13 años en la cárcel, salió y dos días después, sepultó a su hijo imagen

Después de más de una década de encierro, Wendy no pudo compartir como madre y cuando salió su hijo pequeño fue asesinado dos días después, ¿quién soporta ese dolor?

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

13 años en la cárcel, salió y dos días después, sepultó a su hijo




Se llama Wendy. Tiene 46 años. Y su paso por la cárcel marcó su vida.

Un juez la condenó a 13 años de prisión en 2003.

Fue víctima de quienes buscan mujeres necesitadas de dinero, que no cuentan con apoyo para educar y alimentar a sus hijos.

Le dijeron que era fácil pasar por los controles del aeropuerto y le pegaron al cuerpo US$61 mil.




Cuando Wendy entró a prisión, perdió la oportunidad de ver crecer a sus tres hijos en ese entonces de 14, 16 y 9 años.

El más pequeño tuvo que enterrarlo dos días después que le dieran la libertad.

Él tenía 23 años, era bachiller y trabajaba para una tienda de comida rápida.

Recuerda que el 23 de octubre ella salió de prisión y el 26 ponía flores en su tumba, después que unos motoristas lo pasaran baleando.




Él fue a recibirla cuando egresó de la cárcel, lo abrazó, y ella le dijo que nunca más lo iba a dejar, sin saber que la dejaría dos días después.

Horas antes de morir su hijo se fue a cambiar, le dedicó una canción y le dijo que siempre que la oía se acordaba de ella, lo abrazó y fue la última vez que lo vio. En la noche lo balearon y murió.

Pero, Wendy no solo perdió a su hijo, también a su abuelo que falleció dos años después que la llevaran a prisión en Santa Teresa.




En 13 años se perdió la boda de su hija, los cumpleaños y la graduación de los tres niños.

La cárcel es otro mundo. Y uno de sus peores recuerdos en ese recinto lo guarda en su memoria.

La confinaron 35 días a una bartolina donde solo le daban de comer frijoles con piedras y en el peor de los casos con gusanos, todo por defender a una compañera de celda.

En el Centro de Orientación Femenina (COF) pululan ratas del tamaño de un gato, sus paredes roídas y manchadas resguardan pabellones donde están hacinadas las mujeres. Un pabellón para 24 lo ocupan 53 condenadas, algunas duermen en el suelo y solo cuentan con dos baños y dos duchas. 

La vida en la prisión lo cambia todo. Y a Wendy dice le formó carácter, porque aprendió a vivir con mujeres que robaban, se prostituían o eran capaces de matar para drogarse.




Wendy tuvo que adaptarse a esa gente y a la escasa atención que existen en los centros de condena.

El COF no cuenta con estímulo para las mujeres condenadas, ya que carece de fuentes de empleo en su interior donde ellas se puedan ocupar y ganar dinero, no tienen programas de capacitación para aprender un oficio. 

Ahí se vive amontonado, hay ratas del tamaño de un gato por todos lados.

Y lo único bueno que existe es la escuela donde se estudia la primaria y el básico, una cancha de fútbol y básquetbol donde lograba practicar un poco de deporte.

Al salir de allí, su hijo pequeño y su mamá fueron a recibirla y lo primero que hizo fue ir a darle gracias a la virgen de Guadalupe de la cual es devota y a comer hamburguesas.




Hoy, dos años después, aún tiene una úlcera que se le hizo dentro de la prisión porque tomaba muchas pastillas cuando murió su abuelo y tuvo una depresión.

La llevaron al hospital Federico Mora, y se pasaba durmiendo, no comía. Empezó a enfermar e incluso la llevaron varias veces al hospital, tuvo suerte, a otras les negaban el permiso y morían adentro porque allí no hay medicinas.

Wendy está libre por conducta, pero será en el 2022 cuando tramitará sus antecedentes penales y policíacos y podrá trabajar.

Por ahora, nadie quiere contratar a una ex presidiaria de 46 años dice, aunque su delito no fue robar, ni matar.

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