En los brazos de Neto Bran imagen

Seducida por el Arrebato Mixqueño: Una Historia de Ficción Erótica por Canchinflín Hero

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Es mes del amor. Así que creí oportuno ceder este espacio a una dama (anónima) de pluma vehemente y, como veremos a continuación, de pasiones que achicharran el “buen juicio”. Los invito a acomodarse, a servirse una copa de su más rojo vino y a disfrutar de este relato…

***

Eran las cinco y dieciséis y yo cerraba la chicharronera. El mercado Fermín Llamas se encontraba casi en penumbra y éramos pocos los que quedábamos guardando nuestras cositas, arrojando aceite ya viejo o doblando nuestros nylons. En pocos minutos saldría de allí, echaría todo al picop, pasaría a La Holandesa por un pastel tipo Taipéi mediano y me iría a donde mi hermana a ver Moana (otra vez) con mi sobrina.

Esos eran mis planes de aquel viernes por la noche. Pero entonces escuché su voz.

“Señito, ¿no me despacha una mi libra de cueritos?”, me habló desde las sombras. Iba a decirle que ya había amarrado el canasto cuando dio dos pasos y se reveló ante mí. Era él. Nuestro alcalde. Neto Bran, el primor de Mixco.



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Me disponía a destapar el canasto cuando me detuvo, “Shh, no, madre. Lo que necesito es que me ocultes en tu picop. Es que estoy herido”. En efecto, debajo de su apretada camisa podía verse una mancha de sangre café, pero sexy. Sin que yo se la pidiera, Neto Bran me otorgó una explicación, “Por la mañana estuve adoquinando calles en La Brigada, después llevé gente a sus trabajos en Lo de Coy y de allí fui a instalar seis gimnasios. Así que por la tarde decidí ir a golpear a algunos extorsionadores y fue uno de esos cobardes quien me atravesó con su lanza”.

Antes de subir al jefe edil a mi Datsun modelo 98, le preparé un pañito humedecido en alcohol y luego conduje en dirección a mi casa, recordándole de forma esporádica que mantuviera la presión sobre la herida. Fue la primera vez que me percaté de que Neto era formidablemente guapo. Su rostro, apacible pero determinado, denotaba a un hombre que perseguía como lobo sus propósitos hasta devorarlos. Mirándolo respirar, a mi guerrero herido, controlando la mancha de sangre que de pronto había adoptado (lo juro) la forma del mapa de nuestro Mixco, me atreví a preguntarle algo que siempre me había intrigado. “¿Señor Don Neto…?”, me dirigí a él. “Por favor dime solo «Neto»”, me corrigió, “o «Alcalde de Mixco Neto»”, agregó. “Mucho gusto, mi nombre es Mildred”, me presenté con formalidad. “Neto, tengo una pregunta”, volví a comenzar, “¿Cómo hace para que los botones de sus camisas nunca revienten mientras está en público, si las usa tan talladas?”. “Se llama «autocontrol», Mildred”, me respondió, “Antes de ser el alcalde de todo Mixco, era solo un hombre con inseguridades, uno de esos hombres que no jalan chavas porque tal vez no los ven guapos o no creen que tengan carros. Entonces viajé a Nepal, fascinado por el misticismo de Oriente y dispuesto a convertirme en un hombre que Mixco mereciera. En ese viaje aprendí que mi cuerpo es un templo y que si quería vestir mi templo con camisas ajustadas, debía alcanzar el máximo autocontrol sobre él. Esos botones que vez allí, Mildred bonita, no están sostenidos por las leyes de la física… esos botones están sostenidos por mi mente”.

“Qué papushooo tan bello”, pensé.

Estábamos cerca de llegar a mi humilde hogar en El Milagro, cuando Neto me preguntó que a dónde íbamos. Le dije que a mi casa, “a curarte” pero él tenía una mejor idea, “Mejor llévame a mi santuario, allí podré curarme. Ambos podremos curarnos”. Las piernas me temblaron.

Me pidió que condujera hasta el Cerro Alux y nos detuvimos a sus faldas. “Ahora subiremos a pie”, afirmó. Comencé a caminar. Juraría que antes de cerrar la chicharronera me sentía agotada, pero de pronto era como si el cansancio había dado paso enteramente a una nueva pulsación por la vida. Me daba la sensación que si Neto me hubiera pedido acompañarlo a escalar el Everest o a nadar en el Mar de la Muerte, habría aceptado. “¡Espera, Mildred!”, gritó Neto, “¡Antes de subir, debo ponerme mi disfraz de explorador!”. “¡No creo que sea necesario!”, le aseguré. “¡Sí es necesario disfrazarme!”, me respondió. 

