La historia de Shana: crónica de una niña marcada por el abuso sexual imagen

Lo primero que Shana hizo fue abrir su computadora y mostrar una nota de prensa. “Él es el agresor”, dijo mientras señalaba a quien la había torturado su niñez.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Shana Gould es una mujer de 26 años, blanca, alta y de grandes ojos verdes. A primera impresión pareciera que fuera una turista más perdida en la pequeña Guatemala; pero todo es diferente cuando Shana habla. Su casi perfecto español y la forma en la que se desenvuelve revela que es de aquí más que de British Columbia, Canadá, el lugar donde nació.

Lo primero que Shana hizo cuando me conoció fue abrir su computadora y mostrarme una nota de prensa. “Él es el agresor”, me dijo mientras señalaba a quien la había torturado su niñez y fuera el responsable de hacer realidad sus más grandes pesadillas. En todo el tiempo que hablamos, fue la única vez que mencionó su nombre.

Su vida dio un drástico giro en 1998 cuando, con apenas 8 años, llegó a Panajachel con su madre por un viaje turístico que se extendió hasta convertirse en su nuevo hogar. La pequeña no hablaba español, pero viviendo en Pana hizo rápidamente amigos que le enseñaron todo lo que una niña de Sololá debía saber. Fue en la calle Santander, la misma donde jugaba yaxs y tenta. Así conoció a Raúl Fuentes Villela, su agresor. Él era un hombre de unos 40 años que andaba en su bicicleta negra recorriendo las calles del pueblo y le sonreía a Shana cada vez que la veía.

Raúl resultó ser músico de un conocido restaurante de la Santander, lugar que Shana y su madre solían frecuentar. Tenían poco tiempo de haber llegado cuando él se acercó ofreciendo sus servicios como maestro privado de música, ciencias y matemáticas. Su madre, entusiasmada porque en ese momento Shana estaba haciendo homeschool (escuela en casa), decidió aceptar su ayuda. La familia Gould todavía no se había mudado a una casa y vivían en el Hospedaje Londres, un hotel del lugar. Fue ahí donde comenzó a darle las clases privadas.



La imagen retrata los años en que Raúl visitaba el hogar de la familia Gould. Shana compartió esta fotografía y autorizó su publicación.

El maestro era muy amigable y se ofrecía a ayudar en casi todas las cosas de la casa. Su estrategia era fácil: consentirla para hacerla sentir especial y cumplirle todos los antojos que a su corta edad tenía. Los abusos no tardaron en empezar. No tenía mucho tiempo de ser su maestro, una o dos semanas según ella lo recuerda, cuando ocurrió el primer incidente.

“La primera vez fue a los 8 años en el Hospedaje Londres. Él siempre me cargaba y para levantarme ponía una mano en mi vagina. Pero esa vez movió su dedo de una forma rara y me frotó. Yo me sentí muy incómoda. Todavía recuerdo la sensación”, relata Shana, en el rostro se forma un gesto de asco al recordar. La pequeña le contó a su madre sobre lo que acababa de pasar, pero Raúl sabía cómo escaparse de las acusaciones. Se sintió ofendido ante el señalamiento, le aclaró a la madre que fue un accidente, le creyó sin dudarlo. Esa fue única vez que Shana hablaría de lo que estaba sufriendo.

Las agresiones se volvieron más frecuentes y mucho más graves cuando Shana y su madre se mudaron a una casa en la Calle El Frutal. Como se había vuelto amigo de la familia, visitaba a las Gould todos los días y la rutina era casi siempre la misma. Llegaba con el material para dar la clase, subía al cuarto de Shana –que quedaba en el segundo nivel– y cerraba la puerta para darle tutorías personalizadas. Las clases eran realmente una excusa, dedicaba al principio una hora para darle clase y utilizaba el resto del tiempo para tocarla, hablarle cosas inapropiadas y forzarla a tener sexo oral. A partir de los 9 años los abusos llegaron a ser de dos a tres veces por semana. Por supuesto, las agresiones iban de la mano de un juego psicológico donde se pretendía normalizar la relación entre los dos.

