Un par de tijeras contra las extorsiones imagen

Al principio todo iba bien, pero fue cuando llegaron los extorsionistas que todo cambió.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Recién terminamos de celebrar la 20a. edición del Festival del Centro Histórico y para algunos vecinos del edificio El Centro poco hubo de celebración. No fueron las muestras de arte, exposiciones y actos oficiales los que les incomodaron, algo más les robó la calma.

Desde hace más de un año, los comerciantes de este inmueble son víctimas de extorsiones. Sí, las más serias y descaradas “Dinero o la vida”.




Rolando llegó, junto a su madre, a vivir al edificio hace 20 años. Y ocho años después decidió trasladar su negocio a la parte baja del edificio.

La sastrería, que había sido la fuente de ingresos de la familia, abrió sus puertas y los clientes siguieron al talentoso Rolando.

El auge comercial del sector y la cercanía a las ventas de textiles fueron el gancho para el entonces joven sastre.

Durante más de cinco lustros el negocio floreció. Trajes para caballero, vestidos de quinceañera, de boda, faldas y uniformes para colegios fueron cortados, confeccionados y entregados en el local del segundo nivel.

Por las noches, apagar la máquina de coser y tomar el ascensor, hacia el octavo nivel, fueron la rutina diaria. Los ocho empleados de Rolando, llevaron pan a sus casas y la vida en el centro era buena.

A los pies del presidente

Dieciocho meses atrás las cosas empezaron a cambiar. Unos visitantes, autoproclamados cobradores, les comenzaron a visitar regularmente.

“Si quiere seguir trabajando, pague”. Sí, los extorsionistas habían llegado.

Semana a semana los delincuentes, que operan en las áreas cercanas al Palacio Nacional, llegaban con sus exigencias. Y con cada visita las amenazas subían de tono.

“No queremos hacerle daño, mejor pague y todos tranquilos”, recuerda Rolando. Sin embargo, este trabajador de la moda se negaba a regalar su esfuerzo.

Fue durante este período que su compañera, amiga y madre murió. Ya nadie le calentaría la cena, mientras la máquina de coser se enfriaba, luego de cerrar el local y subir los ocho niveles hasta su departamento.

Para corregir la situación, con los extorsionistas, Rolando buscó ayuda con la administración del edificio, pero estos se limitaron a decirle que estos asuntos no les incumbían. “Los Q700 que se pagan de mantenimiento solo cubre la barrida del frente del local y con la policía, menos consuelo, las cosas siguieron así”.

Sin madre y con miedo

Rolando se negaba por todos los medios a pagar, “regalar mi trabajo nunca fue una opción”. ¿Pero qué podía hacer?

“Sabemos que usted es el dueño del negocio y ya nos debe un año de cuota, pague o se las verá mal”.

Según los extorsionistas, Rolando les adeudaba Q75 mil de cuotas atrasadas, y los cobrarían de una u otra forma. “Ya no me sentí seguro en mi casa ni en el trabajo”.

Salir por las noches se volvió una hazaña y cuando sus trabajadores dejaban los patrones sobre las mesas y las tijeras en las estanterías, el miedo hacía temblar al sastre. “Que no les pase nada, que podamos seguir trabajando mañana”, rezaba Rolando.

Pedidos grandes, como uniformes de colegio, dejaron de ser una alegría para los empleados. “Mucho trabajo se volvió sinónimo de salir más tarde y eso era más peligroso”.

Solo, en la oscuridad y con tijera en mano, el tramo de unos 30 metros hasta el ascensor se transformó en una prueba de valentía. “Podían estar en la escalera, en el pasillo o dentro del elevador”.




Adiós al edificio

La situación en el Edificio El Centro se tornó insostenible. El miedo, las visitas y la soledad que dejó la muerte de su madre, obligaron a Rolando a tomar acción.

“No quería irme del lugar donde murió mi mamá, pero no quería morir allí yo también”. Así fue como a principios de año, la búsqueda de un nuevo local, lejos del miedo y el bullicio comenzó.

Hoy, las extorsiones son cosa del pasado. Rolando decidió rentar su departamento y dejar el local.

Unas 12 cuadras separan al sastre de sus recuerdos, buenos y malos. Los clientes le han vuelto a buscar, los grandes pedidos son sinónimo de bienestar para los trabajadores y la máquina de coser suele enfriarse antes de que el sastre se siente a cenar. 

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