La primera vez que escuché sobre un Golpe de Estado fue allá por 1987. Un pañuelo rojo con puntos blancos identificaba a los soldados de la Zona Militar número 10 del Departamento de Jutiapa.
Los militares, con fusiles y tanquetas, pararon el tráfico en la entrada a Puerta Parada, lo que hoy conocemos como Carretera a El Salvador. En la radio sonaba la misma melodía y la profunda voz de don Otto René Mancilla pedía que todos estuviéramos atentos a los mensajes de TGW.
Los colegios llamaban a los padres para que recogieran a sus hijos, las calles estaban desoladas y el ambiente era tenso y oscuro.
Lo ocurrido aquella mañana no fue suficiente para romper la joven democracia. Vinicio Cerezo entregó el poder a un Presidente democráticamente electo, aunque tan solo un año y pico después este desconociera la democracia.
Hace tan solo unos días el presidente Jimmy Morales habló de un plan para derrocarlo. Las palabras del mandatario fueron tomadas a la ligera por buena parte de la ciudadanía, ya que los Golpes de Estado no se anuncian, se ejecutan.
Hay guatemaltecos que añoran los tiempos de la dictadura, de los continuos Golpes y de la predominancia de las armas sobre las ideas. Yo no comparto esa visión. Entiendo los males que nos aquejan, los sufro al igual que todos, pero creo que nuestra desesperación no nos debe hacer perder el rumbo.
Pensar en un dictador, sin importar si su visión es de derecha o de izquierda, es pensar en que somos tan tontos que solo un “iluminado” nos puede sacar del abismo institucional en el que estamos.
El camino es la construcción de instituciones fuertes, la capacitación de gente proba y la creación de una nueva escala de valores que priorice el honor sobre el dinero. No esperemos que todo cambie, cambiemos nosotros y ayudemos a la transformación de un Estado en cuyas entrañas la corrupción ha hecho metástasis.
Foto: Conciencia Guate