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Con abundancia o limitaciones en vida uno siempre trata de satisfacer necesidades, darse algunos gustos o consentirse, aunque muchas veces no sea necesario. No hay mejor recompensa que estar satisfecho y no quedarse con la gana.

Sin embargo, la vida se acaba, a temprana, mediana o una avanzada edad, no la tenemos comprada y la muerte no mira años ni condición social. Tarde o temprano llega y toca afrontar ese momento.

Hasta los familiares de enfermos terminales terminan aceptando sin tanto reproche un proceso irreversible “bendito Dios se fue, ya estaba sufriendo mucho”, se suele escuchar en ocasiones después de un sepelio.




Nacer, crecer, reproducirse y morir (que se haga en cada una de estas etapas depende de lo chispudo que uno sea), es el destinado que hay que cumplir.

¡Este está loco, yo no me voy a morir! Puede ser la exclamación de más de alguno de los que lean este Relato. Hablar sobre este tema no significa que le estemos deseando la muerte a alguien, se aborda para reflexionar o meditar si se está preparado para cuando llegue el momento de recibir o dar malas noticias.

En la muerte violenta y la muerte accidental siempre se buscan culpables, es la más difícil de aceptar, cuesta reponerse, no digamos vivir el duelo.

Anécdotas sobre “el último deseo”, lo último que se pide, abundan como la arena en el mar y es en ese momento cuando tomamos consciencia de la muerte, por lo que le pasa a los demás.

El último gusto

Estos son diversos, van desde mandar a hacer un traje especial, la camisola del equipo de fut preferido (Barsa o Real), la playera de un súper héroe. Algo que identifique el pasatiempo o hobby preferido, hasta un vestido de novia y no falta quien pide que le metan un buen trago en la caja.

Los que tienen pasión por las motos piden irse con chumpa, casco, botas y guantes. En los sepelios hasta se puede observar una caravana, en algunos casos, en lugar del arreglo floral sobre el ataúd, está el casco y la moto a la par.

“Una señora fue con su hijo a un entierro y cuando él vio el camposanto quedó impactado, le gustó mucho. Después de dar el pésame a los deudos, los dos dieron un paseo para apreciar los coloridos jardines y las aéreas verdes”.

-Mamá, cuando yo me muera quiero que me entierre aquí, bajo la sombra de este árbol. Exclamó él.

Con una expresión de risa y asombro ella le contestó –vos me vas a enterrar a mí, hijo, a vos no te está pasando nada.

A los ocho días de la improvisada charla, el hijo falleció. Sin estar preparada económicamente, ella hizo hasta lo imposible por darle el último gusto a su hijo.




Desfiles hípicos, música norteña o de banda donde suenan canciones como A mí que me lleve el diablo, vehículos tipo agrícola y muchos hombres armados, caracterizan el entierro de los narcos más extravagantes.

“Dos hermanos adolescentes (hombre y mujer) decidieron tener una aventura, a escondidas de sus padres emprendieron un viaje al puerto, faltando casi un mes para que ella cumpliera 15 años”.

“Cuando regresaban, un fatal accidente marcó sus vidas y la del resto de la familia. Lamentablemente la joven murió y con el precioso vestido que le habían comprado para su fiesta fue enterrada”.

En la entrada del cementerio Vilma Orellana, en el municipio de El Jícaro, departamento de El Progreso, se aprecia la frase “aquí terminan odios y rencores”, frase reflexiva para propios y visitantes.

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