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Un vehículo del Ministerio Público se salió del carril e impactó contra el carro que manejaba Aldo, ese momento marcó la vida de toda su familia que no volverá a ser la misma.

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El día que Aldo se quedó entre el cielo y la tierra









A Aldo lo caracterizaba su sonrisa

Él es Aldo. El señor de camisa color rosa o suéter negro con azul. 

Un trágico día, de junio de 2016, quedó con el cerebro hecho añicos.

La risa, la bulla y el olor a la comida que él mismo preparaba para su familia quedaron paralizados en el aire desde un fatal accidente.

Aldo Knoepffler no dejó de respirar, ni de ver. Pero no volvió a moverse, a hablar, o caminar, ni siquiera a comer con su propia mano.







Nadie imaginó que el empresario, dedicado a la tarea de desechos químicos, jamás volvería a reír. 

Y que con el profundo silencio que llegó a su vida y la mirada perdida en la nada, tampoco se enteraría del fallecimiento de su hija, Melisa, la segunda de cuatro chicas, quien a sus 27 años, una leucemia aguda se la llevaría a la tumba. Melissa no soportó que su papito quedara sumido en un profundo vacío y murió a los pocos meses del accidente de Aldo.




Y aunque este hombre, que en un tiempo irradiaba fuerza, y sobrevivió al accidente, ahora se refieren a él, pero solo de su vida pasada. 

Su esposa Melissa narra cómo Aldo, quien estudió veterinaria, se vestía de chef los fines de semana y su familia degustaba su lasaña, y lo que se le ocurriera cocinar.

De origen nicaragüense, con 58 años, ahora es como un bebé, ya no puede valerse por sí mismo. Tres terapeutas tratan de regresarlo a este mundo. 




Él, que era capaz de subirse a un techo para tapar una gotera, o encaramarse a una máquina para apretar un tornillo, se ensombreció después de aquel atroz accidente en el que un carro del Ministerio Público se salió de su carril e impactó contra el vehículo que manejaba en la carretera de Villa Nueva hacia la ciudad.




“Es triste verlo así”, dice su esposa, “si él era un alma ligera”. “Y aunque está completo de su cuerpo, anda como en el limbo”, agrega.

En abril se le practicó otra resonancia y su cerebro se está llenando de agua.

El vehículo del Ministerio Publico le deshizo la vida y la de su familia cuando sumió a Aldo entre los hierros retorcidos. Fueron 40 días en coma, los suficientes para declararlo una persona sin capacidades voluntarias.




Sus nietos no entienden qué le pasa a su Lopa como lo llaman, ¿si antes jugaba y les daba chocolates, porque ahora no se levanta de esa silla? Preguntan.




Su familia intenta seguir una vida que se desquebrajó en segundos, las fuerzas merman y el dinero se acaba para mantenerlo con vida, pero la fe, esa está allí, esa es la única que no se pierde. 

Y ahora libran una dura batalla, para que el Ministerio Público no lo acuse de ser culpable de un accidente, en donde la única víctima fue él.

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