En Guatemala, el negocio de contactar damas de compañía está en crisis (Parte I) imagen

Madam organizó las más salvajes fiestas que se han visto, su catálogo de clientes habla por ella: Un conocido líder religioso, empresarios de Guatemala y el mismo Chapo Guzmán.

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El negocio ya no es lo mismo ahora. Hace unos años, en sus mejores épocas, esta Madam organizó las  más salvajes fiestas que se han visto, su catálogo de clientes habla por ella: Un conocido líder religioso, los más adinerados empresarios de Guatemala e, incluso, el mismo Chapo Guzmán.

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Madame es ese culposo contacto de Whatsapp que los hombres solteros (y casados, que son la mayoría) tienen en su teléfono. Almacenado con un nombre genérico para despistar, las conversaciones con ella inician con un saludo y, del lado de los clientes, terminan con el botón “eliminar este chat”.

No quiere decir que hablar con Madame sea malo, aunque claro, depende del significado que se le dé a esa palabra. Si por malo se entiende aburrido, seguro que no es malo. Es alegre y, en sus mejores tiempos, hacía que una pequeña reunión se convirtiera en lo más salvaje y sexualmente divertido que uno se podría imaginar. Ella se encarga de poner el ambiente, el cliente los límites (su billetera).

Madame, por supuesto, tiene un nombre de pila, pero decidí llamarle así por dos razones. La primera es proteger su identidad, pues como ella dice, “Dios controla todo pero no las armas, hay cosas que es mejor guardarse… aunque te voy a contar algunas”. La segunda razón es más simple… porque le luce el sobrenombre.




Es fácil imaginarla con un elegante vestido de corsé, cuyos encajes resultan sensuales por alguna razón que no comprendo. En mi mente ella está sentada en un silla ostentosa que sin decirlo indica al visitante quién es la patrona de ese cabaret con las mujeres más hermosas del pueblo. Con su mano derecha agita suavemente un abanico que parece desmontado de la cola de un pavo real; con la otra, sostiene una larga boquilla con un cigarrillo al final, pero que dejaría con todo gusto para recibir a sus mejores clientes.

En la vida real, la mujer que tengo enfrente hace básicamente lo mismo pero con una vestimenta casual, jeans azules y una blusa blanca que cubre su busto. Su rostro es blanco con ojos grandes y astutos, pero no del tipo que intimidan, sino del tipo que sabe leer lo que buscas antes de pedirlo.

“En Guatemala el negocio está en crisis”, suelta al tiempo que la espuma del primer vaso con cerveza de la noche empieza a llegar al borde. Varias horas después, aquella plática me dejaría 34 páginas de anotaciones y algunos litros entre pecho y espalda. Ella bebió apenas dos vasos, poco a poco se ha alejado de los hábitos de aquel negocio que le dejó Q25 mil por semana, a veces más.

La historia de su vida, la que me dejó saber, solo puede ser contada en dos partes. Esta es la primera, una recopilación de anécdotas con sus mejores clientes y cómo estos –adinerados– cayeron perdidamente enamorados de sus chicas. La segunda es sumamente distinta: lo terrible que puede ser esta vida, las amigas que murieron de las formas más sangrientas y lo asqueroso de tener que obedecer a un vulgar narcotraficante miembro de los Zetas.

La vida en fiesta

“El negocio está en crisis”, repite con el mismo enojo nostálgico que un mayor de edad siente al recordar la seguridad en los tiempos de Jorge Ubico. “¡Las madame de ahora ya no saben divertir a los clientes!”.

Madame se queja de la actitud de su competencia y la calidad del servicio (que según confirman sus antiguos clientes es mala), pero su queja real es que gracias a los grupos de Whatsapp su labor es cada vez menos necesaria. Las chicas “prepago”, como se hacen llamar las damas de compañía, se unen a distintos chats. Si alguna de ellas es contratada con la condición de llevar más amigas, lo publican ahí. Quienes estén disponibles acuden al llamado, sin necesidad de una presentadora.

Cuando Madame empezó sí era necesario. Hace poco más de 15 años los contactos eran de boca en boca y era la mejor forma de tener algo parecido a un filtro de seguridad, que claro, no siempre funcionaba. Para entonces lo que Madame hacía más era modelar como edecán: un traje tallado y bailar frente al público. Pero un día la fórmula que atrae a muchas chicas hacia este oficio se conjugó en sus oídos.




Tenía un hijo, le hacía falta dinero y las penas se acumulaban. Entonces alguien le preguntó: “¿Hacés algo más?”. Aceptó y desde entonces escucharía esa frase una y otra vez, siempre con ese mismo tono vergonzoso de quien no se anima a decir que está dispuesto a pagar por tener sexo. Esa noche su ganancia fue de Q400 por masturbarse frente a un tipo notablemente drogado. Según supo después, la persona que hizo el contacto cobró US$400.

