La tortura de aprender a manejar
Es una prueba difícil pero no imposible. Recuerdo que siempre quise comprar carro, pero no lo había hecho por falta de dinero y para ser sincera nunca me ilusionó. Conozco mi carácter y sabía que lidiar con muchos locos en esta jungla de pavimento no es precisamente de mis virtudes, ni mi paciencia estaba para tolerar tanto. Finalmente, adquirí el vehículo porque a como ha estado la situación del bus urbano, dije bueno es una forma de “protegerme” de la violencia, aunque no de mi hígado.
Aún me da pánico, pero he logrado con el tiempo adquirir más seguridad al volante. Pero eso me ha tomado cuatro años desde que empecé con mis clases de manejo. Y es que al principio sientes que todos se van a estrellar contigo, huelen a kilómetros la inseguridad, entonces se aprovechan para pasarte veloz al lado, rebasarte con prepotencia y bocinarte mientras adivinas dónde cruzar.
Sé que tampoco se requiere de mucha ciencia para conducir, todo es cuestión que tomes el valor y no seas un manojo de nervios como yo. Hay quienes aprendieron sin ningún problema y otros que hemos requerido más tiempo para quitarnos el pavor al pilotear. Ahhh pero antes de ser un bólido de las calles (mentira voy a la velocidad de un caracol) pasé por los lamentables accidentes, sin mayores consecuencias, afortunadamente.

Mis fases de choques
Objetivo: el teléfono
Era mi etapa de aprendizaje y manejaba con el instructor, en mi auto, cuando en una curva perdí el control, ni siquiera el pobre hombre se salvó del susto porque me estrellé en una cabina telefónica. No provoqué mayor daño, pero me estresaba la pelea constante con el timón. Hubiera querido desaparecer como acto de magia ante las personas que se amontonaban y la cara pálida del copiloto. El resultado fue el internamiento vehicular durante unos días.
Carreta de chicles
Después de superar las clases de conducción y de obtener mi licencia, llegó por fin el primer día que sacaba el carro para el trabajo. Confiada salí y cuando me faltaba poco para llegar a mi destino, vi de lejos a un joven con su carreta de dulces, según yo calculaba bien los espacios. ¡Oh, sorpresa! Le di y cuando llegué al parqueo sin foco y rayado de nuevo mi pobre automóvil. A estas alturas ya tiraba la toalla.
LlantaS ESTRELLADAS Y PINCHADAS en banquetas
De nuevo a mis labores, cruce en una calle y me pegué mucho a la banqueta, lo que provocó estallara una llanta. Algo parecido me sucedió en la avenida Petapa, a las horas pico, frente a mí quedó uno de esos buses que quieren ocupar todo el espacio. No sé en qué momento giré el timón duro para un lado y por mis nervios banquetazo seguro y adiós a una de las llantas. Y es que cualquier movimiento inadecuado al timonear es peligroso.
Casi me la llevo de corbata
Pero uno de mis mayores sobresaltos fue una chica que me apareció como liebre en una esquina. Iba manejando un domingo, como a las 8:00 p.m., en la zona 1 cuando de la nada salió y todavía frené a tiempo. Sé los sacrificios del peatón, porque también lo soy, sin embargo debemos estar consciente de que no siempre es culpa del conductor. Uno debe estar pendiente del camino, los retrovisores, hoyos, transeúntes, el semáforo porque no solo es tu vida sino también es la de los demás, hay que ser responsables.
Pese a todo pronóstico, he logrado vencer mi fobia, aunque por momentos la sombra de la inseguridad se asoma, ya que precisamente hace un par de días, a poco distancia vi como tres carros se accidentaron. Fueron segundos los que me salvé de queda atrapada.
Aún así como todo en esta vida sigue intentándolo, que nada te paralice.
Fotos: Google.