Guatemala nunca será mi hogar imagen

Las historias de quienes han tratado de alcanzar el sueño americano y son repatriados a Guatemala, tienen matices que no siempre obedecen a criterios de blanco y negro.

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Las historias de quienes han tratado de alcanzar el sueño americano y son repatriados a Guatemala, tienen matices que no siempre obedecen a criterios de blanco y negro. Si bien la ilegalidad determina su incapacidad de mantenerse en el país al que viajaron, muchos de sus conflictos son universales.

La presente conversación fue en inglés y tuvo lugar en las alturas de un edificio corporativo de Ciudad de Guatemala. Danny es un tipo con sentido del humor. Aunque el tatuaje en su cuello (el nombre de su hija) y su pelo arreglado en una cola pueden intimidar a muchas personas, este joven guatemalteco proyecta serenidad y aprehensión al mismo tiempo. Habla con un acento regional muy específico la mayor parte del tiempo. Tiene 25 años y quisiera más segundas oportunidades. Regresó a su país natal (pero no es su hogar, como él lo admite) hace 3 años y medio, tras cumplir una condena en una prisión de máxima seguridad en Massachusetts.

“Todavía recuerdo aquel día. Me trasladaron por tierra desde Boston, esposado desde los brazos, la cintura, con una cadena entre mis pies, otra de mis pies a mis brazos. Me llevaron hasta New Jersey. Nos mantuvieron allí como medio día. Luego, abordamos un vuelo a Luisiana, donde pasamos la noche. Fue horrible. Nos tomaron las huellas dactilares. Incluso tomaron mis huellas oculares. Nos decían lo que ocurriría si regresábamos. Al día siguiente fue cuando nos enviaron a Guatemala. Fue una espantosa experiencia”, cuenta.

Danny tenía alrededor de 6 años cuando se unió a sus hermanos y hermana para reencontrarse con su madre, quien vivía en Estados Unidos. Entre 1999 y 2000 ella consiguió los US$7 mil necesarios para obtener legalmente la documentación que les permitiría a sus hijos viajar hacia ese país. “Fue así como aprendimos inglés. Nos inscribieron en clases de inglés como segundo idioma. Con el paso de los años estudiamos en middle school [los años de la educación básica] en Lynn, Massachusetts”.

“La llaman la ciudad del pecado, porque no sales de la misma forma en la que ingresaste”.

¿Crees que la ciudad se ganó su reputación? Había mucha violencia. Si vives violencia todos los días, te atrapará. Como en el colegio, si no eras un abusador [bully], abusaban de vos.

¿Cómo fue tu experiencia escolar? Estuvo bien, aunque me metí en varias peleas.

¿Eras considerado latino o fuiste asimilado como un chavo gringo? Latino. Allá se llevan por las etnias. Los negros van con los negros, los latinos con los latinos…

Es tribal…Sí. Cuando te empiezas a acostumbrar, inician las parrandas y suceden las cosas malas. Empezas a probar drogas. En Boston íbamos a fiestas en los sótanos de las casas. Llevaban cocaína, mariguana, alcohol. Lo que fuera. Ahí estaba. Las fiestas eran de jueves a domingo. Una vez te juntás con la gente equivocada, es difícil no hacer cosas junto a ellos, ¿sabes?”

El punto de quiebre para él, quien era residente en Estados Unidos, llegó en 2009. “Me agarraron con varias armas; de 38, 22 y 45 mm. Fue un robo a mano armada, como un allanamiento de morada. Un día, uno de mis cuates dijo: ‘Sé dónde conseguir dinero fácil´. Y el dinero fácil no suena para nada mal”. Fue así como identificaron una casa en la que vendían crack.

“Empezamos a planificar el asalto. Un viernes reunimos todas nuestras cosas: las armas, las máscaras y estábamos listos”. Los sucesos de esa noche cambiaron radicalmente la vida de Danny. Él y dos de sus amigos amarraron a dos mujeres que estaban a cargo de la vivienda, las drogas y el dinero. Las amenazaron con las armas y ellas entregaron todo. ¿El botín? US$20 mil, un cuarto de kilo de coca y algunas pastillas. En poco tiempo, mientras él conducía el auto polarizado de regreso a Lynn, fueron detenidos por un agente de tránsito.

Alguien en el vecindario de Boston había avisado a la policía. El agente pidió refuerzos. Hicieron una revisión al vehículo sin autorización judicial, lo cual eventualmente ayudó a reducir la sentencia que recibirían Danny y sus amigos, por los delitos cometidos.

Tenía 18 años y todavía estaba en la secundaria. Había embarazado a una chica. Obtuvo libertad condicional y, mientras esperaba a graduarse, empezó a armar su defensa legal. “Si somos honestos”, relata, “no lo volvería a hacer”.

