Blog Alusiónacion: por Travis Pluma imagen

Una serie de acontecimientos que podrían ser definidos como una escalera de caracol descendente lo habían llevado hasta esa madrugada.

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La Araña

Una araña colgaba de un hilo en una esquina entre el techo y las paredes, tejía su trampa, red pescadora de insectos.

La sutileza del movimiento de sus patas que se movían como tocando las cuerdas de un arpa, ejecutaban melodías místicas.

Había pasado algunas horas escondida en una rajadura en la madera del techo y era tiempoo de crear, esa hora había sido la elegida.

La manecilla del reloj apuntaba las tres de la madrugada, el frío inundaba cada centímetro de aquella habitación.

Una cama se encontraba desarreglada desde hacía semanas, la luz tenue de una lámpara descendía sobre un escritorio en el cual se tendían yuxtapuestos libros, relojes, espacios vacíos, una cajetilla de cigarros, colillas de cigarros, cenizas, una taza de café frío, una botella de ron recostada que seguía goteando lo último de su contenido, y una computadora portátil abierta enviando señal a una impresora.

En el suelo se creaba una alfombra de hojas de papel, con un texto que se imprimía indefinidamente, el ruido de la impresora era la música del lugar, en las gavetas del mismo escritorio habían recibos sin pagar y revistas de moda.

La televisión transmitía en mudo uno de esos programas irrelevantes.

Sentado en una silla, un hombre viendo el vacío. Una serie de acontecimientos que podrían ser definidos como una escalera de caracol descendente lo habían llevado hasta esa madrugada, años, días y horas. Sólo, desvelado, deprimido, y a punto de saltar hacia el agujero.

Mientras miraba la cuerda sentado en la silla, el fuego ardía dentro, cada minuto más fuerte hasta convertirse en un torbellino candente quemando todo a su paso.

Había llegado el momento. Colocó un pie sobre la silla, y alzo el otro, se paro con ambos pies, seguidamente subió uno hacia el respaldo, se colocó la soga en el cuello y respiró hondo; entonces con la soga al cuello y maniobrando para derribar la silla y quedar como un péndulo en el aire, unos atisbos de lucidez se derramaron en su interior.

Percibió que toda su vida pasaba frente a él, entre las cosas que veía, iba abriendo cajas que en su interior contenían otras cajas más pequeñas, y así sucesivamente hasta que llego al punto donde no quedaba nada oculto, el vacío, el vacío del miedo, al definirlo dijo ¡Miedo! Lo último que quedo cuando todo se acabó y fue a su vez lo que lo llevo hasta arriba de esa silla. Estaba a punto de morir por miedo, reaccionó, debía vencerlo.

Quiso volver a colocar la silla en las 4 patas pero del girón, una pata de la silla se quebró. Ahora todo se había complicado, se tambaleaba sobre las tres patas, y sus piernas temblaban, (si tan solo hubiera dejado más larga la cuerda podría balancearse mejor) la soga ya apretaba su cuello, y el aire empezaba a pasar con dificultad. Un crujido anunciaba que otra pata se quebraba por los girones, lo inevitable. Se quebró la segunda pata, era su muerte. 

Todo su peso jaló su cuello, estiró las puntas de los dedos de sus pies en busca de la silla, pero ya no había marcha atrás, quiso gritar, ya no pudo. “Miedo” fue su última palabra, vió hacia la esquina de su habitación, una araña tejía sigilosamente. Su ojo derecho empezó a temblar, hasta que se apago.

La muerte, que había esperado afuera de la habitación entro por la puerta, tomó su alma y salió por la ventana. Existe una gran diferencia entre llamarla y encontrarla.

Unas horas después, el sol entró en forma de rayos por la ventana, el frío se disipaba y el desorden llamaba a los insectos, uno de ellos volaba dando giros con sus alas, moviéndose, buscando comida, y sin quererlo cayó en la tela.

La araña ya tenía comida. Al sentir las vibraciones en su red, se abalanzó a atrapar su presa, fue entonces que un aguijón la atravesó mientras ella ponía su veneno en su presa. Había atrapado una avispa y en el acto de caza, presa y cazador murieron.

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