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Hace meses, un sábado de clases, ya era hora en la que podía retirarme de la universidad, así que salí como canchinflín. Al ingresar al carro sonó mi celular y era para cancelarnos un compromiso al que debíamos ir con el FlacoCanche (el shuquero que suelo visitar cuando voy con los de la U), le quemamos el rancho y le dimos chance a otro su colega, a quien lleva por seudónimo el Chino.

Al llegar a la carreta de shucos pedimos un par cada uno, eso sí “¡sin cebolla por fa Chino!”, quien amablemente respondió: “Bueno canche, con gusto” y pensé -canche de dónde, pero bueno él no contesta cuando todos le dicen su sobrenombre y de eso no tiene nada -. Nuestro entusiasta shuquero continuaba trabajando, ahora más esmerado hablaba con un señor alto, delgado, con traje, un par de zapatos que no sé si eran finos, pero bien lustrados. También, cargaba un reloj que no se veía barato, la fragancia de su loción resaltaba de vez en cuando (por el olor a shucos era un tanto difícil pero aun así se sentía) junto a una sonrisa en su rostro que no podía reflejar más dicha y paz solo porque sus mejillas ya no le daban para más. Jamás supe cuál era el nombre de este personaje.




El Chino se dispuso a entregarnos los primeros shucos y poco a poco me fui metiendo en la plática de él y el hombre con la espectacular sonrisa. Durante la charla, me enteré de que hasta hacía unos pocos meses, había salido de una crisis financiera, así cerda, como la que muchos en más de alguna ocasión hemos atravesado. De esos aprietos en la que solo tienes un montón de deudas y pagos que cubrir, además en tu billetera solo hay Q10.00 para sobrevivir ese día, de ese tiempo en la que literalmente no puedes pensar en el mañana porque sabes que hoy tienes ese escaso dinero, pero para mañana no habrá más. Esta situación le duró muchos más meses de los que te puedes imaginar, más del año y medio.

Esos Q10.00 era su único sustento para alimentarse durante un día completo y qué hacía casi siempre, ir con el Chino a comerse un shuco y tomarse una agüita de Q2.00. Fue él su paño de lágrimas durante muchos días, el alero quien le hacía el “paro” dándole de comer de “grolis” (gratis), pero sobre todo era quien aceptaba y valoraba su compañía sin reprocharle algo. Por ello, el individuo de quien desconozco su nombre, está eternamente agradecido con nuestro protagonista. “No fue para tanto vos seco”, repetía el Chino una tras otra vez con una sonrisa muy chiveada.




El señor, a quien el Chino nombraba Seco, mientras comía, repetía agradecidamente “este es el shuco y el shuquero de mi vida”. Al terminarse sus dos panitos y su agüita de Q2.00 le pagó, dio un billete extra enrolladito en su mano, pero no se lo quería aceptar y luego de casi obligarlo a que lo hiciera, se despidió: “Órale Chino, nos vemos el lunes pues”.

En caso de una de esas crisis financieras, cerdas, llegue a tomar mi vida momentáneamente, espero contar con la dicha de tener a un Chino como ese en mi vida. Y cuando todo pase poder decir ESTE ES EL SHUCO Y EL SHUQUERO DE MI VIDA.







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