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El equipo de RelatoGT tuvo acceso exclusivo al Hospital General San Juan de Dios. Allí pudimos constatar que, entre la precariedad y la voluntad el personal de la salud sigue firme en su compromiso: “Salvar vidas”.

En una visita por los pasillos y salas de atención en el Hospital General San Juan de Dios, durante la crisis del coronavirus, se pudo constatar los grandes esfuerzos que el personal de salud de este centro asistencial realiza día a día. Apegados a las más estrictas normas de seguridad y sanidad, los doctores, enfermeras, especialistas y personal dan lo mejor de ellos en esta lucha. Esta es la realidad del hospital que, una orden religiosa fundara hace casi 400 años en Guatemala.

Corría el 1630, cuando desde México llegaron a nuestro país los hermanos hospitalarios de la Orden de San Juan de Dios, dirigidos por el padre Fray Carlos Cívico de la Cerda. Su destino, la vieja Santiago de los Caballeros y su misión administrar el hospital de la ciudad por orden del rey de España. “Deberán tratar a los habitantes de América como a los españoles”, rezaba el edicto real.

Casi 400 años después y luego de terremotos, crisis y una inversión de Q55 millones en 1978, finalmente la obra de Romeo Lucas García era inaugurada en 1983. El San Juan de Dios, ha sido el fiel compañero de los capitalinos, fuera durante la colonia o la época independiente. Y luego que en 1983 fuera inaugurada la sede que en la actualidad conocemos, este pasó a convertirse en uno de los hospitales más modernos de América Latina.

Foto: Hemeroteca Prensa Libre

A casi 40 años de su construcción y diseñado para atender a una tercera parte de la actual población, el San Juan de Dios no se rinde. Ha sobrevivido a crisis financieras, huelgas de sus empleados, falta de insumos, recortes presupuestarios y a la corrupción desmesurada de presidentes como Otto Pérez Molina y su compañera Roxana Baldetti. Pero ha encontrado la forma de mantenerse en pie y al servicio de los guatemaltecos.

Hoy, el San Juan de Dios ha tenido que reinventarse dentro de las carencias para, una vez más, atender a los más enfermos. De acuerdo con un personero del centro asistencial, se implementaron cambios para atender la pandemia. Mismos que se ven desde la entrada principal, donde una serie de huellas marcan el distanciamiento que las personas deben guardar antes de ingresar. “El uso de mascarillas y gel son obligatorios”, alerta el guardia de la entrada.

Entre estas modificaciones también destacan el cambio de las salas, habitaciones y áreas enteras del hospital para poder recibir a los infectados con el COVID-19.

Un ejemplo es la entrada de la emergencia, donde ahora funciona una sección de la cruz roja guatemalteca que se dedica a hacer hisopados para detectar a los infectados.

Otro es el área de personas con problemas respiratorios, que ha sido aislada y el acceso restringido para evitar contagios. A esta se le suma la pediatría, donde niños con el virus son atendidos bajo los más estrictos controles de seguridad. Todo con el fin de evitar más contagios y preservar la vida de los menores.

Por donde uno se mueva en el San Juan de Dios, el personal deambula cubierto de pies a cabeza. Hasta en el banco de leche materna, inaugurado hace nueve años, madres donadoras y personal de servicio llevan rostro y cuerpo cubierto. Según Ana Lucrecia Romero Escribá, jefa del banco, allí se producen de 60 a 67 litros al mes. “Pero, con la pandemia ahora son menos las donadoras, para los recién nacidos”. Hoy, las donaciones de leche materna se han reducido en un 50 por ciento, y esto no es bueno para el hospital y los niños que la necesitan, asegura Romero.

Desde la cocina, una que habría sido la envidia de los grandes hoteles de su época, salen los tres tiempos de comida para los pacientes. Contrario a las denuncias, durante el recorrido pudimos constatar que la historia de “una yuca y una tortilla”, en el San Juan de Dios no es cierta. En las charolas de la cocina y a la entrada de los cuartos, pudimos apreciar una porción de almuerzo que incluía pasta, pan, fruta, frijoles y una bebida de Incaparina.

Y en esos oscuros corredores, donde el personal va de un lado a otro y las marcas de camillas en las paredes cuentan las historias de enfermos, también honra la memoria. La memoria de algunos de los caídos en la lucha, de los que dieron sus vidas durante la pandemia para cumplir con su deber. Así una moña negra y un rótulo les recuerdan a todos que un día la familia del San Juan de Dios perdió a uno de los suyos. “Informa del fallecimiento de nuestro compañero Luciano Barán”.

Por sus corredores se logra apreciar la grandeza con la que fue diseñado el hospital. Pasillos anchos, salas amplias, elevadores y rampas para desplazar camillas conectan toda la estructura de más de 40 mil metros de construcción. Pero el gigante de a poco se queda atrapado en el tiempo y para Hermenegilda Xolix, la primera paciente del hospital, el lugar que vio en 1983 dista mucho de lo que ahora se ve. Pues la falta de inversión y mantenimiento de a poco colapsan al gigante.

El San Juan de Dios quedó atrapado por la codicia de los gobernantes, la falta de interés de los ministros de Salud y de un sistema que prioriza el pago de un asesor por Q41 mil 125 y no los sueldos de médicos que atienden a nuestros enfermos. 

A nosotros como guatemaltecos solo nos queda darle las gracias al personal de salud del San Juan de Dios y todos los hospitales del país, por cumplir con su parte del trato, aunque el gobierno no cumpla la suya. 

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