¿Cuánto tiempo estuviste preso? Tres años y medio. Luego de eso me enviaron a inmigración. Ahí peleé mi caso durante 6 meses. Apliqué a la Convención Contra la Tortura (CAT, por sus siglas en inglés). Como a mi padre le dieron asilo político en 2004, eso nos incluía a su familia. Así fue como conseguimos papeles.

¿Eras ciudadano? No, era residente, tenía greencard. Una vez recibes la sentencia, se convierte en un delito grave y es una deportación automática. Fui a inmigración y me dijeron: ´Puede apelar su caso, pero de igual forma lo deportarán´.

Acepté asumir mi defensa, fui mi propio abogado. Redacté como 14 páginas de argumentos sobre por qué no debían enviarme a Guatemala. Llamé a la embajada para que me enviaran papelería, para demostrar que corría riesgo si regresaba. Creían que por que se había firmado la Paz, esas razones ya no eran válidas.



Este tatuaje me lo hice porque no creo en la paz.

“Les dije que la violencia todavía existía en el país, incluso más que antes. Guatemala es un país del tercer mundo”. Al juez no lo convecieron los argumentos de Danny y el fiscal del distrito se opuso a la apelación. En el centro de detención de Plymouth, Massachusetts, empezó a sentirse desesperado pues no veía una salida positiva a su situación. Finalmente se resignó a ser deportado. “Llamé a la embajada y les dije que me sacaran de aquí. Ya no quería seguir encerrado”. Tres semanas después, Danny formó parte de un grupo de 200 privados de libertad que fueron repatriados.

¿Qué fue de la chica que esperaba un hijo tuyo? Mientras estuve preso dio a luz a la niña. Mi mamá las llevó a visitarme algunas veces. 

Debido a su deportación, Danny sería privado de contacto con su nueva familia y, por las condiciones de asilo político de sus padres, tampoco volvería a estar con ellos. Cuando regresó a Guatemala, nadie lo recibió en el aeropuerto. Tomó un taxi y se quedó durante dos días en la casa de su abuelo, su único familiar cercano. “Apenas si le hablaba. No fue fácil. Después busqué trabajo en un call center”.

ANTES Y DESPUÉS

Mientras estuvo encarcelado, experimentó una nueva jerarquía. Los reos lo interrogaron, para cerciorarse de que no fuera un informante o un pedófilo, quienes son alejados del resto de presos. La violencia lo alcanzó; fue enviado al área de segregación (el hoyo) como castigo, prácticamente desnudo, en un área sucia y calurosa. 

Producto de estas experiencias le recetaron, mientras cumplía con su condena, un antidepresivo. Contrabandeó sustancias ilícitas como un medio para ganar dinero. Ahora, fuma cigarrillos y mariguana, lo cual le ayuda, dice. “Me relaja, me hace feliz. No te voy a mentir, me ayuda a olvidarme del estrés y de los problemas”.

Cuando regresaste a Guatemala, ¿cuánto tiempo te tomó volverte a sentir como vos mismo? Todavía no me siento yo mismo. Me siento diferente por el simple hecho de que estoy aquí sólo …

La voz de Danny, entre pausas, refleja una comprensible melancolía. “Mi hija sigue en Boston. La veo de vez en cuando, pero como va a clase y ya no estoy con su mamá, hasta ahí llega. Es difícil para mí mantenerme en contacto con ellas. Es triste porque quiero estar allí para cada segundo de la vida de mi hija. Me rompe el corazón. Pero ¿qué puedo hacer? Soy yo en contra del Gobierno”.

“Si pudiera regresar a Estados Unidos, lo haría. Guatemala es bonita, y yo sé que aquí nací, pero nunca lo consideraría mi hogar. Mi hogar es Boston. Boston es mi casa. No creo que eso vaya a cambiar nunca porque estuve allí toda mi vida”.



Los tres puntos, son la vida loca que he vivido.

En cuanto a tu trabajo, ¿tenés un plan para mantenerte lejos de problemas y evitar estar en un aprieto como el que viviste en Estados Unidos?Ahora veo a la vida de una forma diferente porque estar en la cárcel es horrendo. No solo estás separado de tu familia, sino que durante tu tiempo allí no haces nada productivo. Tengo metas pero no creo que las pueda lograr en Guatemala. Trabajar en un call center apesta, pero es lo único que tenemos como opción de trabajo. Si tienes tatuajes, no podes trabajar en ciertos lugares. De lo contrario estaríamos en la misma situación de meternos en problemas para conseguir dinero.

Ahora soy bueno. No me gustan los pleitos. Soy una persona tranquila. Tengo un hijo aquí, y es parte de lo que me motiva a ser bueno y no ser malo de nuevo. Si tuviera una segunda oportunidad, te garantizo a que sería lo opuesto a lo que solía ser. Sí, tengo un plan para mantenerme recto. Me gusta trabajar. Al llegar a casa limpio mi habitación, trato de mantenerme lejos de las malas influencias. 

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