Relato de un espanto en un parqueo de la zona 1 (Segunda Parte) | El Blog de Juan imagen

¿Real o ficticio? Juzguen ustedes. Este es el relato que me pidieron que les contara: la historia de un estacionamiento, un espanto y una esquina que cambiaron la vida de Don Chayito.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

ATENCIÓN: Este relato es una continuación. Lee aquí la primera parte

A partir de ese día, el miedo comenzó a ser parte de la rutina de Don Chayito. Decidió no decirle nada al jefe y pensó que, fuera lo que fuera, aquello en algún momento se aburriría y se iría de allí. O al menos esa era la esperanza del cuidador. Así pasaron dos semanas lentas, aterradoras y agotadoras; cuando atardecía, Don Chayito hacía todo lo posible por evitar ir, ver y merodear por la esquina. 

-De todos modos, cuando oscurecía siempre sentía esa mirada enfurecida. Me encerraba en la caseta, ponía la radio a todo volumen y miraba con qué me distraía. Dicen que hay gente que se acostumbra a que lo estén espantando, pero es que si usted viera… ¡eso que me miraba fijamente no era algo para acostumbrarse!

Comencé a sentir escalofríos. Había algo en la manera que Don Chayito contaba su historia que la hacía creíble y aterradora. Decidí voltear a ver a la esquina, como esperando ver algo. Pero nada.

-¡Ja! No crea que lo va a ver ahora. Es más, durante el día no hay de qué preocuparse. Es en la noche, Dieguito. Cuando uno es más vulnerable y está solo, ahí es cuando pasa lo feo.

-¿Y cuándo decidió contarle a su jefe? ¿Es por esto que ahora cierran a las 5 en vez de las 8?

Lo que le he contado no es nada comparado a lo que me pasó dos semanas después. ¡Ay! Viera que hasta se me hiela la sangre cuando cuento esta historia.

El segundo encuentro

Era un viernes de diciembre y una empresa con oficinas cercanas al parqueo iba a celebrar su convivio. Por eso, le habían hablado “al jefe” para que abriera el parqueo para sus empleados hasta las diez de la noche. Se hicieron los tratos económicos correspondientes, el Jefe aceptó y el lunes le dio la noticia al cuidador: “Don Chayo, ¿será que se puede quedar este viernes haciendo un turno extra de dos horas? Le pago doble”.

-Mi primera reacción fue un rotundo no. Me inventé que tenía el cumpleaños de mi suegra, pero el jefe sabía que estaba mintiendo; soy pésimo para mentir. ¡Además que la excusa estaba malísima! ¿Quién no quisiera caperase del cumpleaños de la suegra? – los dos reímos en recio. Luego Don Chayito retomó el tono serio de la conversación – Fue en ese momento que le expliqué mi situación.

-¿Le creyó? Le apuesto que no…

-No me creyó del todo y me dijo que si tanta era la cosa que mandaría a instalar una luz en esa esquina, que de todos modos ya se había dado cuenta que ahí no había buena iluminación. No tuve más opción que acceder a trabajar el viernes hasta las diez y aguantarme cuanto susto pudiera.

Al día siguiente (martes), un pequeño reflector iluminaba la esquina. Al anochecer, la tenue luz desnudaba un espacio distinto, nada tenebroso y de lo más corriente. La noche del martes, miércoles y jueves, Don Chayito asegura que los sustos pararon. Poco a poco, comenzó a perder el miedo, o eso creía. 

Llegó el viernes y, tal como habían acordado, Don Chayito se quedó pasadas las ocho cuidando el parqueo. Había mucho carros y parecía que el trato entre el jefe y la empresa había sido un éxito. Cuando comenzó a anochecer, Don Chayito encendió los reflectores. Se quedó unos minutos observando la esquina y luego, pensando que aquello del espanto había quedado atrás, se hechó a reir, subió los pies sobre la mesa y le subió el volumen a la radio. Así pasó de seis a nueve, hasta que sin previo aviso sintió pánico; el mismo que sintió aquel primer día de los espantos. 

El empujón y la huída

9:05 Automáticamente volteó a ver a la esquina. En cuestión de segundos, los reflectores se apagaron. Intentó encenderlos con el switch de la caseta, pero no funcionó. La esquina, nuevamente, estaba completamente oscura. 

9:10 Unos minutos después, Don Chayito la sintió de nuevo: esa mirada esfurecida, clavada fijamente en él. Comenzó a sudar. La confianza que había ganado en estos últimos días se le había escapado en un par de segundos. Estaba solo, dentro de la caseta, viendo fijamente a la esquina oscura, sintiendo como algo lo contemplaba sin piedad. 

9:20 Esos diez minutos fueron un calvario. Del miedo había pasado al enojo. Decidió salir de la caseta con un machete y ver qué jodidos era aquello que lo chingaba tanto

-Salí como la gran diabla y me dirigí a paso seguro a la esquina. ¡Estaba demasiado enojado, Dieguito! Cuando a uno lo llevan espantando más de 15 días, comienza a perder los estribos. Comencé a gritar: “¡Qué putas querés conmigo! Pero cuando llegué a la esquina, perdí el coraje y el enojo. Me sentí demasiado vulnerable. ¡Nunca había sentido tanto miedo en mi vida! Se me cayó el machete de las manos, estoy seguro que algo me lo arrebató. Intenté correr pero no me pude mover. No sé cuántos segundos estuve así hasta que sentí un empujón violento que me tiró al suelo. Con lágrimas en los ojos me levanté y salí corriendo.

-¿Se fue del parqueo Don Chayito?

-Me fui. Me fui y no me importó dejar todos los carros ahí. Estaba demasiado asustado. Llegué corriendo a mi casa, y eso que yo no vivo cerca. Estaba sudando, llorando y me tiré a los brazos de mi mujer como un niño. 

-¿Y entonces? ¿Qué pasó después? ¿Qué le dijo su jefe, Don Chayito? ¿Funcionaron los reflectores? 

-Después todo se complicó. No sé si tomé la decisión correcta de irme corriendo, pero estaba demasiado asustado. Esa noche me costó cara: me tuvieron que poner unos puntos en el brazo, mi jefe me despidió y me gané reputación de loco. Lo peor es que a pesar de eso, me siguieron espantando. 

(Continuará…)

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