Todo sabe mejor con pastel y champagne imagen

Probamos espumantes, whisky, ron, escuchamos las ofertas, y proseguimos ya un poquito más felices.

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Este es un relato doble, un experimento textual en el que dos miradas retrataron el mismo lugar: Una exposición de bodas. La autora de este relato está agotada pero emocionada con la boda que han planeado junto con su novio por los último meses. Su contraparte, en cambio, dice que solo el hecho de pensar atender invitados le da una inmensa pereza.

***

Salgo del trabajo y me dirijo al hotel de la zona 10, al llegar me encuentro a mi novio, que llegó un poco antes y me espera en el lobby. Desde que entro se escucha merengue, sonando estridente desde el segundo nivel, ahogando al pianista que toca música clásica en el lobby. Llegamos a la entrada de la Expo, hay varias parejas registrándose en la entrada, frente a un corazón gigantesco hecho de rosas blancas. 

Al lado, un grupo musical está tocando en vivo, son los responsables del merengue. Nos toman nuestros datos, y me informan que está iniciando un curso de maquillaje y que luego habrá una pasarela de vestidos de novia. Sonrío, pensando en que mi vestido soñado está en mi closet desde hace meses. La señorita de la mesa de registro pregunta si es la primera vez que venimos, yo le digo “pues si, es la primera vez que nos casamos el uno con el otro” y me río. Me mira muy seria y me dice “es que hay gente que lleva 3 años viniendo al evento, muchos planifican con bastante anticipación” mientras nos da una bolsita de tela negra con un folleto brillante, la portada con una foto de película de unos novios al atardecer. Lo hojeo rápidamente y veo que tiene el directorio de los proveedores y tips para planear una boda, es tan grueso que tal vez si me tomaría tres años hacer todo lo que dice. Pasamos directamente al salón principal, donde nos invade un fuerte olor de lirios. Miro alrededor, a toda esta gente que está aquí porque tiene planes, ideas, que se decidió a lanzarse a la aventura que es decidir casarse. O talvez solo les urge reproducirse.



Fotografía Orlando Estrada

Nos adentramos en el salón y nos topamos con el origen del olor: una demostración super lujosa de arreglos florales y decoración. Lirios, rosas, aves del paraíso, cualquier cantidad de flores dispuestas en la mesa, colgando, en floreros, de todos modos. Es impresionante pero yo soy medio escéptica y a veces pienso si no será mejor ir a comprar un montón de flores al mercado y ya. Pero cuando uno entra a eventos como este, es como un mundo paralelo donde lo práctico y lo económico parecen conceptos muy distantes para todos.

De repente, nos vemos abordados por un chavo que empieza a hablarnos a mil por hora y automáticamente reconocemos que es salvadoreño. Está promocionando su empresa de fotografía, que maneja con su hermano. Nos acapara, contándonos de los paquetes que ofrecen, de su experiencia en otros países, de las opciones que tienen. Habla hasta por los codos. “Nosotros cubrimos todo su evento hasta el momento que quiera, aunque sabemos que llega un punto en que los invitados ya no están con la mejor imagen para fotos. Usted seguro no quiere una foto de su tío Juan ya despachurrado en una silla a la media noche”. Se ríe y nos reímos con él aunque ninguno tenga un tío Juan. Su oferta cada vez es más y más extravagante: drones para tomar video aéreo de la boda, albums de fotos recubiertos de cuero a 900 dólares, impresiones gigantes de las fotos en canvas. Nos baja el cielo, la luna y las estrellas. Por 900 dólares, creo que me podría comprar una vaca entera. O la estufa que necesitamos, por ejemplo. Además, me parece muy freaky tener un cuadro tamaño real de nosotros en la sala de la casa. Como aún no nos hemos decidido por un fotógrafo, lo escuchamos, pero en cuanto podemos, nos escapamos.



Fotografía Orlando Estrada

El recorrido sigue con una tienda de telas, otros tres fotógrafos, alquiler de smokings, mucho tul y cosas brillantes y…los stands de las distribuidoras de bebidas. Probamos espumantes, whisky, ron, escuchamos las ofertas, y proseguimos ya un poquito más felices. Siento que los stands de bebidas deberían estar al principio, así todos iríamos más optimistas para el resto del camino. Pasamos por las joyerías ofreciendo argollas, por quienes ofrecen una pista de baile de cristal con luces led, por los servicios de música y DJ. Nos ofrecen grupos de baile, imitadores de artistas, bailarines en zancos, entre un sinfín de cosas más, incluyendo crema humectante para manos y cuerpo. Porque ni modo, lo random no puede faltar.

Escuchamos por cortesía a quienes nos ofrecen servicios de planificación de bodas, sabiendo que nosotros estamos emocionados y felices planeando y no contrataremos uno de esos servicios. El fotógrafo salvadoreño nos dijo “los hombres quieren la boda, pero las mujeres la sueñan”. Sinceramente, no fui de las que a los 8 años soñaba con casarse, pero ahora ya me emocioné. Y contrario a lo que se piensa estereotípicamente de los hombres, mi novio está igual de emocionado. Además, dedicar una tarde a probar pasteles y champagne tampoco es taaaaan malo.

Nos acercamos al último tramo de los stands y de repente, nos encontramos a alguien que mi novio conoce. La chava nos presenta el stand en el que está trabajando, ofrecen invitaciones, decoración y alquiler de mobiliario. Hay cosas muuuuuuy lindas. Me enganchan los adornos florales y las mesas que tienen en exhibición. Una pequeña parte de mi piensa que antes de empezar a planear esto, nunca consideraba la posibilidad de alquilar mesas vintage ni la diferencia entre los mason jars y los floreros normales. Pero heme aquí, haciéndole preguntas de combos, si hay costos de transporte, si ellos montan la decoración, de todo. Me encanta encontrar lugares que encajan con el estilo de boda que queremos, algo simple, alegre, elegante y que no nos deje en bancarrota. Ella responde a todo, apunta nuestros datos y nos ofrece enviar por email toda la información de lo que nos interesa.



Fotografía Orlando Estrada

Que bueno que en la mañana lo pensé y me puse zapatos cómodos, esto parece maratón. Son más de las 7pm. Ya tenemos hambre, así que el resto del recorrido lo hacemos más rápido. Nos detenemos en un stand que anuncia decoración para eventos, con unos arreglos florales que si me gustan. Tienen unas flores que ni a palos me recuerdo como se llaman, pero les tomo foto y a ver si luego se me ilumina la cabeza. Esto es lo malo de estos eventos, uno ve tantas cosas bonitas que las ganas de tener de todo crecen y crecen. Pero como la cuenta bancaria no crece y crece, hay que enfocarse. Vemos un par de stands más y salimos. El grupo musical cambió y frente al corazón gigante de rosas blancas ya está montada la pasarela para el desfile de vestidos de novia. Todavía falta un rato para que empiece, pero ya hay gente sentada en las primeras filas.

Nosotros nos dirigimos a unos sillones que están a un lado y nos desplomamos en ellos. Procedemos a sacar todos los folletos, volantes y promocionales que nos dieron y a revisarlos. Solo nos quedaremos con los que nos interesan. El olor a lirios y los espumantes nos dejaron un poco mareados y estamos como en sobrecarga de información. Dejamos en la basura los papeles que no nos interesan, apuntamos los nombres de los proveedores que buscaremos después y listo. Vamos a cenar, platicando de todo lo que vimos en el submundo extraño y emocionante de las bodas. 

Lea aquí el Relato de una persona a quién el matrimonio no la enloquece

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