería ir a denunciar a la Procuraduría de los Derechos Humanos, pues la Inspección de Trabajo está saturada”, Ana Téllez.

Para la Asesoría de la Inspección General de Trabajo del Ministerio de Trabajo, lo que sucede en este caso es totalmente ilegal. “Someter a cualquier persona a una situación como la que se describe es una violación a los derechos humanos y de discriminación”, por lo que esto debe investigarse.

Pero la denuncia de Gregorio no es la única. Mujeres que también son sometidas a estas vejaciones, revisadas por hombres en las empresas están a la orden del día. Gloria Jiménez, sufrió un caso similar cuando fue a pedir trabajo como cajera de un supermercado. Allí se le pidió desvestirse y un ejecutivo de la cadena llevó a cabo la inspección.

“Fue re feo, me quedé en brassier y calzón, y el hombre no dejaba de hacerme preguntas, no pude más y me puse a llorar, al salir llame a mi mamá”, Gloria Jiménez.

Para el empresario Emilio López, esta práctica es justificada, más no correcta. “Mire en principio la inspección sirve para saber si la persona dijo la verdad durante la entrevista y el polígrafo”, asegura. Pero desde ningún punto defiende que se mantenga a una persona semidesnuda mientras se le pregunta por su vida personal.

A Gregorio le ofrecieron el puesto de trabajo, pero la experiencia que vivió le marcó demasiado. “Que clase de gente puede ser esa que habla tanto de Dios y a las personas las humillan de esa forma”, les dijo antes de declinar la oferta laboral. Gloria, en cambio no quiso volver a saber de ese supermercado, al punto que ya ni de compras va a esa cadena.

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