Ni soy Alicia ni me voy a casar imagen

“Esta expo es lo más cerca que vas a estar de casarte, vos”, me tira el venenazo. Ante tan chapín pero tan acertadísimo comentario respondo que a mí la idea del matrimonio no me enloquece y menos bajo

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este es un relato doble, un experimento textual en el que dos miradas retrataron el mismo lugar: Una exposición de bodas. La autora de este relato dice que solo el hecho de pensar atender invitados le da una inmensa pereza. Su contraparte, en cambio, está agotada pero emocionada con la boda que han planeado junto con su novio por los último meses. 

***

– Buenas noches.

– ¡Hola! Primero se tiene que registrar.

– ¡Ah! ¿No puedo entrar solo así?

– No, hay que registrarse.

– Pero yo ni quiero estar aquí.

– Igual, hay que registrarse… Y la próxima escena es la amabilísima señorita zampándome un lapicero en la mano y una hoja en la cara para que me registre antes de entrar a la expo. Nombrenombrenombre…Alicia. Apellidoapellidoapellido… Bethancourt. ¿Correo? Uno falso. ¿Celular? Inventado.

Listo. La verdad es que no me llamo Alicia ni me pienso casar, pero voy a entrar a recorrer una exposición de bodas solo porque me pidieron favor. Me acompaña un hombre casado, padre de dos niños, que desde la puerta entra saludando a medio mundo mientras yo voy tratando de pasar inadvertida. Cla-vou.

Empiezo el recorrido y me detienen con un “A la, yo a usted la conozco!…”. Me volteo y es una chica de un stand que, si me preguntan, ni sé qué servicio ofrecía. “Nos tomamos unas cervezas, soy prima de G…”. ¡Ah! Sí pues, contesto mientras busco con la mirada a mi acompañante para que me rescate de la conversación. ¿Te vas a casar?, me pregunta. Antes de que gaste saliva hablándome de temas nupciales, le explico que estoy visitando la expo por cumplirle a F. En una especie de experimento; pero no entiende el comentario y aprovecho la confusión para seguir el recorrido. Por chingar, al despedirme digo: “Ando con un tipo casado”.



Fotografía Orlando Estrada

¿Puedo interesarla en nuestros diseños de vestidos de novia, señorita? –me dice un vendedor del siguiente stand. Eew. ¿Habrá alguien a quien le guste esa cosa tan horrible? –pienso, pero me hago sho. “También tenemos diseños para las damitas”. Doble eew, pero sho. Según yo, en un evento tan rimbombante, mínimo iban a exhibir diseños como de revista de alta costura, de aquellos que dice uno, “a la, este se vería lindo en negro”. Next.

Mi acompañante casado –como desde que entramos– sigue saludando gente cual alcalde de pueblo. Entre los felices asistentes me topo con un colega amargado, tatuado y wedding-grinch quien saltándose el saludo me dice: “Si ven que venís solo no te dan info”, tip que me pareció genial porque así hago el recorrido sin pareja para que no me acosen ofreciéndome cosas. “Mejor, ¿no? Qué hueva que te estén hablando”, contesto.

¡Damn! Pimp my table se debería llamar este servicio de alquiler y decoración de mesas que derrocha gula y mal gusto. Lo primero que se me viene a la mente viendo este display es Flavor Flav.



Fotografía Orlando Estrada

En cada stand me ofrecen información y yo prefiero seguir de largo haciéndome los quites: no gracias, no gracias, solo estoy viendo, no estoy en preparativos, gracias, repito con una sonrisa fingidísima para no herir susceptibilidades –tampoco hay que ser maleducada, pues. ¿Qué culpa tiene la gente que a uno le parezca ridícula esta mierda, no?

En eso pongo los ojos en un stand que sí me interesa: el de los licores. Desea degustar alguna de nuestras marcas? ¡Hell yeah, hit me! Y me tomo un trago y me tomo mi tiempo. “Si la gente en una boda lo que quiere es guaro y comida… y la sopita de media noche”, me dice mi acompañante casado que ya se me unió y que ya pasó por todo ese rollo de tirarse un fiestón para su boda.

“Esta expo es lo más cerca que vas a estar de casarte, vos”, me tira el venenazo. Ante tan chapín pero tan acertadísimo comentario respondo que a mí la idea del matrimonio no me enloquece y menos bajo este concepto. En todo caso, si me viera en la situación, no me casaría así. Para empezar, porque pienso en la hueva que sería tener que soportar durante casi toda la fiesta un segmento de música bailable en español, que me imagino tendría que incluir a los Ángeles Azules, solo por agradar al inner-shumo que todos llevan dentro. Ahora me ofrecen lo último en el mercado de fiestas: Una disco con piso luminoso, tipo Saturday night fever, sincronizado con un listado de canciones que solo calificaré como asqueroso para mi gusto. Es que cuento esto porque a lo que quiero llegar es a la siguiente anécdota para ejemplificar mi punto.



Fotografía Orlando Estrada

Allá a principios de los años 2000, quien fuera uno de mis amigos más queridos, un arquitecto precioso, cuando se casó me encomendó la misión de armar un playlist para amenizar una parte de su fiestón high class. Sonaron tres canciones de mi caquerísimo mix y tuve que desertar porque el público se amotinó demandando una única cosa: La macarena.

Tan burgueses-bohemios ellos y tan chapines, after all. “Yo prefiero tu mix”, me dijo con cierta penita el querido arquitecto volteando a ver a las hordas que a esas alturas ya estaban enfiladas como preparándose para cuando les pusieran el fucking meneito.

“Vos, pero ese tu pensamiento es muy superficial”, me dice mi acompañante casado –quien viene siendo mi primo hermano-.

“¿No querés tener hijos con alguien?”, me pregunta casi preocupado por mi estado civil actual. “Quiero tener discos con alguien”, contesto con toda sinceridad.


Terminado el recorrido de la expo nos dirigimos a la oficina a tomar una cervecita, porque ese fue el trato, y ya sentados en la barra pienso que mi idea de boda perfecta sería la de esos casamientos colectivos de La Muni y luego una buena borrachera en algún bar, con los amigos más queridos y musicón.    

Lea aquí el Relato de una pareja que se encuentra en medio de los preparativos de su boda

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