¿Voy a bajar de peso con esta dieta? imagen

Decir que mi nutricionista no quiere que baje de peso, es como decirle a la gente que me van a operar sin anestesia.

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Casi nunca me doy cuenta de qué comen los otros cuando estoy comiendo. Más bien me pasa cuando no estoy comiendo y los otros sí. Nunca he visto que alguien esté pendiente de lo que como mientras esa persona come. Es extraño. Hasta ahorita estoy pensando en el asunto. Todo porque una amiga me escribió para contarme que quiere entrar al programa de nutrición de mi nutricionista.

Me emocioné de que alguien cercano al fin se animara a ir a Grayt, echarle un vistazo a todo el asunto. Me dijo que su intención era bajar unas cuantas libras de peso en preparación para un embarazo que planea tener con su esposo. Pero su manera de decirlo fue algo como: “Me gusta todo lo que me dijo tu nutricionista, vos. Pero, me da duda y por eso te preguntaba: ¿qué garantías hay de que baje de peso?”.

Recordé la primera vez que Ana Lucía, mi nutricionista, me contó que acababa de regresa de Barcelona con una maestría sobre desórdenes alimenticios bajo el brazo. Lo primero que me dijo fue que la disculpara por su programa anterior, cuando era una nutricionista como todos los demás. Me explico. Cuando comencé a ir con ella la primera vez, su programa medía el peso, el índice de masa corporal y se basaba en una dieta de restricción de alimentos y pérdida de peso, según fuera el caso.

Muy similar a todos los que había escuchado mencionar antes a otras amistades. En serio, de todas las personas que alguna vez me hablaron sobre las dietas, todas han sido mujeres, sin excepción alguna. Y siempre algún nuevo método, algo innovador para bajar de peso más rápido: desde dejar de comer pan, o tomar licuados durante semanas hasta mecanismos para modificar el metabolismo y hormonas y qué más sé yo.

El punto es que en ese primer programa de mi nutricionista, todo era igual. Incluso tenía los famosos cheat days donde podía comerme un pedazo de pizza, cambiar la ensalada por un elote y pedir puyazo en vez de lomito. Si bajaba, me felicitaban. Si me autoasignaba más cheat days, me regañaban. De hecho me traumé –algo exagerado, no se preocupe Ana Lucía– con lo de que una cerveza tiene no sé cuántos panes sánguche y siempre que puedo se lo cuento a la gente.

La disculpa venía por todo eso, por haberme torturado con la comida. Pero que era cordialmente invitado a participar en su nuevo programa. Esta vez sí, algo totalmente fuera de serie. Y es lo mismo que pasa con mi amiga que quiere bajar sus diez libras de peso. Siempre que cuento que mi nutricionista no se preocupa por el peso, las tallas, las medidas, sino por la sangre y por los hábitos alimenticios, todos ponen cara de perplejidad.

“Es como decirle a la gente que me va a operar un médico que no usa anestesia”.

Al fin y al cabo, el resultado es una experiencia diferente en la que cambio mi percepción sobre la comida, mi relación con la comida, y trato de mejorar eso. De sanar mi mente que siempre me impide comer en paz, de escuchar a mi cuerpo cuando necesita carbohidratos o legumbres. Es poco a poco, lento, pero hace que uno vea las cosas desde otra perspectiva. Todo el mundo habla siempre de “mindfulness” para muchas cosas como el trabajo o el ejercicio. ¿Por qué no para la comida también?

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