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La cena servida con esmero y puesta en la mesa, por Marta, su esposa, fue insípida para Roberto, una fría noche de viernes, a principios de octubre. Algo lo mantenía ausente del momento que más disfrutaba en el día, compartir con su familia.

Su mirada se perdía entre el humo de las tortillas, el café y los frijoles colorados con arroz recalentados, que ese día su mujer y su pequeña hija, Sofía habían almorzado.

La presencia de él en la casa era solo física. Su mente atormentada trataba de encontrar una salida en un laberinto de desesperación.

No sabía cómo empezar a hablar con su esposa. Esa noche, en lugar de platicar sobre cómo estuvo el día, qué había hecho ella y las travesuras de la nena, él tenía malas noticias que contar.

¿Cómo se lo digo? Se preguntaba, al verla ir de un lado para otro, entre la cocina y un pequeño comedor. No entendía nada de lo que ella le decía, sus palabras no tenían sonido, solo la veía mover la boca, mientras la pequeña sentada en sus piernas se entretenía viendo la televisión.

Comía por inercia, sin sentir olores, ni sabores. El comportamiento de Sofía, una mezcla de demostraciones de afecto y travesuras tampoco lo hacían reaccionar.

Fue un ¡púchicas, vas a votar a la nena, se quedó dormida! Que ella exclamó, que lo hizo reaccionar.

¿Qué te pasó?, ¿estás bien? No me digas que se arruinó la moto otra vez y por eso estás así. De qué ratos te estoy hablando y como que no es con vos, fueron las expresiones con las que Marta logró dialogar con él.

Acóstala en el sillón, así la miramos desde aquí y aprovechamos para platicar, le contestó Roberto.

“Fíjate que hoy habló el ingeniero conmigo. Me agradeció porque le he echado ganas al chance, por no faltar, por ser atento, colaborador y ser pilas para hacer mandados. Pero, me dijo que ya no voy a seguir trabajando con él, que el proyecto se terminó, que no me necesita más como mensajero y me dio las gracias”. Fueron las palabras con las que logró deshacer el nudo que sentía en la garganta.

En seguida, ella lo alentó diciéndole “mirá, no te aflijás, la nena hasta el otro año entra a la escuela y ahorita no hay mayores gastos. Además, recordate que lo que yo gano vendiendo cosas por catálogo de algo nos sirven, mientras conseguís otro chance”.

Sin derecho a recibir indemnización por no tener prestaciones, cada día que pasaba era difícil para la pareja.

Entre buscar otro trabajo y hacer “chapuces” en su cuadra, con conocidos y donde lo recomendaran, Roberto de apoco lograba salir adelante, haciendo a un lado los malos consejos de quienes le insistan que si salía a robar en la moto le iba a ir mejor.

Empezando la segunda semana de noviembre, mientras miraban los avances de El Señor de los Cielos, un anuncio en la televisión, fue como una luz al final del túnel.

“Con urgencia se necesita sangre tipo O (negativo). Donadores favor de comunicarse al teléfono…” vieron en el cintillo de la pantalla. De inmediato, Roberto tomó su celular y marcó para saber de qué se trataba, porque él tiene ese tipo de sangre.

La que no es común conseguir en Guatemala y, que según carterbloodcare.org, tiene “la mayor demanda”, pero solo corre por las venas de 1 de cada 15 personas.




Días antes, Roberto, por medio de un amigo se enteró que en las afueras de hospitales como el San Juan de Dios, el Roosevelt y el IGSS de accidentes, hay personas que conseguían gente que pagaba “muy bien” por su tipo de sangre y pensó en ganarse unos lenes donándola. 

Recuerda que “con mucha pena, le dijo a la seño con la que habló por teléfono, que le iba a cobrar por la sangre que necesitaba, que no lo tomara a mal, que entendía su angustia, pero que estaba sin trabajo y tenía qué ver qué hacía por su familia”.

Por la donación, Roberto obtuvo Q1,500, lo invitaron a comer en Pollo Campero y le sugirieron que si se tomaba un par de cervezas con jugo V8 recuperaría más rápido su sangre.

Fue así como se convirtió en una especie de “donar pagado”, prefirió lucrar con su sangre que ser motoladrón.

Su buen estado de salud y no mentir en la entrevista permitió que su sangre sirviera para salvar la vida de alguien, a quien no quisieron ayudar familiares y amigos por las excusas que nunca faltan, como no puedo faltar al trabajo, tengo tatuajes o ya me dio hepatitis.

Con la donación, vino una recomendación para que Roberto encontrara empleo, como mensajero. Su hija, Sofía termina la primaria este año y su esposa Marta atiende una tienda que colocaron entre los dos, en Palencia.

Este relato está inspirado en acontecimientos reales

Fotos: Pixabay

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