Una tarde regresé del cole y hallé mi caja de cómics vacía. Era el 98 y mi mamá iba al ministerio de mujeres “con unción profética”, Mujer Idónea, y fue en esa unción que decidió que mis revistas de gente en atuendos ridículos montándose riata no eran del agrado de Jehová.
Nunca había estado (ni volví a estar) más enojado con mi mamá. Ya que la vida puede ser una metáfora obvia, la mayoría de los cómics perdidos eran de X-Men, una serie sobre personas con habilidades y/o aspectos distintos a los normales que los convierten en víctimas de la intolerancia social y los fanáticos religiosos.
Más que con mi mamá, estaba enojado con Dios porque, como creyente, sabía que mi mamá tenía razón: a Dios le desagradaban mis revistas de gente en atuendos ridículos montándose riata. Mi postura pasó a ser que a) Dios existe pero b) es culero, aunque c) sigue siendo Dios y por lo tanto d) le obedeceré, dejando claro que e) lo considero culero.
Seguí con mi vida cristiana con fluctuantes alejamientos y acercamientos a los pies del Señor. Hasta que en 2004 leí El Héroe de las Mil Caras de Joseph Campbell—Su descripción de la diosa hindú Kali, con sus cuatro brazos y su collar de cabezas humanas, y los rituales en su honor, hicieron que una parte de mí quisiera devolver de inmediato ese ejemplar maldito a la biblioteca de la USAC de donde salió y otra no querer parar de leer.
Seguí con Las Máscaras de Dios (también de Campbell) y luego con la Guía para la Biblia de Isaac Asimov. Había cambiado. Mi nueva postura era que a) Dios, de hecho, no existe b) “Dios” es culero porque fue inventado por hombres culeros y c) ya no tengo que obedecerle, porque no existe.
Ahora estaba enojado con la sociedad por las mismas razones que con mi primo cuando, siendo wiros, me dijo que nuestra prima, de quien estábamos enamorados porque era mayor y oía Guns N’ Roses y tenía amigos freskos, le había dicho que él era su favorito y no yo y resultó que en realidad la frase había sido inventada por él.
Mi rabia arruinó almuerzos domingueros en familia. Mi papá comentaba “Gracias a Dios comimos rico” y a continuación yo desataba una diatriba iniciando con una mención de los grupos que no habían “comido rico” porque aparentemente a Dios no le importaban y culminaba con un repaso de la masacre de los habitantes de Canaán a manos de los israelitas, según el Éxodo, bajo la bendición de Dios.
Además del contenido, denso y sombrío, que elegía para esas ocasiones, a mis papás no les alegraba el tono pedante y condescendiente con el que abordaba los temas. Es decir, me cagaba en el ambiente.
En este momento hay chapines ateos/agnósticos siendo pedantes y condescendientes con la gente que aman. Y para ellos también va la campaña de Humanistas Guatemala (la de las vallas “polémicas”). Como miembro de esa clica, sé que es como una Mansión-X, en donde personas incomprendidas y demonizadas pueden compartir con otros y aprender a controlar su poder mutante de cagarse en los almuerzos domingueros en familia.