Soy aficionado y así vivo un fin de semana sin fútbol imagen

¿Ustedes pueden creer que un verdadero aficionado viva un fin de semana sin fútbol? Esto es lo que yo hago…

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Fotografías de Osman Velásquez/Relato

Todos los domingos me levanto temprano. Habitualmente me cuesta demasiado despegarme de las chamarras, pero los fines de semana hay una ilusión que me llena y no me deja descansar una noche antes. Tengo 17 años, soy barrigoncito, bajito y de tez morena. Me he identificado con un equipo de la capital desde las hebras más profundas del corazón y sí, aunque parezca algo vano, es parte de mi rutina.

No desayuno porque los nervios me hacen pedazos el estómago. 

Vivo cerca del estadio al que me gusta ir y aunque tengo tiempo de sobra antes de los partidos aprovecho para revisar si no me perdí de información importante. No me perdono ir a ver un juego sin saber qué podría pasar.

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Me baño con agua fría, mientras que en mi teléfono suenan a todo volumen las porras de mi equipo. Mi mamá sabe que es tiempo perdido salir a regañarme por la bulla. El sanitario en mi casa está justo entre el dormitorio de mis hermanos pequeños, el patio y el cuarto en el que duermen mis papás.

Las ansias me comen. Pasan los minutos y el tiempo se me hace eterno. Casi siempre tengo un lapso de cuatro o cinco horas para alistarme y salir a la calle con la mercancía. Soy vendedor callejero. Con lo que gano al día ayudo a mi familia para comer. Mis papás también trabajan y entre los tres logramos una aceptable suma de dinero.




Me tomo el tiempo necesario para vender chicles, cigarros y galletas. Salgo de mi casa con la camisola y varios aficionados se me acercan porque ya me conocen. Mi prioridad en la venta de los domingos es juntar lo necesario para entrar al estadio. A veces me alcanza para la localidad más barata y otras veces a sectores más tranquilos.

Camino en los alrededores mientras que otros vendedores amigos colocan sus puestos. Veo cómo comienzan a llegar algunos patrocinadores y los primeros seguidores que se sentarán en los graderíos. Cuando faltan unos 15 minutos para el partido voy a la tienda de una amiga que está como a cuadra y media del estadio, dejo mis cosas y me preparo para el momento más importante.

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Pago mi entrada y busco un lugar. Me siento lejos de la gente. Me gusta ver el juego sin gritar pero mientras estoy viviéndolo lo escucho por radio. Cuando termina el juego aplaudo pase lo que pase con el resultado y me retiro. Paso por la mercancía y regreso a mi casa. A veces todavía vendo algunos productos.




Me da mucha nostalgia cuando llega la recta final de un torneo. Saber que pronto mi rutina cambiará me da un poco de depresión. Aunque el club cambie de estadio para algún partido, trato de llegar siempre. 

Llámenme masoquista, pero disfruto ver rodar la pelota.

Siempre soñé con ser jugador de fútbol. No me pude dedicar a esto porque mi familia no tenía los recursos necesarios, pero ver los juegos me hace sentir parte del equipo. Creo que sudo la camisola más que algunos dentro del campo.




Cuando finaliza la competencia me siento desubicado y desorientado. No me dan ganas de salir a vender. Hace unos 3 años me di cuenta que en la zona 7 hay un campo de tierra que se llena de personas, así como cuando hay una feria.

Algunos forman grupos y chamusquean para ver quien pierde e invita a las chelas, el resto hace el papel de afición. Después de tanto tiempo y la costumbre hasta me he encariñado con uno que otro equipo. Me devuelve un poco la vida saber que aunque los futbolistas pagados están de descanso es tanta la pasión, que los gratuitos hacen de las suyas.

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Como los partidos son breves aprovecho para ver al menos dos para luego ir con mi familia y almorzar juntos. En el último año, mi abuelo se ha unido a las citas y hemos fortalecido nuestra relación. Ahora mis seres queridos comprenden lo que significa para mí ese tiempo a solas en el recinto deportivo.

Muchas veces la ilusión de estar allí todo el tiempo me hace alejarme de los vicios y las malas juntas. Vivo en una zona roja por lo que es fácil contagiarme de las cosas negativas. 

El fútbol me aleja y me ha enseñado a valorar lo más sagrado.

¿Cómo vivo sin fútbol?

Simplemente no vivo sin fútbol. Lo convierto de una emoción a otra, pero no lo dejo a un lado. Tengo varias opciones como ir a zona 1 para “vueltear” por La Sexta o convivir con mi familia en casa. Una vez fuimos al zoológico, mi papá había hecho un muy buen trabajo. Para muchos es la ocasión perfecta de ir al cine o salir de viaje.




Pese a que cambio los planes y mi rutina, no abandono la pasión. Mantengo mi camisola y eso me hace sentir completo. Siento un hoyo en el estómago y aumentan las ganas de regresar al rincón de aquel estadio, en donde vuelvo a soñar. 

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