Esto me dijeron en la línea del retraso menstrual imagen

Esto hay detrás de uno de los anuncios que adornan la ciudad, esos que preguntan: ¿Retraso menstrual? La solución cuesta Q2 mil.

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Al más puro estilo de Silvia Pinal les pediré que me acompañen a conocer esta triste historia. A los 17 yo era una chica enamorada y con las hormonas revolucionadas. Así que ahí estábamos Danielito, yo y nuestra inexperiencia, solos y supuestamente listos para darlo todo. 

El problema es que después de la ceguera temporal de la pasión hay consecuencias. Obviamente mi virginidad no estaba en un pedestal, pero mi futuro sí. Los accidentes pasan. ¿Y si quedaba embarazada? Mi madre se enojaría, mis tías habrían acertado en sus pronósticos y seguramente yo nunca iría a la universidad, ni viviría mi particular Sex and the City. Me da un poco de risa la forma en que en ese momento exageré la situación, pero sinceramente ser madre adolescente no es, y no debería ser, una opción.

 ¿Qué se hace entonces? Ya sabemos que golpearse el vientre o rodar por unas escaleras no sirve de nada. En esa época, que tampoco es muy lejana, fuera de consultar con una amiga de una amiga, quedaban dos cosas: googlear “abortos en Guatemala” sin dejar rastros en la computadora familiar o marcar el número de uno de esos carteles de “retraso menstrual” que se ven en los postes y paredes. 

Si les preocupaba, al final de la no tan triste historia no hubo necesidad de hacerlo, pero siempre me ha llamado la atención que esta forma de decorado urbano/ayuda social se niegue a desaparecer. Ya se me atrasó el periodo, llamo y ¿me ofrecen una interrupción del embarazo?, ¿una adopción?, ¿me convencen de que es una bendición y que debo quedármelo? Dispuesta a resolver el misterio, me convertí en Anahí, una adolescente de Villa Nueva y estudiante de Perito Contador a la que, valga la redundancia, eso de las cuentas no se le da muy bien. 

Llamada 1

Me dirijo a un teléfono público. Uno, dos, al tercer tono, un hombre responde. Mi voz nerviosa sale sin mucho esfuerzo… 

 – Buenas tardes, yo le llamaba porque vi su número en un anuncio.

– Hola, habla con el doctor Carlos Díaz –me dice con un acento que suena a Oriente, del país, claro. ¿Cómo se llama? 

– Anahí…

– Qué lindo su nombre –trata de sonar paternal, de inspirar confianza, pero el tono es más cercano a un predicador de camioneta. ¿Cuántos años tiene? ¿Cuánto tiempo tiene de retraso?

– 17, tengo 20 días. ejem, me hice una prueba y salió positiva. Quería saber qué opciones tengo…

Me interrumpe. 

– Pues yo se las puedo dar, pero me está llamando de un público, ¿verdad? Hágalo desde su celular y le explico todo. 

Llamada 2

Convenzo a mi vecina de que me preste su teléfono prepago a cambio de hacerle una recarga. Timbra otras dos veces y la voz de padre jutiapaneco reaparece. 

– Anahí perdóneme que no le pude hablar bien, pero es que estaba entre la gente. Mi muchachita, preparándose en el estudio me imagino que está. ¿En qué grado va?

¿Por qué quiere saber tanto? 

En quinto perito, esta semana empezaron las clases  –digo para no sonar pesada.

– Ay qué lindo, ya va avanzando. ¿Qué le paso? ¿Se descuidó con el método? ¡Ay Dios! –le sigue una pausa y de improvisto suelta– El costo del tratamiento es de Q2 mil.

– Y ese tratamiento, ¿en qué consiste?

– Es un tratamiento drenativo, lleva sus tabletas vaginales e inyecciones y es muy satisfactorio. Todo le funciona en un lapso mínimo de 4 o 5 horas. Aunque puede ser antes.

– ¿Es una operación?

– No, no, no –me corta–, eso es un legrado y está prohibido por la ley. No se tocan aparatos.

– Entonces, usted solo me da las medicinas, ¿no tengo que ir a su clínica?

