Los asilos de ancianos y el dolor de la vejez imagen

Los que nadie quiere, que solo ocupan espacio, esos fueron quienes nos amaron y cuidaron.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Llegar a la tercera edad no es fácil, más en un país como Guatemala, donde no son prioridad para el Gobierno y tampoco para sus familias.

Cuando estaba en un grupo de la iglesia Católica íbamos a visitar un asilo de ancianos, en San Juan Sacatépequez, se les veía tristes pero al vernos sus caras cambiaban y se alegraban que estuviéramos allí. 

En el asilo había unos 35 adultos mayores, mujeres y hombres que poco a poco fueron llegando. Unos porque no tenían familia y nadie que velara por ellos, otros más tristes sí la tenían pero muchas veces ya habían sido olvidados.




Recuerdo muy bien a Antonio.

Era un hombre de 74 años, en aquella época, que trabajó como abogado durante muchos años y llegó a formar una familia. Una esposa que era 5 años menor que él, pero murió por un cáncer en el estómago, juntos procrearon 4 hijos. Tres hombres y una mujer.

Al preguntarle por qué se encontraba en ese lugar, sus ojos rápido se llenaban de lágrimas, suspiraba y empezaba la historia.

Cuando sus hijos crecieron, poco a poco salieron de su casa, cada uno hizo sus vidas, se casaron y tuvieron hijos, él vivía únicamente con su esposa, quien era su fiel compañera de vida. Un día, ella se enfermó y la llevó al hospital, al llegar los doctores le comunicaron que su señora estaba muy mal y le debían hacer unos exámenes, pero que los pronósticos no eran buenos.

A las 2 semanas le dieron la noticia, su esposa tenía un cáncer terminal, que los doctores no podían decir cuánto tiempo le quedaba de vida.

Esos fueron los momentos más duros de su esposa, quien pasó de ser una mujer fuerte a estar acostada en una cama sin levantarse.

Un 4 de septiembre ella murió, toda su familia se hizo presente para estar con Antonio.

Después de la muerte, pasaron 2 meses en los que sus hijos iban y venían a verlo, estaban con él y lo cuidaban, pero eso los agotó. Por lo que, en noviembre hablaron con Antonio y le sugirieron que se fuera a vivir a un asilo de ancianos.

Un poco en desacuerdo, Antonio aceptó, las primeras semanas sus hijos lo iba a ver cada semana, los siguientes meses cada 15 días. Para el primer año que estuvo allí su familia ya solo lo visitaba, una vez cada 2 a 3 meses.

Hasta que un día dejaron de llegar, ya no llamaban para preguntar por él, no le escribían y ni siquiera conocía a su nieta pequeña.

Ya han pasado varios años desde que conocí a Antonio.

Sin embargo, un día llamé para preguntar por él y me dijeron que había muerto. La monja encargada del lugar me contó que un día su familia llamó para llevarlo, pero nunca llegaron, esperó 2 meses a que fueran, hasta que murió.




Así es como muchas de las historias de los asilos de ancianos terminan, esperando a que alguien vaya por ellos y que no los olviden, son situaciones duras.

También, hay historias buenas, de familias que cada semana van a ver a su ser amado y no lo olvidan, de hecho hasta se turnan para acompañarlos.

En todas las familias hay personas de la tercera edad y así como ellos nos cuidaron y amaron, nosotros deberíamos de darles el mismo amor.

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