“Me decía que lo que hacíamos tenía que ser secreto y que no podía decirle a nadie porque la sociedad no lo iba a comprender. Que la relación era muy especial y no le podía contar ni siquiera a mi mamá, porque ella simplemente no lo iba a entender”, explicaba mientras no apartaba sus grandes ojos de los míos.

Shana no había dudado en decir que él la había tocado la primera vez, pero a medida que pasaba más tiempo con Raúl e iba estrechando vínculos de cariño hacia él, era más difícil decírselo a alguien. Por supuesto que sentía miedo, no sabía cómo reaccionaría él si ella llegaba a hacerlo público, y peor aun, tenía miedo de las críticas de las personas cuando se enteraran lo que su profesor hacía con ella en las clases. Era la vergüenza, la confusión y el cariño a la persona que quería lo que provocaron el aterrador silencio.

Raúl llegó a ganarse la confianza de Shana y su madre asumiendo el papel de un padre amoroso, como él mismo se identificaba ante la entonces pequeña. Ella recuerda que él siempre trataba de decirle lo bonita e inteligente que era, incluso la ayudaba a sacar siempre buenas notas en los exámenes porque pasaba diciéndole las respuestas todo el tiempo. “Él era mi confidente, yo le contaba todo, era como mi mejor amigo. Yo pensaba que él me podía proteger porque decía que era mi papá, y yo lo quería así”.

“Pero si a ti te gusta”

Una vez, alrededor de los doce años, trató de hablar con él. Sabía que estar desnudos, el sexo oral y los constantes abusos no eran correctos, que era confuso y que se sentía sucia al llegar a casa. Pero su desesperado esfuerzo fue en vano y consigo vinieron una serie de manipulaciones como, “pero si a ti te gusta” o “sos una niña berrinchuda”, con sus palabras lograba hacerla sentir culpable y avergonzada.

Así fue como Shana vivió su infancia; de los 8 a los 13 años fue tocada, agredida y abusada por quien se suponía era la persona en quien más confiaba. El silencio y la vergüenza se volvieron parte de su vida por 4 largos años. Hasta que a los 13, un poco antes de que desarrollara, ocurrió por primera y última vez la violación. Ese fue el fin de todos los abusos.

“Las personas siempre creen que el acto de penetración es lo peor, el peor delito. Pero la realidad es que para mí él hizo otras cosas que fueron terribles”, cuenta Shana mientras hace largas pausas, como quien no quiere recordar. “Habían otras cosas que eran muy malas”. No necesitó decir más, su inquietante silencio me confirmó que para una niña que fue abusada sexualmente desde los 8 años habían cosas peores que aún duelen.

Una llamada y la historia se repite

Shana siguió callada y continuó el resto de su adolescencia en aquella casa donde sufría. Terminó sus estudios en Panajachel y cuando se graduó decidió volver a Canadá para cursar la universidad. Se matriculó en la Carrera de Estudios de Género y Literatura en Español en la Universidad de British Columbia. Fue allí cuando decidió comenzar a sanar las heridas que había guardado por tanto tiempo. Comenzó a ir al Centro de Crisis de Mujeres Violadas en Vancouver y con ayuda de Carly, una víctima de abuso sexual y su psicólogo, logró tomar las fuerzas necesarias para no solo hablar de ello sino empezar a tomar acción.

Cuando estaba a punto de graduarse, en 2013, recibió una llamada inesperada que sin duda fue la gota que derramó su vaso, lleno de rencor y ansias de justicia. Se trataba de la madre de una niña alemana que vivía en Sololá y que estaba preocupada por su hija, que recibía clases con Raúl. La madre de la niña le contó que empezó a notar las conductas extrañas del profesor y le preguntó a la ahora joven si ella alguna vez había sentido algo parecido. Sin dudarlo dos veces y al darse cuenta de que su agresor seguía suelto y utilizando el mismo modus operandi, Shana le contó todo lo que le había pasado, no soportaba la idea que otra pequeña había caído en la misma trampa de la que ella había sido parte 15 años atrás.