– Recuerde que usted es menor de edad y eso es bien delicado. Yo le voy a cobrar Q1,500 para echarle la mano y usted decide para cuándo quiere el tratamiento. Yo le doy las instrucciones en ese momento y calculo que usted en 3 o 4 horas ya está libre del problema. Usted me dice dónde podríamos juntarnos y yo se lo entrego.

¡Me acaba de rebajar Q500! Es lo que pienso y le respondo: –Y eso, ¿no es muy riesgoso para una de mujer?

– No, lo utilizan continuamente.

– ¿No hay posibilidad de que me desangre o después ya no pueda tener hijos? 

– No, nada que ver, eso queda libre siempre. A la edad que usted tiene no puede tener niños todavía. Usted tiene que estudiar –expresó tratando de sonar aún más convincente.

– Y, ¿me puede acompañar mi novio?

– Sí y dígale que se ralló porque le voy a echar la mano en grande con el precio.

– El dinero sí, lo tenemos que juntar….

– Dando y recibiendo. Otra cosa así no va a hallar. Me extraña porque usted es una profesional, yo no tengo tanto estudio como el que usted tiene –su tono de voz se transforma de falso padre a ofendido y, ¿acaso no era doctor? ¿Sabe qué estoy sintiendo? Que usted no me tiene confianza, tiene muchas dudas. A mí las cosas no me las regalan, yo las compro con pisto. Mire, para subir a una camioneta, por Q1 que falte ya no puede hacerlo uno. Las cosas aquí son cosas serias y centradas.

– Sí, comprendo. Es que….

– Yo soy sicólogo y licenciado en parasicología (¿WTF, habla con los fetos?, pienso mientras me grita), aquí usted no está hablando con un cualquiera. No sabe usted quién es el dueño de esto. Yo soy un gran profesional, capto a la gente que me tiene confianza y a la que me desconfía. ¿Para qué me voy a comprometer por Q1,500? No vale menos. En otro lado le van a cobrar Q4 mil porque usted es menor de edad y se arriesga a que la denuncien porque hay tanta gente mafiosa –y por arte de magia vuelve a transformar su tono de voz. Aquí encontró una persona muy buena y honrada que le quiere ayudar. Simplemente le bajé Q500 de un solo cuentazo porque me nació de mi corazón. Un montón de muchachas lo hacen, hasta mayores que usted –me sorprende su capacidad para cambiar de registro. Mejor hábleme cuando esté lista – y cortó la llamada. 

Tengo claro que un aborto dista mucho de ser una experiencia mágica, pero este vendedor de tratamientos lo hizo sonar aún peor. Más tarde en el sitio especializado Woman of the web descubro que existe un medicamento llamado Misoprostol que, aunque está concebido para prevenir la úlceras gástricas, es utilizado por chicas en países en los que el aborto es ilegal. 

Según mi farmacéutico es lo único que se acerca a lo que el supuesto doctor, sicólogo y parasicólogo me ofreció, se vende con receta y para que haga efecto debe colocarse vía vaginal. Puede utilizarse solo en las primeras 9 semanas y está contraindicado para mujeres con anemia.

Las estadísticas de Internet le dan altos índices de efectividad, pero también advierten que es un proceso que no se debe realizar en soledad y que existe la posibilidad de sufrir una hemorragia que te obligue a ir al hospital.

Siempre he pensado que la interrupción del embarazo debería ser legal, nos evitaríamos las malas prácticas y algunas muertes. Sin embargo, si hubiera sido la Anahí embarazada y desesperada, hubiera asistido a la cita. Este señor llegaría, y en el caso de que no fuera un estafador o un violador, me daría la medicina y las instrucciones y, aunque suene raro, no me quedaría más que invocar a todos los santos para que hiciera efecto y no morir en el intento. ¿Y si estaba vencida? ¿Y si solo eran pastillas Tic Tac? ¿Y si se me pasaba la mano? Esta no es la clase de denuncia que la Diaco espere con ansias. ¿Rezar, dije? Pues no, confiar, es lo único que queda en estos casos, confiar en un completo desconocido.




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