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Una tanga, calzón y la eterna disposición de las mujeres, siempre han sido elementos esenciales de las casas de citas. Allí donde los grandes hombres desfogan sus deseos y al amparo de la noche visitan a los falsos amores.




Así es la narrativa de La Casa de Doña Alicia, una obra de teatro para adultos, que cuenta las andanzas de un legendario burdel de la ciudad de Guatemala. Una “matrona”, sus chicas, uno que otro joven y personajes de las más altas esferas sociales de la Guatemala de antaño se dan cita en la comedia musical de Casa Celeste.




Así cambiaron los burdeles en Guatemala

Donde La Locha y La Maruja, eran prostíbulos que llevaban grabado el nombre de sus propietarias. La garantía en el servicio la daba el simple nombre de la dueña.

Pero estas instituciones poco a poco han desaparecido. Casas cerradas, donde jovencitas enseñaron sobre el placer a más de alguno, se han convertido en negocios complejos.

Casas como las de La Maruja y La Locha se caracterizaban por ser controlados con mano de hierro por sus matronas. Así los clientes que frecuentaban el lugar eran llamados por su primer nombre y al entrar les esperaba su bebida preferida.

Las matronas se encargaban de todo, para que el funcionamiento de las casas cerradas fuera lo más preciso. La salud de la “niñas”, los proveedores de licores, alimentos y hasta supervisaban la limpieza de las habitaciones.

Allí donde todo pasaba y nada salía, pues la discreción siempre fue la característica principal de las grandes matronas del siglo pasado, confluían dinero, poder y placer. Políticos, personajes de la vida nacional, artistas y cualquiera que pudiese pagar las tarifas que las dueñas establecían por sus chicas.

Y esta discreción les redituaba a las matronas, no solo en dinero. Ellas eran las grandes protegidas por los gobernantes de turno y tenían su oído.

En el prostíbulo se discutía de todo, política, arte, moda y sobre todo los últimos chismes del acontecer nacional. Incluso hay quienes aseguran que más de un golpe de estado, el asesinato de un prominente político y el nombramiento de algún funcionario se decidieron donde La Locha o La Maruja.



Lo frío se volvió más frío

Hoy, los grandes sitios de intercambio sexual no son más que un centro de distribución de carne. Llegas, entras, pagas y te sirves.

En la puerta, hombres fuertemente armados custodian el ingreso de los buscadores de placer. Las luces y la música ensordecedora han roto el pacto tácito entre el buen gusto y el servicio personalizado.

Un mesero identifica a sus clientes por número de mesa, jamás por su apellido o posición social. Mientras que a las chicas lo mismo les da un comerciante que un diputado.

Allí en la oscuridad, donde nadie sabe tu nombre, oficio o rol en la sociedad se comercia lo mismo, “sexo”. Si quieres conocer cómo se manejaban los negocios de la carne, durante el siglo pasado, no puedes perderte La Casa de Doña Alicia.  




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