“Fue injusto, pero algo pasó”, dice dejando uno de los tantos vacíos que quedarían durante la narración de su vida. “Los papeles cambiaron y ahí empecé en este negocio”. Esa noche, la vida nocturna guatemalteca incorporó entre sus líneas a una discreta leyenda. Esa noche, los sedientos de fiesta empezarían a conocer a Madame.

La ola de chicas bellas

El negocio de las damas de compañía en Guatemala existe hace mucho. Las rusas eran las estrellas del mercado, pero tenían un pequeño defecto: sus hábitos no congeniaban con el calor tropical de los guatemaltecos. “A los clientes no les gustan las de Rusia. Son muy frías”, dice. “Las latinas les encantan”.

En 2004, esa clientela atendida con frivolidad empezó a recibir cada vez más y más ofertas que los harían felices e, incluso, los embelesarían. Aquel año salió al aire un programa caracterizado por las modelos que hacían coreografías. Detrás de ellas (o junto con algunas de ellas) vino al país una ola de colombianas, costarricenses y cubanas que se dedicarían al negocio del modelaje y del “prepago”. Este sería el auje de Madame, quien fue el enlace de muchas de ellas.




“¿Sabés que los guatemaltecos no saben tratar a una mujer así? No saben qué hacer, se quedan tiesos y les da miedo”, dice ella al explicar por qué muchos cayeron perdidamente enamorados. Con falta de tacto y abundancia de dinero, lo único que se les ocurría a muchos era tratar de enamorarlas con agasajos materiales. Así, los regalos variaban desde un arreglo floral de Q300 –pasando por otros arreglos de Q8 mil– hasta camionetas puestas en la puerta de sus apartamentos.

-Mandaban a un muchacho con la camioneta nueva para que se las entregaran; sacada de agencia, solo tenían que recibirla.

– ¿Y las recibían?

– Algunas sí. Una vez llegó un chavo, lo mandó su jefe con las escrituras de una casa listas solo para que ella las firmara y pasara a su nombre. El asunto era que entre el contrato venía una clausula que decía que ella debía aceptar ser su novia para después casarse.

-¿Y qué hizo?

-La rechazó.

Imagino a un millonario herido en el orgullo, furioso contra el mensajero que le informó la ruptura de amor. Madame insiste en que los guatemaltecos no saben tratar a mujeres así de bellas, por eso las quieren comprar. 

El bacanal del cielo

-¿Qué otros clientes famosos has tenido?

-(levanta media sonrisa pero no dice nada)

-¿Algún empresario conocido?

-(la sonrisa sigue en su rostro, despacio mueve la cabeza de arriba hacia abajo)

-¿el dueño de….?

-Sí

-¿el del banco…?

-Sí

-¿el que fue Presidente hace…?

-Sí, pero más su hijo

-Y…

-No te hagás bolas, todas las personas que conocés y que creés decentes han estado metidas en esto. Todas.

El listado sigue y es innombrable por seguridad de ella. Pero entre todos, hay uno del que le satisface conocer su lado oscuro: un conocido líder religioso.

El nombre de este cliente no puedo escribirlo aquí porque no cuento con nada más que su testimonio como prueba. A Madame no le molesta eso, sabe que con apenas insinuarlo todos intentarán negarlo. “Pero no importa, te van a decir que no es cierto. Puedo contarte esto porque yo estuve ahí”.

Aquella tarde sonó su teléfono, así como el de casi todas sus amigas. Era una invitación masiva. La convocatoria era tan grande como las que se hacían para los conciertos de Semana Santa en Panajachel, pero esta vez era un evento privado.

Ocurrió en una finca privada de Izabal. Fue el cumpleaños de este señor. Elegante frente a sus invitados, agradeció su presencia y rió con ellos al comentar que era el primer cumpleaños que pasaba en Guatemala después de muchos años. Empezó la fiesta.

En el recuento de los daños de aquella farra, Madame supo que ella estuvo ahí junto con al menos otras 600 mujeres, 

y el número parecía perfectamente lógico. Seis centenas de chicas guapas se encargaron de hacer de aquella finca un bacanal del cielo. Los invitados se dejaron llevar, como en aquella escena de El Perfume en el que Jean Baptiste Grenouille regala un poco de su aroma y la población, incluido el máximo líder religioso, sobre todo él, se dejaron llevar.

Los diputados hacían su mejor movimiento para restregar sus cuerpos con las chicas, las diputadas hacían lo mismo con colegas o con otros invitados. Hombres con mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres. El festejado de la noche hizo honor a su condición de humano, los pantalones le hacían estorbo para tener sexo con cuanta chica pudo.

El egoísmo se perdió esa noche, las parejas se separaron y todos compartieron en aquella salvaje orgía. Después de estar con el líder religioso, la misma chica pasaba a sentarse sobre las desnudas piernas del Presidente de turno; inmediatamente después, sobre el hombre que ganaría las elecciones presidenciales el siguiente año.

