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Hace 15 años se puso la toga y comenzó a vivir el sueño de su vida. Todos los sacrificios, noches de desvelo y el trabajo de comerciante quedarían atrás.

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Los presos ya tienen dueño

Hace 15 años se puso la toga y comenzó a vivir el sueño de su vida. Todos los sacrificios, noches de desvelo y el trabajo de comerciante quedarían atrás.

Nada lo detendría, era él contra el mundo y los conocimientos serían su arma letal contra las injusticias. Como abogado, planeaba tener una vida llena de satisfacción profesional y recursos para una vida acomodada.

Pero ninguna de las clases, los catedráticos o sus compañeros le podían advertir el revés que la vida le tenía preparada.

A vivir el sueño

A sus 40 años, el mundo era suyo y el título de abogado y notario, el boleto para recorrerlo. Comenzó, como muchos gastando suela en busca de clientes en los tribunales y luego abrió su oficina, un modesto espacio en los alrededores del centro histórico.

Desde allí atendía a familiares y amigos que de boca en boca le granjearon nuevos clientes. Procesos de divorcio, escrituraciones y hasta uno que otro malandro que esperaba su día ante el juez contrataban sus servicios.

Pero todo cambió, hace unos 5 años, el negocio dió un giro violento y le sacó del pequeño espacio que durante diez años llamó su despacho. Los juzgados de turno llegaron y con ellos los clientes se fueron.

Nadie llegó más al pequeño lugar a buscarle y las cuentas seguían acumulándose. Hizo recortes de gastos, pero no fueron suficientes.

Sin oficina, secretaria y con pagos pendientes, tomó su attaché se amarró los zapatos y volvió a las calles a buscar clientes.

Con tarjeta de presentación

Otto Corado, es el colegiado 8130, de los más de 25 mil 600 abogados colegiados en Guatemala. Sin embargo, hoy no tiene oficina y su despacho es un maletín desde donde atiende a los escasos clientes que le contratan.

Durante los últimos cinco años, visitó comisarías de policía y juzgados para agenciarse de “patrocinados” o clientes que necesiten representación. Noches, madrugadas y días festivos eran la oportunidad perfecta para conseguir trabajo, confiesa Otto.

“Antes había presos en todas las comisarías y desde allí empezaba a atender a mis clientes”, recuerda. Pero, esto también cambió.

Hoy, este viejo zorro del derecho aborda un bus extraurbano, dos veces por semana, para visitar el oriente del país y ganarse la vida.




“Fuera de la capital los juzgados de turno no funcionan bien y es más fácil hacerse de clientes”, asegura Corado. Mientras, que en Guatemala los agentes de la PNC son reacios a detener personas, por delitos comunes, en el interior la historia es otra.

“En el interior solo hay que estar en el momento que lleven a los acusados y se les ofrece los servicios legales”, apunta.

Y son estos casos los que de uno en uno le van sumando para cubrir sus necesidades. Cobra entre Q200 y Q500 por atender a los detenidos y con esto “voy sacando el día”.

Hospedaje, transporte y comida, son los rubros de gasto que estas incursiones le generan a este abogado ambulante. El resto del dinero, le sirve para pagar su vida en la urbe.

Zacapa, Puerto Barrios, Petén y El Progreso se han convertido en el destino laboral de Otto. Sin embargo, la pobreza de muchos habitantes no les permite costear una buena defensa, “allá no pagan bien los servicios del derecho, a duras penas y tienen para comer, pero es lo que hay y se le debe sacar provecho”, sostiene.

En tribunales el preso ya tiene dueño

Mientras tanto en Guatemala los pocos casos que llegan a tribunales “Se los quedan los abogados que tienen ya una relación con los jueces, ese es el negocio”. Y esto ha complicado el trabajo de Otto.

A decir de Otto, ni a los jueces, fiscales y agentes en la capital les gustan las audiencias. El tiempo que deben esperar para que el juez les atienda, hasta 12 horas, ha creado una cultura de “hacer lo menos posible”.

A decir de Otto, esta cultura de pelear por los clientes en la torre de tribunales ha abierto la puerta de una nueva rama del derecho informal, los llamados “Jaladores”. La función de estos “güizaches” o procuradores es alertar a los abogados sobre el ingreso de un posible cliente y con ello asegurarse un ingreso.




Para Corado, esta cultura es reforzada por los propios agentes de la PNC, que cuando llevan a un detenido le dejan hacer una llamada. “Generalmente les dicen que llamen a un familiar, no a su abogado”, asegura.

Con esto lo que se logra es ganar tiempo para que el procurador y el abogado se presenten a ofrecer sus servicios. Por eso, los abogados que no están de planta en la torre de tribunales deben de trabajar a sus presos desde la calle, “pues al llegar estos ya tienen dueño”.

Con todo Otto seguirá buscando clientes en las comisarias de policía, o haciendo amigos en la oficina del MP del oriente del país. Todo para no abandonar el sueño de ser abogado.

Los fiscales y los jueces se molestan porque les llevan trabajo, es demasiado el trabajo que lleva el policía, por eso no combaten el delito común, de quien mata, que hurta en la calle. Solo atienden las órdenes de captura.

Otto Corado

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