Después, una vez que estuvo a mi lado con un traje como de Indiana Jones pero en stripper, me comentó “¿Sabías que la gente me critica mucho por disfrazarme?”. Por supuesto que lo sabía, sabía todo de él como miembra de sus tres diferentes clubs de fans en Facebook, pero quise evitar verme tan entusiasmada y le dije que no lo sabía. Mientras la luz de luna se impregnaba en su lindo rostro mixqueño, me dijo, “Siempre me critican por ponerme disfraces. Lo que la gente no sabe es que en realidad son ellos los que cada día llevan un disfraz”. “¿Lo dices porque todos fingimos ser lo que no somos, trabajando en algo que no queremos y negándonos a nosotros mismos?”, le pregunté. “No”, me respondió, “lo digo porque la gente se disfraza de alguien que no disfruta de mis disfraces pero en realidad son gente que sí los disfruta”.

Al llegar a la cumbre, nos detuvimos a contemplar la ciudad y sus luces. “¿Vienes aquí seguido?”, le pregunté. “Algunas noches”, me contestó con tono inspirado, como de poeta que es también guitarrista, “Me gusta observar desde acá a mi Mixco. Sentarme en una piedra a comer un buen suplemento proteínico y destapar una botella de proteína y tomármela. Me gusta ver a mi gente, sus aciertos, sus errores, ver…”. “Eso no se puede ver desde acá”, le recordé, pero él no me escuchó y continuó, “Verlos cómo se tropiezan y se levantan, y bailan y aman y se abrazan entre ellos y abrazan a sus tíos y a los bomberos que los cuidan”. “¿No crees que este hobby tuyo es como… raro?”, dije en mi versión de voz dulce, intentando no herirlo. “Mildred querida, todos los alcaldes tenemos nuestras excentricidades. ¿Sabías que Nineth Marroquín se refiere a cada pez del lago de Amatitlán como «mi hijo»? También está Edwin Escobar, que se tatuó «villanovano» de homóplato a homóplato porque le fascina verse en el espejo y leer «villanovano», pues se lee igual de atrás para adelante. Y por supuesto, Álvaro Arzú, quien se escapa por las madrugadas a la Muni para beber desnudo de la leche de la estatua de La Loba junto a Rómulo y Remo”.

No supe qué decirle, quería hacer notar que «villanovano» no se leía igual de atrás para adelante pero él me interrumpió y me tomó de la mano diciéndome, “Ven, hay algo que quiero mostrarte” y corrimos hacia una cueva. Una vez adentro de ella, Neto me susurró al oído, “Bienvenida a mi mundo” y entonces, de manera mágica, un montón de luciérnagas iluminaron el interior de la caverna revelando varios disfraces que colgaban de las estalactitas. “¿Qué significa todo esto?”, pregunté con la ingenuidad de un bebé. “Este soy yo, Mildred”, me explicó mi alcalde, y después me preguntó, con una calma inapropiada, si había estado alguna vez con un hombre. Le dije que solo una vez (había ocurrido ya varios años atrás, cuando aún cursaba el instituto). Luego, con un tono de magnífico bribón, me lanzó uno de sus más dulces—pero venenosos—dardos, “Ahora mi pregunta es, ¿has estado con varios hombres?”. Mi lado racional quiso hacerle ver que si yo ya había dicho que solo había estado con uno no podía haber estado con varios, pero dos horas de conocer a Neto Bran me enseñaron que el sentido común no era tan sensual como Neto Bran.

Minutos más tarde, cuando su piel chocara con mi piel como dos glaciares eróticos, descubriría a qué se refería Neto Bran con “varios hombres”. En el amor, Neto te sacude como un instructor de zumba, te sana como un farmacéutico, escribe sobre tu cuerpo versos del deseo con su lengua como un escritor, golpea tus inhibiciones como un boxeador, carga tu ego como un cucurucho, te dice por qué considera que es saludable sociabilizar con otros usuarios del retrete mientras se defeca en un baño público como un romano.

Estaba a punto de entregarme a la pasión pero, de pronto, mis inseguridades de hembra volvieron a brotar. Después de todo, yo me consideraba mujer sola. Hasta aquella noche había llegado a aceptar que era como un cuero de coche puesto a asolear pero que ya nadie fue a recoger. Y estaba conforme con eso. Así que le pregunté, “¿Por qué yo, Neto? Si no soy tan bella como otras. Jamás podría ser una Señorita Mixco”. Neto se acercó a mí y sentí su aliento. Tomó mi cara entre sus manos cubiertas por unos guantes de Mickey Mouse, que completaban el resto de su disfraz de Mickey Mouse pero en stripper, y me dijo, “Para mí lo eres, Mildred. Para mí eres la más robusta Flor de Agosto. Además, eres de corazón cordial y yo solo me fijo en el físico cuando se trata de asignar plazas para laborar en las instituciones públicas a mi cargo”. Fue lo más hermoso que jamás escuché.

