Me cambiaron por un carwash imagen

El negocio de su vida estaba tras la felicidad de su hija.

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Ella se acercó temblorosa, se presentó ante su nueva familia con el nombre de Yani Morales, junto a ella una madre desconsolada con una cicatriz en el rostro y un niño de 3 años abrazándola, seguido por un padre con una sonrisa un tanto macabra y que parecía haber hecho el negocio de su vida.

Con solo 19 años de edad, lo que pretendes hacer es alcanzar un sueño, quizás terminar de estudiar y tener una carrera profesional, sin embargo para Yani no era el caso, pues hacía pocos meses, su padre había conseguido a quien podía ayudarlos a salir de la precaria situación económica en la que vivían. Todo comenzó porque la pequeña niña se había convertido en una mujer muy linda, de buenos modales, además sabía muy bien cómo realizar los oficios de la casa.

Ella estaba enamorada de un chico que vivía cerca de su escuela, con quien salía a escondidas de su padre, por miedo a que le hiciera algo, pues este era un hombre muy fuerte y duro de carácter. Además, educado para ser el hombre de la casa y que ninguna decisión se tomara sin su consentimiento, para él la regla era simple: sin golpes no hay lecciones.

Un día, por azares del destino, Hugo, el padre de Yani se enteró de su relación amorosa, de la cólera le dio una golpiza tan fuerte que la dejó con las piernas marcadas, la nariz sangrando y la marca del cincho en la espalda, lo mismo le ocurrió a su mamá que intentó defenderla, la amenazó con hacerle lo mismo a su novio si no se alejaba de él. Días después, luego de un par de tragos, decidió hacer lo que él llamaba un buen negocio, las deudas lo ahogaban y al final ellos eran buenas personas, seguro tratarían muy bien a su hija, tendría una mejor vida, carro, una casa grande con muchos animales y un buen apellido.




La fecha se estipuló y no había marcha atrás, la noticia le cayó a Yani como un balde de agua fría, pues no había otro camino, otra elección. Debía casarse sin amor y destinar su vida a hacer siempre lo que los demás dijeran, o por lo menos a acatar las órdenes de su papá. Lo más doloroso era que a cambio de su mano, su suegro le dio a su padre un car wash equipado y un picop de doble cabina.

Fue un trueque a cambio de una mujer, un negocio, de su felicidad, un carro. Tres meses después, ambos se casaron en una fiesta llena de detalles, lujos, un bonito vestido y mucha comida, que quizás en otro tiempo se imaginó fuera así, con otra persona, pero la realidad era distinta. Ella, ocultaba la infelicidad y un dolor profundo.  

Como el caso de Yani, hay miles de historias en el interior de la república, en los cuales las bodas por conveniencia son más frecuentes, quizá algunos lo toman como una solución a la pobreza y una forma de salir adelante. El precio que su papá le dio a los sentimientos de su hija fue un negocio rentable y una vida acomodada, el libre albedrío quedó por un lado, al igual que sus sueños e ilusiones.




A tan solo dos años de la boda, ya es mamá de una niña y vive bien, sin amor ni esperanzas o metas por las cuales luchar, aparte de su hija, llena de dolor, soledad y melancolía. Ella, ya no siente nada y aunque aparenta ante los demás son sus ojos los que la delatan, sus lágrimas por la noche y las diferentes cicatrices alrededor de su cuerpo, que le recuerdan el dolor vivido. Cada día, recuerda el inicio de una etapa en la que no quería estar, pero, como lo califica su padre, tiene comida y un techo donde vivir. 

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