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Llegó la fecha a la aldea, y con ella las elecciones. No serán el alcalde, ni los concejales los puestos a escoger, es más importante, prestigioso y con mayor tradición.

Desde hace más de 80 años, mientras los capitalinos celebramos a la Virgen de la Asunción, en la pequeña comunidad se decide el futuro de 12 afortunados. Seis núcleos o matrimonios asumirán el más alto compromiso con sus paisanos.




Las campanas de San Bartolomé

Puntualmente deberán avisar a los vecinos que la aguja pequeña del reloj dio una vuelta completa. Limpiarán y cambiarán el agua a las flores del altar, cada mañana.

Barrer, trapear y quitar el polvo de las imágenes y bancas, será su oficio los próximos 365 días.

No estarán solos, al menos otras cinco parejas se turnarán semanalmente para atender el edificio, orgullo de la comunidad. A casi una hora y media de la capital, el caserío San Bartolomé, del municipio de San Martín Jilotepeque, se clava en las montañas.

La fe y el amor a Dios

Así como lo dejaron hace más de 260 años por los frailes dominicos, las cosas poco han cambiado en la pequeña localidad. Milpa, verduras, aves de granja y una que otra vaca son las únicas posesiones de los casi 900 habitantes.

Lo material poco importa, es decir lo suficiente basta y sobra, pues nadie compite por bienes terrenales. “Estar cerca de la iglesia, la fe y el amor a Dios son la mejor recompensa para nosotros”, asegura Erika de Cusanero.

Desde niña quiso tener el honor de cuidar la iglesia, lo soñó y hasta se lo llegó a imaginar. “Siempre quise dedicarme a cuidarla”.

Un sueño desde niña

Pero mucho debió pasar antes de que su sueño, de atender por siete días la pequeña iglesia, se hiciera realidad. Pues en San Bartolomé solo los casados pueden tener el honor de atender la “Casa de Dios”.




Conoció a Ángel hace ya varios años, pero la decisión de casarse no vino fácil. “Él debió demostrar a mi familia que sus intenciones eran buenas y que el amor a Dios estaba por encima de todo”.

Fue así como hace dos años se casaron y tan solo dos meses atrás nació Estela. “Yo no estaba embarazada cuando me eligieron para atender la iglesia, imagínese quedé esperando mientras cuidaba al santísimo y también nació mi hija, esa es la mayor bendición”.

El fin de un ciclo

Pasado mañana será 24 y el ciclo de 365 días para Ángel, Erika y Estela habrá terminado, así como para las otras 5 parejas. La fiesta del patrono, San Bartolomé Apóstol, marca el cambio de guardia.

Ya no habrá que tocar la campana de la iglesia para avisar la hora, ni para llamar al rezo. Darán las 5 de la mañana, las 6 de la tarde, las ocho de la noche, y serán otros los que avisen. Ya no vivirán en el pequeño cuarto, en la espalda del altar, ni van a gastar los Q60 semanales en compra de veladoras e incienso.

A las 5 de la tarde seguirán rezando el rosario, cada sábado y domingo irán a ver el trabajo de quienes les relevaron.

También mantendrán la esperanza de volver a ser electos, para volver a cuidar la iglesia de San Bartolomé. Pero tal vez y solo tal vez, la próxima vez que les elijan ya no sean tres en la familia, podrán ser cuatro o cinco los familiares que lleguen a tocar las campanas de San Bartolomé. 



En la Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel, la piel que sostiene San Bartolomé contiene un autorretrato del autor, detalle descubierto en el siglo XIX. Los conocedores sostienen que Miguel Ángel plasmó su rostro en la piel despellejada del santo mártir, pues este no creía merecer el cielo. 

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