“Recuéstate”, prosiguió Neto Bran, señalando la cama que las luciérnagas habían preparado para nosotros utilizando hojas, montecito y envases PET. Luego, acariciándome me explicó, “Desde este cerro, yo, Neto Bran, canalizo la energía sexual de las veintisiete personas que trabajan en mi equipo de comunicación en todas las redes sociales. Estamos conectados, Mildred. En este preciso instante, cada uno de ellos está teniendo un orgasmo y eso es hermoso. ¿No crees? Ese es mi regalo para ellos”.

Al momento en que el primer mayordomo de la Cofradía de Santo Domingo de Guzmán, o sea Neto Bran, invadía el lugar entre mis piernas y consumía mi fruto, pude verme a mí misma. Literalmente. Miré mi rostro reflejado en los brillos que provocan la Virgo Gel en su cabello y entonces hallé a una mujer distinta, “¿Qué estás haciendo, Mildred Anaí?” me increpé a mí misma, “Nunca harías esto con otros hombres o con otros alcaldes. ¿Te imaginás haciendo esto, aruñando con ansias de adicto, la espalda de Aníbal Alvizures, el alcalde de Fraijanes, por ejemplo? ¿O cubriendo para Elzer Fidelino Palencia, alcalde electo de San José del Golfo para el período 2017-2020, tus pechos con NITRO TECH MUSCLETECH (como haría más adelante para deleite de mi amante Neto Bran)?” y la idea me pareció absurda. Sin embargo aquí estaba, entregándome completa al alcalde de todos los que amamos a Mixco.

Con cada lengüetazo que se colaba en los rincones que hasta esa noche consideraba prohibidos; con cada nalgada y cada mordisco sedicioso en mis pezones; me entregaba al fuego. Yo, una mujer de vida rutinaria y aburrida, ajena de vicios y dedicada enteramente a mis sobrinos y a la preparación adecuada del chicharrón, desaté mi tigresa interna. Neto Bran retiró mis restricciones, le dio descanso a mis Agentes de Emixtra interiores—quienes controlaban el tráfico de mis hormonas—induciendo el caos. Neto me hizo beber del dulce néctar de su anarquía.

Ignoro cuánto tiempo llevaba la pelvis de Neto viajando de afuera hacia adentro de mí. Solo diré que si hubieran sido chicharrones en un tonel ya habrían estado tronando y ampollándose. Y cuando creía que ese turbulento delirio estaba por concluir, Neto, tomándome de la cintura y sometiéndome entre sus brazos, me hizo saber que nuestro baile del amor apenas se estaba sancochando. Entonces el varón cocinó nuestra pasión en manteca hirviendo hasta que los dos nos quemamos y nos inflamos de amor. Como chicharrones buenos.

Antes de cerrar mis párpados bajo el resguardo de las luciérnagas, quienes habían formado un corazón alrededor de nosotros, le pregunté a Neto Bran si volvería a encontrarlo. “Me encontrarás siempre que enciendas tu MixcoApp y te masturbes con ella, o cada vez que abras un bote de proteína GNC”, me aseguró.

“Gracias por esta noche”, le susurré, “Gracias por este regalo, caballero de Mixco. Mi cuerpo sigue temblando y mis caderas reclaman tu nombre: Ernest Steve Bran Montenegro”.

“Jeje bendiciones”, me respondió. Después se echó a dormir.

Cuando amanecí en la caverna, Neto Bran ya se había ido. El sol había salido acompañado del canto de los tucanes y las cacatúas que habitan en Mixco. A mi lado encontré un vestido. Más bien era un disfraz y el disfraz era de astronauta. De puti-astronauta. Estaba acompañado de una nota que decía, “Disfrazarse es bueno para el alma. Disfrazarse es como proteína GNC solo que para el alma. –Neto Bran, tu amante y también alcalde”.

A las seis con quince de la mañana, Mildred hizo su ingreso al mercado Fermín Llamas, con un disfraz de puti-astronauta puesto y una sonrisa alumbrándole el rostro.

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CANCHINFLÍN HERO




Después de su victoria en las Grandes Guerras de Canchinflines de los años 90, Danilo Lara (Canchinflín Hero) permaneció congelado dentro de una carretilla de helados —acompañado por las diez pachucas, los tres olímpicos y las dos morenitas que se convirtieron en sus únicos amigos.

Danilo fue descongelado en la era presente solo para darse cuenta de que el gobierno había abolido los canchinflines. Convertido en un soldado sin su guerra, ahora se dedica a escribir cosas que considera chistosas.

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