Así comenzó el proceso más duro para Shana, renunciar al silencio que por tantos años había sido su fiel compañero. “Fue como una sensación de que me iba a morir, como que contarlo era el fin del mundo. No sé cómo, pero pensaba que iba a morir”. Para ella, contarlo significaba revivir el pasado y volver a sentir aquel temor de lo que pensaría su madre, sus amigos, su familia. También tenía miedo de lo que pasaría después con Raúl, ¿le haría daño?. 

Lo más duro fue contarle a su madre, quien quedó destruida al enterarse de todo lo que por mucho tiempo había pasado frente a sus narices y que nunca imaginaba. En junio de 2013 volvió a Guatemala y con la ayuda de la Fundación Sobrevivientes presentó la denuncia en el Ministerio Público, pese a comentarios negativos de abogados y de personas que creían que la justicia nunca iba a llegar a sus manos. “Fui a hablar con diferentes abogados y personas en Sololá, pero eran pesimistas en cuanto a hacer una denuncia. Decían que había pasado mucho tiempo y que era mejor que denunciaran niñas de ahora. Pero yo estaba segura de que quería hacerlo y me fui con otras personas que sí me motivaron. Así fue como denuncié”.

El sistema de justicia no le falló. Después de una larga lucha, con testimonios, peritajes y amenazas por parte de gente que conocía al agresor, en octubre de 2014 Raúl fue condenado por el Juzgado de Sentencia Penal de Sololá a 64 años de prisión inconmutables por los delitos de violación agraviada y abusos deshonestos violentos con agravación de la pena en concurso real.



Raúl fue capturado el 14 de agosto de 2013 señalado de abusos deshonestos y violación.

Shana no se arrepiente de haberlo denunciado y se alegra de saber que, aunque su dolor no haya desparecido, por lo menos está tranquila sabiendo que su agresor está encerrado y que ninguna otra niña podrá ser su víctima. Cuando le pregunté acerca de lo que la pudo haber ayudado me dijo:

“Creo que lo que más ayuda es que un padre o madre tenga charlas con sus hijos frecuentemente, hablando de personas específicas. Cosas como, ‘¿esta persona ha hecho algo raro contigo?’ o ‘¿te sientes cómodo con esta persona?’. Que estas charlas ocurran con frecuencia, porque si eres niño y te preguntan alguna vez si él ha hecho algo raro tal vez vas a decir que no por la vergüenza, pero si siguen estas conversaciones va a llegar un punto en donde lo vas a decir”.

“¡Ah, y otra cosa!”, continuó. “Que las personas tengan un papel designado en la vida del niño. Si él es profesor, pues es únicamente profesor, es muy claro. El profesor hace esto y no hace esto. Que los parámetros de la relación estén definidos”.

Hoy Shana tiene 26 años y sigue viviendo en Panajachel, en la casa de su infancia. Eventualmente forma parte de foros y charlas para prevenir el abuso sexual en menores. En su tiempo libre canta y escribe para ella misma, para tratar de sacar los recuerdos. Sabe que su historia jamás podrá ser borrada de su vida, pero ha aprendido a vivir con ella, sin tanto silencio. Ahora quiere ser abogada para ayudar a más niñas como ella. El agresor le pudo quitar muchas cosas, pero no sus sueños.



Shana volvió a Panajachel, en sus tiempos libres se dedica a impartir charlas para prevenir el abuso de menores.

Datos

– En 2015 Raúl interpuso un recurso de casación en la Corte Suprema de Justicia en contra de la sentencia de la Sala de Apelaciones que confirmó la sentencia condenatoria dictada por el Tribunal de Primera Instancia de Sololá. Aún no se ha resuelto.
– Del 1 de enero al 31 de octubre de 2016 se reportaron 6,163 denuncias de violencia sexual en contra de menores de edad.
– El INACIF reporta que el 64.97% del total de casos de víctimas de violación son menores de edad.
– En promedio, en Guatemala se comete una violación cada 46 minutos.

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