Cuando sea grande… ya no quiero consumir drogas imagen

Los menores que viven en áreas consideradas “rojas” son más propensos a la adicción.

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Viven con frustración y miedo, salir a jugar a las calles de donde residen es un reto de sobrevivencia y una aventura cuando los hábitos de los mayores influyen en sus decisiones.

Son de baja estatura y poco peso, conforme van creciendo se tienen que familiarizar con la violencia que los mantiene cercados por maltrato y agresiones físicas en su casa, disparos al aire o balaceras en la cuadra donde suelen jugar, además de escenas del crimen camino a la escuela.

Dicen que “uno no escoge el lugar donde nace” y a ellos les tocó venir al mundo en territorios controlados por las maras, el crimen organizado y el narcotráfico, que tarde o temprano los terminará reclamando como su propiedad. Por eso, muchos migran o deciden vivir en las calles, aunque en su intento de salir de las llamas pueden caer en las brasas.

La niñez es una etapa, en la cual se necesita la protección de la familia o de un adulto responsable que garantice su desarrollo pleno, de lo contrario los menores tendrán poco interés por cambiar su vida si ya han tomado decisiones lamentables, asegura Alejandra Vásquez de la Plataforma de Desarrollo Integral (PLADIS).




Toda adicción es progresiva y, en Guatemala, un estudio de la Universidad Galileo comprobó que niños menores de 5 años de edad han tenido acceso al tabaco y alcohol por ser muy doméstico su consumo en el seno familiar.

También pudo determinar, de acuerdo al testimonio de menores encuestados, que algunos han fumado marihuana y consumido cocaína desde los 6 años de edad (niños y niñas) y que la inhalación de solventes es muy común en los jóvenes.

Ángeles tentados en el Paraíso

Ángel tiene 10 años y vive en el Paraíso II, en la zona 18, cursa el segundo año de primaria y a su corta edad afirma que consume drogas como sus amigos de la calle donde vive y con sus compañeros de la escuela donde estudia.

Sus manos inseguras con sus útiles escolares, y a las que aún les cuesta escribir su nombre, son muy hábiles para hacer “un puro de mota” con las hojas de sus cuadernos, como lo aprendió con otros niños de su edad, a la hora del recreo.

Con mucha propiedad aseguran que las drogas no son un problema para ellos, las consumen porque les provoca felicidad y de a poco se van acostumbrando a los efectos de cuando les pasa el “alucín” o les da “bajón”. También indican que los entristece mucho no ser comprendidos en sus hogares, que los descuiden y que sus padres atiendan otros asuntos. Su adicción ya les causa problemas con sus familias y la desobediencia ha traído castigos severos.

De momento, las drogas las obtienen de un “cuate”, que se las da por hacerle algunos “mandados” o la compran con el dinero que les paga por los “favores” que han realizado.

En sus mochilas, entre sus cuadernos llevan algo de “mucho valor”, que debe pasar sin levantar sospechas de la policía y el Ejército que ocasionalmente patrulla por los callejones y accesos de interminables gradas por donde transita Ángel y sus amigos, como si fueran hormigas obreras.

La adicción a las drogas será ese espiral en descenso que los puede llevar en poco tiempo a la heroína, crack y otras sustancias como las drogas sintéticas.

Eso implica problemas de salud en general, por altos niveles de desnutrición, vagancia, delincuencia juvenil y analfabetismo. A pesar que el primer contacto con las drogas, muchos adictos la tienen en la etapa escolar, por eso la consumen cuando aún están en primaria, como refiere el estudio de la Galileo.

Por experiencia de otros países, se sabe que quienes están en este punto será difícil su retorno. En Colombia, por ejemplo, el 58 por ciento de las personas que recurren a ellas tienen menos de 24 años y el 77.8 por ciento viven todavía con sus padres.

La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), estima que más de 247 millones consumen drogas en el planeta y que al menos 29 millones padecen trastornos relacionados con ellas y que solo uno de cada seis recibe tratamiento.




La historia de Ángel y sus amigos son como la de otros menores que han sido tentados por las drogas en lugares como el Paraíso II, en la zona 18. No es única, es solo una réplica que se repite en muchos barrios y asentamientos de zonas que las autoridades catalogan como “rojas”, con alta incidencia de delincuencia juvenil y hechos violentos.

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