Todo fue al aire libre, no hubo paredes, ni siquiera una manta que los tapara de los ojos del prójimo. El líder, sumido en su poder, bajó de la altura de su papel y se convirtió en otro danzante trozo de carne que buscaba placer.

Un baile para el Chapo Guzmán

De nuevo esta historia empezó con una llamada en la que le avisaron de una fiesta, pero sin especificar el cliente. “Mirá”, le dijo un empresario, “en San Marcos quieren chicas. Te dan viáticos, hotel y si ustedes sacan algo más, es suyo”. Entre poderosos se recomiendan.

Se subieron al vehículo indicado, que las dejó en el punto acordado. Ahí, en algún lugar de aquel departamento, no había nada. No tenía la pinta de ser el lugar donde Madame habría podido trabajar, para hacerlo necesitaba al menos un techo, pero ahí no había más que un campo abierto. De pronto, en el cielo se escuchó un motor que partía el viento con sus aspas.

Subieron. El helicóptero llevó a Madame junto con sus amigas a un paraíso oculto. Aunque ahí hablaban como mexicanos, todavía estaban en tierras guatemaltecas. Tan aislada estaba esa finca que no existían caminos que la conectaran con el mundo. El aire era la única ruta de ingreso. Por la ubicación, solo una persona podía ser dueña de esas tierras, una persona llamada Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, o simplemente, el Chapo.




El narcotraficante se encargó de atenderlas personalmente, gustoso de tenerlas en su imperio escondido. Ahí tendrían toda la comida y bebida que quisieran, las reglas para estar ahí eran sencillas: Dejar el celular desde que llegaran, ser amables con todos, cuidar su vocabulario y no “ponerse garza”   –como llamaba él a la altanería. La que no cumpliera tenía por castigo pasar por todos los presentes.

Una vez advertidas, ingresaron oficialmente a aquel paraíso que desde el cielo era impresionante, pero lo fue más cuando el Chapo las subió a carritos de golf. El recorrido iniciaba con su hogar, que para evitar el cansancio antes de llegar al final sí eran necesarias las cuatro ruedas. Después estaban los hangares, más helicópteros, más avionetas, todo un repertorio de vehículos aéreos. Muy al estilo de Pablo Escobar, al lado tenía su colección de animales, que formaban el zoológico que toda ciudad envidiaría: jirafas, leones, hipopótamos, cualquier animal exótico estaba ahí.

Por último, el Chapo les mostró el origen de sus millones de dólares. Madame no tuvo tiempo de recorrerlo todo, pero con lo que alcanzó a ver cree que el mejor punto de comparación para tener idea de su tamaño es el Parque de la Industria. “¡Así de grande era el laboratorio donde hacía las drogas!”, dice aún impresionada después de muchos años. Esas tierras eran de quien reinaba ahí y solo ingresaban personas que el rey autorizaba.

“El Chapo era un amor de gente, no era presumido para nada. Pero eso sí, cuando lo enojabas tenía su carácter”, recuerda Madame. Él era feliz mientras todos la estuvieran pasando bien, lo único que podía enfurecerlo es que alguna de las chicas despreciara a uno de sus empleados. La altanería merecía un castigo en su reinado.

Solo entre tragos el Chapo dejaba ver un poco más de su personalidad. “El mundo puede estar a mis pies”, decía tambaleado, “pero yo no puedo estar a los pies del mundo”. En aquella fiesta, que duró cuatro días, tour de shopping en México incluído, no hubo castigadas, y si lo hubo, Madame prefirió no decírmelo.

***


Las páginas de mi libreta se quedan cortas para anotar todos los detalles de la vida de Madame. Para cuando me ha contado la mitad de su historia he vuelto a llenar algunas veces mi vaso; ella apenas va por el segundo tercio del primero.

Quien la conoció pensaría que es extraño que una persona que bebió y se drogó incontable cantidad de veces mientras era el alma de la fiesta dé sorbos tan pequeños. Sus breves tragos son el resultado del cansancio, ese que te queda después de vivir un estilo de vida en el que un día sientes en la cabeza el frío de una pistola apuntándote porque, de pronto, el empleado del narcotraficante que te contrató te sorprendió ocultando la cerveza que tu cuerpo ya no quería aceptar.

Si Madame me pudo contar esta primera parte de su historia es porque logró terminarse esas cervezas, pero esa noche hubo alguien que no: una chica que cayó de borracha. “Ríanse”, les decía a carcajadas el líder de aquella banda mientras el fragmento de brazo de la chica manchaba de sangre el patio.

Vea aquí la segunda parte




El negocio de contactar damas de compañía está en crisis (Parte II)

“¿Alguna vez has visto cómo un cocodrilo se come a una persona? Yo sí, fue en una fiesta en Zacapa”, dice Madame para mostrar la otra versión de este estilo de vida.

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