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El Y2K se convertía en una amenaza para la humanidad, nadie dejaba de hablar de lo que podía pasar, ¿fallarían las máquinas?, ¿se borraría todo? Fue en esta confusión que Luis Enrique decidió que para salir adelante debía cambiarse de lugar, tenía que dejar las tierras de Morales, Izabal y trasladarse a la urbe. Y fue este cambio el que le llevó a conocer la peor de las amenazas, la que nada tiene que ver con el cambio de siglo, la que te roba el sueño, la paz y de a poco te mata.

Con la intención de estudiar Administración de Empresas, se trasladó a la gran ciudad. Allí lograría lo que ninguno de sus cuatro hermanos, convertirse en profesional y de ganancia poder vivir el amor pleno. Uno al que en su tierra se refieren como “son reamigos desde chiquitos, hasta juntos se bañan”.

De una dirección se cambió a otra, primero fue una casa de huéspedes en la 12 calle. Allí las restricciones no le dejaban “ser”. Los horarios de los “caseros” y el control de quien iba y venía limitaban el amor. Luego se fue a vivir al Edificio Colón, en la 9a. calle y 11 avenida, en esa estructura floreció su relación y nuevamente un cambio. Uno de amor y de domicilio. Su antigua pareja, la que Luis califica como un verdadero infiel se fue tras otra colonia.

El cambio lo llevó a lo que sería su hogar durante 18 años. Mientras seguía su habitual ruta para tomar el autobús, se percató de un apartamento en alquiler. En la 17 avenida y 5a. calle, un modesto espacio de dos habitaciones, cocina, comedor y un baño.

Aunque el sector era poco recomendable, pues la línea del tren y los asentamientos del área de la zona 5 le daban al lugar una mala reputación, Luis encontró la manera de subsistir. Sus encuentros con delincuentes de “poca monta”, ladronzuelos de peine en bolsa trasera, se convirtieron en frecuentes. Pero fue su actitud la que le hizo superar esta dificultad.

“Aprendí que, si les daba un poco cada vez, podía evitar que me robaran”.- Luis Enrique

Y así fue. Los maleantes no se convirtieron en sus amigos, pero su presencia se convirtió en una constante en la vida de ellos. Luis iba y venía sin pena por el sector, considerado por muchos como zona roja.

“Lo más pintoresco de vivir allí siempre fue la presencia de las prostitutas, querían que fuera con ellas y los comentarios daban hasta risa”.- Luis Enrique

Nunca le mostré miedo, ni a las prostitutas ni a los maleantes y así logré hacer del sector el mejor lugar para vivir. Los ladrones ya le conocían, y Luis podía ir y venir sin pena, ya fuera antes de que se levantara el sereno o de que cayera.

Pero todo cambió el año pasado. Un viernes a las seis de la mañana, en la esquina de la 15 avenida y 7a. calle, el cadáver de una comerciante llegó a robar la tranquilidad de los siete vecinos del edificio. El cuerpo inmóvil fue el preludio de la transformación, que ni los vecinos de esta zona roja, podían prever.

“Dijeron que la mataron por extorsiones, que no pagó y así la dejaron”.- Luis Enrique

Los rumores de que algo está cambiando en el sector cobraban fuerza. Algunos aseguraban que la amenaza venía del fondo del barranco, que eran los menos privilegiados quienes encontraron una nueva forma de subsistir, pero no fue cierto.

La inquietud de los vecinos llevaba el terror tatuado en la piel. La MS18 había llegado al barrio de Luis Enrique y comenzó a hacer lo que mejor sabe, “robar el esfuerzo de los chapines honrados”.

A principios de septiembre, el turno fue el de la venta de repuestos, ubicada en los locales inferiores del edificio de Luis. “Esa mañana me levanté y las puertas del local estaban cerradas, algo raro pues es gente bien trabajadora”. Días después, una moña negra en la persiana le tomó por sorpresa.

“¿Quién se murió? Fue lo primero que pensé. Pero no, el dueño del edificio me dijo que nadie”.- Luis Enrique

Días de preguntar qué había sucedido, sin obtener respuesta, pasaron. Finalmente, el dueño del edificio, y de la venta de partes le confesó lo que ocurría. “Mire lo que sucede es que pasaron dejando una nota, en la cual dice que tenemos que pagar Q5 mil mensuales o habrá muertes”.

En Luis, la lucha entre sus hormonas la ganaron la progesterona y el estrógeno, no era para menos. Cada año durante tres meses su madre viajaba del occidente del país para estar tres meses con su amado retoño y fincaba su residencia 20 metros arriba del taller.

“Pensé en lo peligroso que sería para mi mamá entrar y salir de mi casa, imagínese que llegaran los extorsionistas y le pasara algo a ella”.- Luis Enrique

Como medida de protección los propietarios del edificio decidieron presentar una denuncia ante el Ministerio Público. Se intervinieron los teléfonos de los dueños y una vigilancia comenzó, las puertas de la venta de repuestos permanecieron cerradas y nada. Los días pasaron y tanto las investigaciones como la esperanza de Luis Enrique, de encontrar a los extorsionistas, cesaron.

“No pasó nada”. Lejos de eso, hasta los dueños del depósito de bananos de la vecindad comenzaron a pagar los Q200 semanales que les pidieron. De a poco la situación pasaba de complicada a invivible.

Desde entonces, sus salidas se volvieron más esporádicas. Antes de abandonar el edificio, una supervisión desde el balcón, asomar la cabeza por la ventanilla del portón y esperar a que la calle se despejara de extraños se convirtieron en una constante.

“Sabía que tenía que salir de allí, ya no podía vivir con esa zozobra y miedo, y como ya va a venir mi mamá no podía exponerla”. -Luis Enrique

Aunque reconoce que la extorsión no era directamente a su persona, su vida si se vio trastocada. La psicosis y la angustia no le dejaban dormir en paz. Las noches se volvieron espacios de vigilancia, cualquier ruido afuera era motivo de un sobresalto. Luis quería recuperar su vida, su paz.

Para ello, tuvo que poner diez cuadras entre su nueva vivienda y los tatuados. “Me fui y no lo pensé mucho”, solo dejó el lugar que conocía como hogar. Las jacarandas dejarán caer sus flores y los pasos de los penitentes pasarán por su antigua casa y Luis no estará allí para verlos. Tampoco irá a comprar a sus tiendas habituales, pero podría dormir en paz y esperar la llegada de su mamá sin angustia. Y la diferencia que ve Luis entre unos y otros es que:

“La diferencia entre los ladrones que conocía y los extorsionistas, es que los desconocidos no se tocan el alma en matar para demostrar sus intenciones”.- Luis Enrique

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