Él no está distraído, realmente está deprimido imagen

Su vida no es igual que la de los demás, para él es muy complicado estar bien. Miedo, ansiedad y más se apoderan a diario de su vida.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.




No puedo salir de la cama, pero no sé por qué. Quiero abrazar a alguien, pero no tengo a quién. Quiero decir que estoy mal, pero no encuentro las palabras para poder expresarlo. Así es su día a día, así ha sido su vida.

Aunque su vida ha estado llena de varios eventos desafortunados, tenemos la dicha de seguir contando con él y su amistad.

Ante los ojos de alguien más tuvo una infancia tranquila, es parte de una familia económicamente bien posicionada, nunca le ha faltado nada. Aunque sus padres viajaban mucho creció rodeado de sus abuelitos, su tío Rudy, quien figuró como su padre durante muchos años. “Lo tuve todo”, comenta.

A la edad de 7 años, se topó ante el primer suceso desafortunado que la vida le presentó, le diagnosticaron cáncer a quien para él era su papá, su tío Rudy. Lo que inició como un padecimiento, se convirtió en un tumor en el cerebro, murió un 15 de septiembre.

La inocencia, dicha y felicidad desaparecieron de su rostro, a partir de ese momento. Todo cambió. Iniciaron su viaje por las clínicas de muchísimos psicólogos, ninguno tuvo éxito. Él no quería darle ese espacio en su vida y mente a ninguno. Incluso varios profesionales se negaban a tratarlo por su manera de ser, nada grato.




Su vida se comenzó a rodear de “muchos amigos imaginarios”, un sinfín de voces, su obsesión con el orden cada vez era más evidente (todo debía estar clasificado y ordenado de cierta manera). La depresión y la esquizofrenia iniciaron a apoderarse de su vida.

Transcurría un año de la muerte de su tío, cuando comenzó con los intentos de suicidio, siendo las más recurrentes con pastillas y cortadas en su cuerpo. Lo único que le faltó intentar fue, pegarse un tiro o inyectarse oxígeno con una jeringa.

Define su adolescencia llena de silencio, varios intentos de suicidio, pero para poder esconder todo eso, era de los más “extrovertidos” en sus distintos círculos sociales. Difícilmente, podían controlarlo en los colegios, lo expulsaron en sexto grado. Una nueva institución, nuevos compañeros, el mismo sentir, los mismos intentos de suicidio, nunca pararon. Varias cosas cambiaron, pero siempre lo constante eran sus ganas de acabar con todo.

En séptimo grado, conoció a su mejor amigo, un aliciente para su vida. Pero sus episodios psicóticos se hacían más evidentes y constantes en su día a día, por lo que iniciaron sus visitas al psiquiatra. Dándole chance para que realmente lo tratara, escuchara y comprendiera.

En octavo grado, todo se vino abajo de nuevo, al punto que casi lo expulsan de nuevo, sus episodios psicóticos continuaban, al igual que los intentos por quitarse la vida una y otra vez. Así fue toda su adolescencia.

Cuando llegaron los 18 años, luego de hospitalizaciones y lavados intestinales, al estar con su psicólogo, le realizaron exámenes para así diagnosticarlo de una vez por todas. Siendo el resultado de los mismos, depresión severa, ansiedad social y esquizofrenia. Su vida se plagó de un mundo de medicamentos. Le era imposible mantener una relación estable con una chica, por sus distintos episodios, nadie era capaz de tolerarlo.

A los 21 años, todo explotó. Su madrina, quien era su figura materna, murió a causa del cáncer. Él en ese momento se aferró y prácticamente abrazó a la depresión. A los cuatro meses, murió su abuelita paterna. Todo estaba en picada. Tiempo después, su celular no dejaba de sonar, al contestar no sabían cómo decirle que su mejor amigo había muerto también por un cáncer.




No podía con más, la vida se había esmerado en presentarle su lado más cruel, no paraban los acontecimientos desafortunados. Aunque trataba de esconder todo lo que sentía, todo era en vano. No quería salir, no había voluntad en su ser.

Su vida era monótona, no había nada que le diera fuerzas para seguir luchando. Una sobredosis de su medicamento diario, estuvo a punto de acabar con su vida, en junio de este año. Faltó tan solo una pastilla más para que su cuerpo no pudiera más.

Eso que faltó para acabar con su vida fue determinante. Era tiempo de hacer que todo funcionara, era momento para tratar la depresión.

Tuvo dos opciones, ponerle ganas y aceptar que estaba mal, para así salir de la depresión, o terminarse matando. No han sido los medicamentos con los que se trata, lo que ha hecho que poco a poco salga adelante, como dice él “son los huevos que le pones día tras día y comprender que no habrá salida si tú no la quieres”.

Y para el resto, apoyemos, escuchemos, comprendamos, respetemos y ayudémoslos sin juzgar, ni reprochar.

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