El Periférico Otto Pérez Molina y el voluntario que lo maquilla imagen

La historia de un hombre que encontró un trabajo en las secuelas que dejó la corrupción.

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El anuncio de un sueño que jamás iba a llegar

Era la mañana del lunes 29 de octubre de 2012. En el parque central de Quetzaltenango se organizaban los detalles para una fiesta: un escenario equipado con dos pantallas gigantes concentraba la atención de todos. Mientras tanto, en la Asamblea General de la Odecabe (Organización Deportiva Centroamericana y del Caribe), en Islas Caimán, se daba el anuncio oficial de que Quetzaltenango sería la sede de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en 2018. Todo fue felicidad.

Los Juegos requerían una inversión de más de Q3 millardos, el plan de llevar desarrollo deportivo al occidente incluía la construcción de una villa olímpica y modernizar la infraestructura vial del departamento. El Gobierno de la República otorgó todo su apoyo. En octubre de 2014 dieron inicio los trabajos del tramo carretero que sería equipado con todos los elementos que poseen las mejores vías a nivel mundial. Esta obra –con un valor de Q37 millones 917 mil 293.32– llevó desde entonces el nombre de Periférico Otto Pérez Molina, el cual conserva hasta la fecha.

Una serie de malas decisiones administrativas tomadas a lo interno del Comité Olímpico Guatemalteco, sumadas a la ola de corrupción que trajo consigo el gobierno del Partido Patriota, provocó que el sueño que se festejó a lo grande en el parque de Quetzaltenango se convirtiera lentamente en algo que jamás llegaría. El Periférico Otto Pérez Molina, obra que nunca se terminó, quedó como un monumento que hace honor a su nombre. Adiós sueño olímpico.




El periférico, una plancha de asfalto

Hablar de carreteras en Guatemala es como hablar del olvido. Los 3.9 kilómetros que ocupa el Periférico Otto Pérez Molina de Quetzaltenango, a pesar de ser una de las rutas más transitadas del occidente guatemalteco, no es nada más que una plancha de asfalto que día a día se desmorona.

De noche es muy parecido a la misma noche, oscuridad atravesada por la luz de los carros, escenario perfecto para accidentes. En medio de esta oscuridad, que costaría Q32 millones al Estado, un hombre estaba desesperado.




Era el 27 de febrero de 2016. Arturo Martínez no tenía trabajo y la necesidad crecía. Tomó una decisión: pidió a crédito 2 cubetas de pintura para asfalto, 2 rodillos y un cono. El objetivo era simple y claro: señalizar los primeros 2 kilómetros del Periférico Otto Pérez Molina, que necesitaba al menos las señales básicas que ayudaran a los cientos de vehículos que se desplazan a diario y, aparte, tendría un ingreso que le serviría para cubrir los gastos en su hogar. Sin pedir permisos a la Municipalidad, ni los concesos, ni todos esos trámites que en lugar de ayudar bloquean las ideas, empezó a trabajar. Ese día señalizó 3 kilómetros.

“Para poder iniciar hice un crédito por Q500, llevaba 5 días de fiebre y mucha desesperación. Compré 2 galones de pintura de carretera, un rodillo y 2 conos. Convencí a un amigo para que me acompañara en la labor. La idea era sencilla, una especie de peaje. La necesidad nos vuelve creativos; el primer día recolectamos Q600”.

El jalapaneco más quetzalteco

Por amor a su esposa, el oriundo de Jalapa que asegura trabajar más que muchos funcionarios públicos se radicó en Quetzaltenango desde 1998. Si tiene alguna idea de los materiales necesarios para la construcción es porque estuvo 2 años en Estados Unidos trabajando indocumentado en este sector. Sin embargo, el amor pudo más que las remesas y regresó. Lo recibieron con los brazos abiertos su esposa y el desempleo.

El gesto de iniciar espontáneamente, más por necesidad que por altruismo, a mejorar el Periférico Otto Pérez Molina provocó que la ciudad lo volteara a ver. Cuando un personaje como Martínez aparece, todos quieren salir en la foto. Desde entonces, Arturo ha sido como la imagen del ciudadano perfecto, el que todos deberían imitar. Las empresas le agradecen el gesto, lo colocan como personaje del año, pero a pesar de la palmadita en la espalda y la foto en Facebook, el apoyo no se traduce en nada concreto. Otros, al contrario, le recriminan su labor: ha sido señalado de usar malos materiales, de provocar tráfico.

“A pesar de que la gente me ve trabajar honestamente, hay quienes me echan el carro, me insultan. Un día dos tipos en una motocicleta me patearon por la espalda. Yo solo trato de ayudar a mi familia, pintar una carretera abandonada es mejor que robar. Los tipos se fueron a toda velocidad; yo seguí pintando”.

***

El sueño aquel de tener una ciudad moderna con motivo de los Juegos Centroamericanos y del Caribe ha quedado atrás. Nadie lo recuerda. La vida sigue su curso. Los vehículos y los peatones siguen atravesando a diario y peligrosamente el Periférico Otto Pérez Molina; Arturo Martínez, por su parte, sigue con la convicción de asegurar el pan para los suyos. De paso, se disimulan un poco las grandes secuelas que dejó la corrupción.

Los tramos en los que ha pasado jornadas enteras pintado ya están cediendo ante el constante paso de vehículos. Las franjas blancas o los textos que indican el límite de velocidad se deterioran.




Martínez lo sabe y nuevamente vuelve a repasar las líneas: darle mantenimiento a esta carretera se ha vuelto en un estilo de vida y su principal forma de subsistencia. Con el tiempo, los conos, el picop negro, el banner con la frase “Voluntarios trabajando” y los cascos amarillos se han vuelto parte del paisaje, de esas cosas que normalizamos.

“La gente sencilla es la que más colabora, los carros lujosos –esos de vidrios polarizados– y los buses generalmente pasan rápido y violentamente. Algo así es el país”.

Fotos: Facebook Arturo Martínez

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